El ‘Ángel’ de la Cruz Roja, 20 años cuidando a Herminia

Cuando Herminia Januario se subió una tarde de 1978 a un barco trasatlántico para hacer la travesía entre Brasil y Galicia, no imaginaba que, cuatro décadas después, querría como a un hijo a un voluntario de la Cruz Roja. Su ángel, el que hace posible que a su avanzada edad pueda seguir viviendo en su piso de Ourense y no en una residencia, es Ángel Domínguez. Este profesor de la Facultade de Historia y responsable de la biblioteca del Seminario lleva más de media vida cuidando a esta viuda de 92 años a la que visita al menos una hora todos los días. “Los martes compramos la fruta, los miércoles vamos al médico y los jueves toca supermercado”, explica Ángel, que es uno de los casi 3.200 voluntarios que colaboran con la Cruz Roja en la provincia, donde más de 17.200 mayores de 65 años viven solos. Herminia se subió a ese barco, que tardó 17 días en atravesar el océano, con su marido Ricardo, vecino de Baltar. Se habían conocido en Brasil, donde trabajó más de 14 años en el sector metalúrgico y luego, con su esposo, en un restaurante. “Viajamos en un camarote propio y llevábamos un baúl enorme lleno de ropa y de vajilla”, recuerda este nonagenaria, de madre italiana y padre brasileño, que Ángel, de 41 años, define como “una gran cocinera, amante de las plantas y las sopas de letras, y sobre todo, una mujer ordenada y disciplinada”. El momento más duro de su vida duró nueve años, los que estuvo cuidando en casa de su marido, enfermo de cáncer. “Estaba deshecho, falleció en 2001 y sufrí una depresión”, reconoce. Fue entonces cuando la Cruz Roja le envió a un voluntario. “Aunque era muy joven, yo no quería otro hombre en casa”, se ríe, y añade: “Ángel es muy bueno con todas las personas. Es muy positivo y siempre lleva las cosas adelante. Lo quiero como a un hijo”. La relación entre Herminia y Ángel ha roto todas las barreras; es un caso extraordinario entre voluntario y usuaria. “Para mí, Herminia es como de mi familia. Tengo más relación con ella que con muchos parientes a los que solo veo de vez en cuando”, reconoce Ángel, que durante el confinamiento timbraba a la puerta de la anciana y le dejaba la bolsa de la compra sobre el felpudo por temor a contagiarla. Canelones, ensaladilla rusa, arroz al horno, bacalao a la Paulista y tarta de café son algunos de las recetas que cocina Herminia. “Es muy fuerte, autónoma, luchadora y muy constante pese a sus problemas de movilidad”, dice Ángel, para quien el voluntariado es una gran responsablidad, pero también una satisfacción. “Los médicos ya no me llaman a mí, siempre llaman a Ángel”, presume Herminia, que ha encontrado en la Cruz Roja el hijo que nunca tuvo.