El ángulo inverso | El coche fantástico

Jueves, 13 de julio

La tertulia está tranquila. De pronto, llega con cierto misterio nuestra nueva tertuliana. Se sienta y sin más nos espeta: “Os voy a dar una noticia. He decidido hacerle caso a mi padre y voy a centrarme en preparar una oposición. Quizás dejéis de verme un tiempo. Me voy a encerrar. Al menos dos años. Lo pensé mucho y he decidido asegurar mi porvenir”.

Nos quedamos todos estupefactos. Ella, tan joven, tan amante de la aventura, llena de proyectos y ahora nos salta con esto.

Todos guardamos silencio. Salta el profesor: “No lo esperaba de ti. Yo preparé mi oposición no como tú, ya mayor. Me encerré dos años y terminé medio majara. Encima no aprobé y la depresión me asoló”.

Responde ella: “No me entendéis, estos dos años serán para mí como un ejercicio de disciplina. Mi padre dice que hay que aprender a sufrir. Pero veo que ninguno de vosotros me felicita”.

Insiste el profesor: “No lo sabes, pero es como meterse en un pozo. Siempre nos decías que amabas la aventura. Que tu ilusión era comprar una caravana y viajar con novio o sola. También nos contaste que tenías la ilusión de pasar unos años en una ONG. Que te gustaría una casa en el campo y animales. Además, tenías proyectos de montar una academia de idiomas. Me entristece que vayas a renunciar a todo esto”.

De inmediato, dice ella: “No me lo pongas tan mal. Tendré mis vacaciones y las aprovecharé bien”. El músico dice: “Eso son sólo recreos. El resto del tiempo estarás atrapada”.

Vuelve al ataque el profesor: “No te lo imaginas, pero lo más terrible no son esos dos años de soledad. Para mí, lo más triste es cuando terminas mientras entras en ese mundo de adocenamiento e intrigas que no faltan entre los funcionarios. Cierto, como me dijo un amigo, recibes tu primera nómina, pero también te ponen la soga al cuello”.

La tertulia se calienta. Salta el abogado en su defensa: “Creo que te excedes. Conozco a muchos que son muy profesionales y que, a su manera, han cumplido su sueño. Dejadla, es su decisión. A lo mejor es feliz en ese mundo. Además, es de otra generación que ya tiene casi alma cibernética. La nuestra, analógica, andaba por el mundo en autostop, teníamos utopías y hasta hablábamos de la revolución”.

(Cuando ya nos íbamos, estuve a punto de decirle aquel estribillo de Juan Perro pero no me atreví: “Yo tengo un sentimiento vagabundo, / voy a seguir tus pasos por el mundo ./ Aunque tú ya no estés aquí, / te sentiré / por la materia que me une a ti”).

Viernes, 14 de julio

Acaba de fallecer el que para mí fue el mejor, el coruñés Luis Suárez. Te voy a contar, hermano lector, cómo lo conocí y compartimos juntos algunas tardes. Allá voy. Tenía yo dieciséis años. Estudiaba bachiller en el Cisneros y paraba en un bar de la avenida Buenos Aires con otros dos estudiantes. Sucedió que llegó de México un hombre nacido en Avión. Comía allí con nosotros. Lo cierto es que vino a Galicia porque tenía una obsesión por casarse con una mujer que había conocido dos años antes.

Sucedió que era prima de un estudiante que convivía con nosotros en la pensión. Te cuento, traía un Mercedes descapotable último modelo exclusivo para México. Cuando supo que su gran amor era de la familia de mi compañero, insistió en que se la presentase. Así fue, ella estudiaba el último curso en un colegio de la ciudad. Allá apareció en el colegio con un regalo. Otro día, le envió un ramo de flores. Pero la cosa no marchaba. Tan enamorado estaba, que contrató a unos mariachis mejicanos. No funcionó.

Pero vayamos al asunto de Suárez. Yo escribía algunas cosas de deportes para este periódico. Sucedía que la selección española estaba concentrada en Santiago para jugar el Campeonato del mundo en Londres en el 66. Yo quería hacer méritos para el periódico. Éramos jóvenes y atrevidos. Convencí a un fotógrafo y a mi amigo mejicano para que nos llevase a Santiago.

Allá nos fuimos los tres. Al llegar, un directivo nos puso problemas para entrevistarles. Cierto es que nuestro descapotable último modelo impresionaba en cualquier sitio al que íbamos. Esa tarde, observé que los jugadores estaban en la terraza del hotel. Preparamos nuestra táctica. Allá fuimos y aparcamos el Mercedes justo delante de ellos. Después, entramos en el bar. El plan salió bien. Se nos acercó Luis Suárez. Preguntó quién era el propietario del coche, muy interesado en él. Estuvo muy jovial con nosotros. El mejicano le invitó a dar una vuelta y le dejó la llave. Después, nos presentó a algunos jugadores y allí estuvimos casi toda la tarde. El fotógrafo hizo las fotos que quiso y yo no paré de entrevistarlos. 

(Cuando llegué a la redacción, nuestro jefe de deportes, el inolvidable Arquero, alucinó. Aún recuerdo el titular: “Optimismo e ilusión en nuestra selección”. Ay, aquel viaje también alivió la tristeza de nuestro amigo mejicano).

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