La belleza de los gestos solidarios

Las ucranianas Anastasia, Aysha e Inna huyeron de la guerra y acabaron por conocer a Olena Yurkiv, una compatriota asentada en Ourense, que reconoció la profesionalidad de estas tres refugiadas para trabajar en su salón de belleza.


Siete meses después del inicio de la invasión de Ucrania por parte de Rusia, más de cinco millones de refugiados ucranianos se han dispersado por toda Europa para huir del conflicto. Estas personas no han tenido más remedio que dejar atrás sus casas, sus posesiones y, en definitiva, toda la vida que las fuerzas rusas les han negado en una incursión que está siendo especialmente cruenta. 

Reubicados en otros países a lo largo y ancho del continente europeo, los desplazados han tenido que recurrir a la ayuda de administraciones foráneas y entidades humanitarias para adaptarse a su nuevo entorno lejos del hogar. En algunos casos, o de la solidaridad de compatriotas expatriados que los acogen y les dan las oportunidades y los recursos para seguir adelante.

Este último caso es el del salón de belleza Solena, regentado desde hace seis años por Olena Yurkiv, oriunda de Ternópil, región al oeste del país eslavo. Olena ha empleado a otras tres mujeres ucranianas en su negocio, situado en el centro de Ourense. Durante la entrevista, Yurkiv, asume el papel de intérprete de sus compañeras, que apenas hablan un poco de castellano desde que llegaron: ellas son Anastasia Apanasenko, Aisha Reshetnyak e Inna Partanenko.

Las marcas de la guerra

Anastasia, la más joven con 21 años, es de Kiev. Llegó a Ourense el 12 de julio tras dejar Ucrania el 28 de junio con su pareja. “Su novio pudo salir del país porque es estudiante”, traduce Olena. “Ahora mismo no dejan salir a ningún hombre de Ucrania, tuvieron suerte de poder escapar”, añade. Su familia sigue en la capital, con la incertidumbre que conlleva: “Suenan sirenas y hay avisos de bombardeos constantemente, pero están bien”.

Aisha, de 40 años, procede de un pueblo de la región de Zaporiyia, una de las zonas orientales que más ha sufrido desde el principio de la guerra. “En febrero vivimos 13 días sin conexión telefónica y sin luz cuando hacía mucho frío; dormían vestidos”, relata. Cuando las fuerzas rusas ya estaban ocupando la periferia de la región, su exmarido, que vivía a 100 kilómetros del pueblo, cruzó el frente para comprobar que Aisha y sus dos hijos se encontraban bien y los sacó de lugar, evitando bombardeos y campos minados. A mediados de marzo subieron a un tren en Leópolis con las pertenencias que pudieron rescatar hasta que, finalmente, llegaron a Ourense el 20 de marzo como parte del grupo de 58 refugiados que acogieron en el Seminario Menor. “Son recuerdos muy duros”, apunta.

Por último, Inna, de 37 años y originaria de Járkiv, dejó Ucrania el primer día de marzo por vía férrea: “Le llevó tres días llegar a la frontera con Polonia tras esperar mucho tiempo en largas colas de pasajeros”, explica Olena. “El tren tuvo que parar, esperar y cambiar de vía bastantes veces por culpa de los bombardeos”. Inna pasó dos meses en Polonia y, después, un tiempo en Barcelona hasta que vino a la ciudad de As Burgas el 12 de julio junto a su marido y su hija. Sin embargo, aunque le da vergüenza contarlo, al llegar a España le robaron el bolso donde guardaba dinero y objetos de valor; lo denunció ante la policía, pero no ha vuelto a saber de sus posesiones.

Una nueva vida

Olena fue conociendo a cada una de las refugiadas durante su labor como traductora voluntaria, la suerte quiso que ellas fuesen expertas de su sector. “En Ucrania hay mucha cultura de estética, allí las mujeres se arreglan mucho, y, a raíz de esto existen muchos profesionales de la belleza”, explica Olena.

Anastasia, Aisha e Inna, al igual que sus familias, se adaptan poco a poco al idioma y a su nuevo hogar en Sobrado do Bispo, en Barbadás, donde conviven con una treintena de refugiados. Con todo, trabajar en una lengua tan diferente del ucraniano tiene sus complicaciones: “No siempre tienen la capacidad para saber qué quieren las clientas, pero para eso estoy aquí”, asegura Olena.

Con todo, de vez en cuando las barreras idiomáticas crean situaciones entre lo ridículo y lo delirante. Una vez, cuando Aisha acudió a una consulta odontológica, el dentista intentó decirle algo haciendo uso de la aplicación de traducción automática de Google y la frase en ucraniano que salió del altavoz la hizo estallar en carcajadas: “Ahora voy a pegar al mono”.

Para remediar estos obstáculos, las tres acuden a lecciones para aprender la lengua castellana. También los hijos de Aisha e Inna, en edad escolar, acuden a clases en centros ourensanos para adaptarse a su nuevo hogar y poder recuperar los estudios. No obstante, tras el trauma de la guerra, les resultará difícil acostumbrarse a una parte de la cultura local: “Cuando llegan las fiestas y se oyen petardos, los niños, y todos en general, se ponen muy nerviosos”.

Para distraerse y quitarse de la cabeza el recuerdo de las bombas y las alarmas, estas tres mujeres y sus familias recurren a los estudios y al trabajo: “La verdad es que intentamos no leer las noticias”, dice Anastasia.

A pesar del buen trato y la ayuda que han recibido, desean que acabe la guerra para poder volver a casa. El ímpetu de regresar es tan fuerte que tienen noticia de otros refugiados ucranianos que están de vuelta a Járkiv incluso cuando los ataques rusos no cesan.

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