Ocho funcionarios se encargan de enterrar y exhumar cuerpos y mantener el cementerio de San Francisco

‘A los ocho años ya quería ser enterrador’

 ‘Pote’, Pablo, Juan y ‘Quintas’, enterradores. (Foto: Martiño Pinal)
El cementerio de San Francisco está al cargo de ocho empleados municipales que entierran, exhuman, limpian, reparan, garantizando el mantenimiento general del camposanto. Algunos, con más de 20 años de experiencia, lo han visto todo.
Aquí se baila a diario con la muerte. Y no pasa nada. Es arriesgado decirlo, pero a menudo los lugares más inhóspitos son, tras un período de adaptación, los más acogedores. En el cementerio de San Francisco, gente como Francisco Pérez, alias Pote, o su hijo Pablo, o Juan González, o Pepe González, alias Quintas, lo hacen todo más ameno. Bastante plomazo es la muerte. Ellos son algunos de los empleados municipales que agotan su jornada laboral entre tumbas. Son los enterradores, exhumadores, conservadores de San Francisco: una tripulación de ocho personas. Hombres simpáticos, generosos, atentos.

Pote se dedica desde hace 23 años a esto. Tiene en la cabeza la ubicación de decenas y decenas de nombres asociados a sus lápidas. Como uno sabe donde guarda los objetos en su casa, él conoce donde habitan muchos de las almas en San Francisco. El guía perfecto. ‘He visto de todo’. De todo, relacionado con la muerte. Lo que se puede imaginar, y lo que no. Entre lo inconcebible, el estupor al hallar ‘cuerpos enterrados hace 40 años y que están como el primer día, encartonados, conservados como un jamón’. O la sorpresa de tener que enterrar ‘algunos moteros junto con su casco’. También ha visto de todo relacionado con la vida, como los adictos al cementerio. ‘Hay personas que vienen dos veces al día’, señala Quintas. ‘Rezan, limpian la sepultura, y se van. Y mañana vuelven. Así, llevan cuarenta años’. Son los clásicos del cementerio. Existe otro perfil de visitante no poco común: los que vienen cada pocos meses, y ‘al llegar nos preguntan cómo está su pariente. ¿Y cómo va estar? Pues muerto. Escuchamos preguntas de los más extrañas, como si habrá descansado bien o mal últimamente’, indica Pote.

Algunas escenas están al alcance sólo de Berlanga. ‘Un día’, relata Juan González, ‘tuvimos que echar a una familia del cementerio porque comenzaron a discutir sobre la herencia. Habían traído hasta abogados, y aún no habíamos enterrado el cuerpo, se enzarzaron a gritos en la partición del patrimonio’. Juan tiene claro que, para dedicarse a lo suyo, ‘hace falta estómago’. Pero no sólo. Años atrás le tocó enterrar en solitario a un hombre de 263 kilos. Lo que sugiere que a mayores hace falta pulmón.

¿Miedo a los muertos? Todo lo contrario. Son de fiar. ‘A mí esto me gusta’, confiesa Pablo Pérez. Su padre le legó el gusanillo y el buen humor. ‘A los ocho años ya quería ser enterrador. Me preguntaban, ¿niño, qué quieres ser? Enterrador. Lo mío es vocación. Me atrae. Pero lo que me gusta es exhumar, sacar, como si fuera un arqueólogo’.

Sentido del humor


Despojados de toda idea timorata sobre los cementerios, los enterradores de San Francisco han sabido hacer del humor su punto fuerte. ‘En este trabajo hay que reirse’, asegura Juan González. Han enfrentado demasiadas cosas como para saber de la importancia del humor. ‘Cuanto más negro, mejor’. Sólo así pueden contar anécdotas tan maravillosas como las que van repasando. ‘Impublicables, por supuesto’.

Cada entierro es una aventura. ‘Nunca sabes qué vas a encontrarte al abrir una sepultura’, afirma Juan. Hace 10 años, ‘íbamos a exhumar a un hombre que la familia quiso trasladar a otro cementerio. Su hijo no lo había conocido en vida. Y ese día, al destapar la tumba, descubrió a su padre perfectamente embalsamado y vestido de Elvis Presley, con su traje característico, su tupé y sus patillas. En perfecto estado de conservación, a pesar de que habían pasado 31 años desde su muerte. Estaba impecable, como Lenin’. Su cuerpo había llegado embalsamado de Alemania, en caja de zinc.

En tanto que observadores del fenómeno, los funcionarios de los cementerios detectan una decadencia imparable del culto a los muertos. ‘En Santamariña, en los nichos de alquiler, si después de cinco años la familia no renueva el arrendamiento, se levantan los restos. Eso da pie a una media de 40 levantamientos al año. Pues 35 se van a la fosa común. Cada vez se pasa más de los muertos, advierte Pablo Pérez’.

Entretanto, asisten de vez en cuando a milagros como ‘los fuegos fatuos. En ocasiones, si queda mal sellada una lápida, tres días después del entierro, producto de los gases de la descomposición, se ve algo muy parecido a una aurora boreal’, asegura Juan González.

RECORRIDO POR LA PROVINCIA

El Día de Todos los Santos pone en evidencia carencias como la falta de espacios de algunos de los principales camposantos de la provincia.

Es el caso de Verín, que está saturado desde hace años. La compra de un nicho es casi imposible pues no hay sepulturas, mientras la demanda de este servicio crece. Para atajar el problema, el Concello señaló como prioridad la construcción de un nuevo cementerio cuya ubicación ya está prevista en el nuevo plan urbanístico, concretamente en terrenos situados entre Cal deliñas y O Salgueiro.

En similar situación, se encuentra el de Ribadavia, cuyo PXOM reserva espacio entre las localidades de Prexigueiro y Francelos. En Carballiño, el Concello todavía no halló solución a este problema, pese a que ya no dispone de terreno para nuevas construcciones. Su adquisición es cuestión de negociación.

La demanda de los últimos años para la adquisición de una sepultura en Allariz fue sufragada tras la ultima ampliación, ejecutada por el Concello en 2008. Con la incorporación de los nuevos nichos, el camposanto ubicado en Vilanova dispone de 600 plazas, entre las dependencias parroquiales (con aproximadamente 250 sepulturas) y municipales (cerca de 350 nichos).

En Celanova sí

hay Dentro del cementerio de Celanova, donde hay cerca de 800 sepulturas, existe espacio para la construcción de 120 nichos más. Una cantidad suficiente, según el párroco César Iglesias, para atender la demanda. ‘Aunque cada vez hay más gente que opta por el camposanto celanovés, en vez de los ubicados en las parroquias, la demanda es de 20 al año’.

En O Barco no es cuestión de saturación sino de abandono. Los días previos a esta jornada, el Concello tuvo que emitir un bando advirtiendo a los propietarios de los nichos que de mantenerlos mal acondicionados comenzará a retirar concesiones. Esta medida va más allá de la imagen pues el objetivo es evitar que haya lápidas rotas que generen caídas, como la que registró una mujer hace algunos meses, y casos como el de un vecino que tapaba su nicho con el somier de una cama.


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