OBITUARIO

Arturo Baltar, para siempre en A Barra, su lugar preferido

En un entierro casi íntimo y sin autoridades, A Barra despidió a su vecino más distinguido. Tras una celebración religiosa en la Iglesia Santa María de A Barra, los restos fueron trasladados nuevamente para su posterior incineración.

Este era o seu lugar preferido”, “Non hai lugar mellor para el”, decían casi al unísono Acisclo Manzano y Xosé Cid, dos de los escultores presentes en el entierro de Arturo Baltar en Santa María de A Barra (Coles), la iglesia venerada desde su infancia. En ella, un retablo en tríptico recoge todos los misterios religiosos que desde niño alimentaban la imaginación de un hombre muy fervoroso.

Son casi las cinco de la tarde. En la puerta de entrada un campanario repica las campanas entre sol y sombra, la tarde está fría, pero el sol ha querido hacer acto de presencia; las repica como sólo en las aldeas y en estos menesteres se suele hacer. “Qué bien suena”, comenta con cierto alborozo Maribel Outeiriño. Lo que se presuponía un entierro de lo más concurrido, al final no lo es tanto, al margen de los citados, Baldomero Moreiras, Ramón "Eiriz", su inseparable amigo y constructor de todos los montajes que han acompañado al artista casi desde el inicio, Delfín Caseiro, Quique Fidalgo, Xaquín Vales y un reducido grupo de amigos -entre ellos los hermanos Prego, muy unidos- y familiares, con su compañero Pepe Luis a la cabeza. No hay representación institucional, salvo la de Pepe Araújo, Ánxeles Cuña, de En Marea, Paco González, gerente del Marcos Valcárcel, o la ex edil Isabel Pérez, que fue quien sumó para la ciudad la Casa Museo. Entre los presentes no hay tristeza, es el final de un gran hombre que deja una huella imborrable, pero los congregados son conscientes que llegado el final, el de A Barra, era su lugar preferido. Que la tierra te sea leve, querido Arturo Baltar.

“Seguro que nos está mirando dende arriba, dende o ceo”. “O que é seguro e que está xa no seu Belén, botando unhas boas risas do que estamos facendo”. Son los escultores Acisclo e Xosé Cid los que continúan el debate, en la explanada al lado de la iglesia mientras llega el féretro. No es un momento triste, la vida del artista fue plena y deja un inmenso legado para una ciudad que siempre lo arropó y donde contó con un nutrido grupo de coleccionistas, que no dejaron nunca de admirar las piezas que tenían bajo su custodia. En la exposición tributo a su trabajo de hace una década, en el Centro Cultural, fue el apartado de los coleccionistas precisamente el de más presencia, y el artista no quiso defraudar a nadie. 

Todos hemos imaginado cómo será el día de un sepelio de un ciudadano meritorio, que aporta una obra donde se reúne lo mejor de la herencia iconográfica religiosa con un costumbrismo alimentado de los mundos literarios de Vicente Risco o Blanco Amor, uno se lo imaginaba nutrido, craso error. Más allá de sus incondicionales amistades, y de un escueto grupo de artistas, la ausencia de mayor representación institucional fue la nota dominante y la pincelada a su vez más sorprendente. 

Arturo Baltar, con su personalidad compleja, su sensibilidad y su generosidad lo disculpaba todo. Es seguro que en el futuro se le dedicarán homenajes, medallas y expedientes de honor pero en la escenificación en la muerte de uno de los grandes se espera siempre notable presencia; no es cuestión de comparanza, pero el día de la muerte de Blanco Amor -como atestiguan las fotos de la época- el cementerio de San Francisco agrupaba un gran número de ciudadanos; qué decir del día del entierro de Otero Pedrayo, donde la multitud se agolpaba entre los panteones. Aún así, en A Barra, a 20 kilómetros de Ourense, la despedida fue sentida.

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