Alberto Cacharrón por lo inédito... y no exento de riesgos

Uno que se va, en el verano austral, invierno nuestro, a hacer desde la Antártida el camino de Santiago en bici, pensaba, atravesando en barco el Océano Glaciar Antártico, comenzar su sufrido periplo en el mismo continente Antártico, pero que, finalmente, habrá de resignarse con empezar en Ushuaia, extremo del cono Sur americano obligado por una pandemia que no permite incursiones en el helado continente sur. Así, que por aventurero hemos de tener incluso a quien meticulosamente lo prepara todo para tal e inédito viaje, de quien lo planifica todo al detalle no dejando nada al albur… pero es que ese albur puede surgir en cualquier lugar de esa durísima ruta de grandes soledades que abruman a cualquiera, aun a los preparados como nos consta por relatos de los de allá viajeros, como un cuñado que yendo allá se hartaría de pescar pero me decía que se hacía insufrible la permanencia al exterior, y eso que él emocionado por la abundante pesca. Comienza Alberto Cacharrón a lomos de su bici de montaña en la punta más septentrional del continente Sudamericano desembarcando en Ushuaia, Argentina, con unos cuantos cientos de kilómetros por esas descarnadas carreteras de los onas, los llamados fueguinos por Magalhaes cuando atravesó el estrecho al que su nombre pusieron, por las teas que tenían encendidas. Estamos en la Patagonia, dicha así por el navegante portugués al servicio de Carlos V, porque sus habitantes, recoje Pigafetta su cronista, tenían la pisada grande, lo que deriva del pseudoportugués patagâo. Unos colegas chilenos del Camino le acompañarán en su discurrir por estos parajes hasta Punta Arenas, para ganar de nuevo territorio argentino donde le aguardan miles de kilómetros de soledad por Río Gállegos, Comodoro Ribadavia, la base naval de Trelew, sufriendo al paso los rigores de la Patagonia ventosa, en un páramo en contraste con la occidental de los Andes, húmeda de grandes bosques y ésta oriental o costera casi páramo con grandes variaciones climáticas del Atlántico Sur: lluvias, vientos, calores que sufrirá antes de plantarse, en Buenos Aires, con más de 3.400 km. a sus espaldas, para dar el salto en barco a Montevideo, la capital uruguaya donde coincidirá con un hijo en prácticas médicas; en el camarote de un buque mercante con plazas para pasajeros desembarcará en el Algarbe o en Lisboa donde, bici en ristre, hará el Caminho Portugués por la costa, casi 1.000 km. cuando a Santiago arribe. Como un total de 4.500 km. de rodamiento a pedal en comparación con los 800 del Camino Francés, que dan para una más que semana de duro esfuerzo. Ayer mismo se entrevistaba con el concejal de cultura de la Cámara de Lisboa para promocionar el camino luso. Todo esto parece fácil para quien se compra una bici de montaña que por piezas va montando, con un remolque de propia factura donde llevará todo el petate de hasta veinte kg. incluida una tienda de campaña especial, de fuertes fijaciones, que le hará aguantar los gélidos y fortísimos vientos patagónicos o los del páramo pampero. Nada nace del azar. El éxito es la consecuencia de una meticulosa planificación y entrenamiento constantes a ritmo en los que pedalea más de cien kilómetros en cada salida por estas nuestras carreteras en la bici recién montada, arrastrando un remolque con no menos de 20 kilos; el fracaso deviene de una mala planificación, el éxito suele acompañar a una buena. Alberto sacará de bolígrafo en cada marcha, o de tablet, más bien, para ir anotando sus experiencias que, seguramente, plasmará en un libro como hizo con Bicigrino (solo que éste podría intitularse Atlantegrino o algo así por discurrir por las faldas atlánticas -los atlantes eran una raza de gigantes mitológicos-), ése de su periplo Roncesvalles-Santiago, u otro anterior sobre el monasteiro de Montederramo donde reivindica el origen, con prueba escrita, del término Rivoyra Sacra, según consta documentalmente en acta otorgada por Teresa de Portugal, madre de Afonso Henriques, primer rey luso, al monasterio de Montederramo, aludiendo a un roble o quaerqus robur sacratu, lugar de culto; de aquí lo de Rybeira Sacrata o Sacra. Muchos hay que hacen de lo extraordinario lo normal, como unos cuantos que se fueron a la Maratón de las Arenas o a escalar en los Andes o que sin mucho ruido compitieron en las olimpíadas o se embarcaron en aventuras ignotas, o sea, que inadvertidos, imperceptiblemente, que acaso sean esos los más meritorios, lo que no desmerece a los que se apoyan en la publicidad para sus aventuras porque en estos tiempos un imprescindible apoyo publicitario hace que se palien los gastos que acarrea todo desplazamiento. El entusiasmo es capaz de superar los escollos, la decisión más que la fuerza física, aunque factor éste importantísimo para emprender cualquier aventura. Ni de lo uno o de lo otro Cacharrón carece, y una cualidad de la que sí muchos carecen, la de la empatía, ese caer bien allá donde vayas, de trabar encuentros con desconocidos, de no arrostrarse ante los peligros, que siempre acechan en estas largas aventuras con tan varios climas, porque si bien se emprende cuando el verano austral en su apogeo, no menos cierto que Usuhaia, el estrecho de Magalhâes o la Patagonia pasan con facilidad del estío más duro al más crudo de los inviernos, para los que se ha preparado Alberto sin hacer otro ruido que el obligado por este peregrinar en si mismo. Yo no pretendo hacerlo sino rendir tributo al arrojo de este amigo. Salud a los pingüinos de la Antártida que también se ven por el Cono Sur americano, a las ballenas del Cabo de Hornos, a los vientos andinos, a los cierzos patagónicos, a las vacadas pamperas, a los tangos del Río de la Plata, y cuando desembarques en Lusitania, ya en esa Punta de Sagres donde se mitificó la famosa escuela náutica de Enrique el Navegante o en la Lisboa dos Descubrimentos. Y cuando costees la costa atlántica de Portugal será como un antecedente de la triunfal llegada de un Tour en su última etapa en olor (digo loor) de los que tu aventura apreciaremos. Mientras tanto nosotros nos conformaremos con vivir, vía whats app, aunque remoto tu pedaleo, por la proximidad que suministra ese prodigioso invento de la comunicación, que resulta complicado de asimilar si no fuese que tan introducido y generalizado.