Crónica

El agua devuelve la memoria que se "tragó"

Los restos de una ermita, en el embalse de Bao (JOSÉ PAZ).
photo_camera Los restos de una ermita, en el embalse de Bao (JOSÉ PAZ).
La ermita, los lagares que facilitaban la vida a los viticultores a mil metros de altitud y los castaños milenarios emergen gracias a la reducción de agua del embalse de O Bao. La memoria de Ramonita, la última habitante de un pueblo inundado, también se activa.

Lo primero que se llevaron los padres de Ramonita cuando la presa de O Bao inundó su aldea, Santa Marta, fue a los muertos. Los que la conocen dicen que va al embalse de vez en cuando, probablemente por morriña de lo que nunca conoció. “Apenas tenía unos meses cuando se sumergió el pueblo. Santa Marta, Bolao y San Romao son los pueblos que están aquí debajo del agua. Mis padres me contaban cómo era nuestra casa y tengo la composición a través de la historia que contaban. Tuvieron que coger sus cosas y sus muertos y traerlos a Viana”, cuenta la vecina. Lo primero que se ve cuando ‘baja’ el embalse, dicen, es el cementerio. “Ahora tiene que bajar mucho el agua para poder ver Santa Marta”, se lamenta. No es así con San Romao. Luis, piragüista de la zona, lleva un par de días observando las construcciones antiguas que emergen ahora con el drástico vaciado de los embalses, con la exclusiva panorámica que permite la canoa. “Santa Marta estaba muy al nivel del río, nunca lo llegamos a ver. Pero se está descubriendo San Romao”, dice el vecino sobre las ruinas que ya se dejan ver. Los castaños -en una zona en la que los hay milenarios- resisten intactos, rodeando lo que antaño fueron lagares, casas, fábricas… Y hasta la casa del ermitaño.

“Esto está en tierra de nadie”, explica el periodista Jesús Salgado, gran conocedor de la historia de Viana sobre la construcción que emerge en el río Camba, en la zona que llaman de “Augas Mansas”. Es una antigua ermita que ayer ya atraía a los primeros curiosos, a pesar del sol abrasador. “Un ermitaño vivía allí y, en teoría, el camino que venía de Braga por Portugal, salía en A Rúa y era el camino que tenían para esquivar el Padornelo. El ermitaño tenía hasta capilla, era una especie de posada de peregrinos”, cuenta el experto. La ermita estuvo habitada hasta el siglo XIX. 

Es fácil comprender porque el valle en el que está la ermita se llamaba antiguamente Barrosa: el barro de la explotación minera, con un característico color anaranjado, también se deja ver con la reducción de agua. Muy cerca, emerge un pequeño puente de un solo arco. “Era el paso de A Gudiña a Viana que tenían los vecinos de las aldeas que quedaron sumergidas”, dice Salgado.

O Bao también deja asomar construcciones en aldeas de O Bolo, pero todavía no son los pueblos antiguos. A mil metros de altitud, el agua deja ver los antiguos lagares en los que fermentaban el vino los vecinos, para llevarlos después en los “pelexos”, la piel entera de una mula o un ternero. Las ruinas son menos en esta zona de O Bolo, en la que todavía se cuidan viñedos en un terreno escarpado, pegado al río.

El embalse de As Portas engulló antaño la aldea de Veiga de Camba. Los vecinos se dispersaron en su día por Viana, Vilariño y A Gudiña. El nivel del agua, en este caso, no es tan “generoso” con los nostálgicos que aún recuerdan su historia pegada a un embalse. Un par de “rubias galegas” descansan frente a la presa.

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