Caminos al Monasterio de Naves

Sin salir de los términos municipales nos acercamos tres de dispersa distancia, tal como el momento exige, al mosteiro de Naves, de una pequeña comunidad benedictina. Naves, de Santa Comba intitulado, que podría ser columba o incluso pomba o paloma, conserva sus muros destejados, el interior y parte del exterior colonizado por la arboleda y una singular vista de la capital de la auriense diócesis. Naves, constituido en priorato, allá por el siglo XII pasaría a depender del monasterio de Celanova, aunque algo de independencia tendría cuando un prior se intituló abad. Con Rocas los dos prioratos que más rentas proporcionaban a Celanova, a pesar de los constantes ataques y depredaciones de los caballeros del cercano castillo de Alba de Búbal (Albeiros- Amoeiro-) sobre sus bienes y monjes. Cuando la Reforma cisterciense de principios del XVI, se resistiría su prior, fray Ares, que hubo de ser desalojado por la fuerza de las armas. Bienes y derechos pasarían al monasterio celanovense, hasta su ruina definitiva en el XIX con la Exclaustración. En la ladera de esa casi cordillera que se cae hacia el Miño, ya por Eiras Vedras, Barrio o Untes, la ubicación monástica de por si atractiva, y el acceso por un camino de carro, que empedrado en su época de esplendor aún conserva sus muros, paramentos y empedrado en algún tramo que lo hacen atractivo si lo emprendieras desde esa enxebre Eiras Vedras. Y fuese así como dos años pasados me fui de nuevo a Naves que recuerdos gratos de otras marchas, en la que esta vez dispersos siguiendo la norma, pero comunicados, de lo que se encargaba la más potente voz de alguno porque la apagada de otro haría imposible tal comunicación. Un maestro yogui, de compañía, que tal mejor no se hallare para impregnarnos de ese misticismo y recogimiento que en la era moderna solo estas formas de pensamiento oriental son capaces de proporcionar. El otro acompañante, de tan reposado tono que jamás lo elevaría, pero de tan silente como sapiente en cosas de piedras, antigüedad, de ineludible acompañamiento, y uno, el narrador, que más se place en prestar oídos a todos que en martirizar los ajenos aunque predispuestos fuesen. Fue como empezar la andadura hacia la media cima de la montañosa ladera entre cuya fronda, semioculto monasterio dotado de un misterioso halo que solo las ruinas transmitir saben. Loureiros, xestas, sobreiras, carballos, rodean el pequeño monasterio en ruinas de solo paredes o naves, destejado; en el interior con algunas piedras o sillares caídos, dovelas que aún aguantan los arcos y una cancela de chapa como queriendo tapar el acceso, cuando a la búsqueda de una capilla externa nos hallamos, ubicar la cual por el poco tiempo disponible posible no fue; después, cuenta nos daríamos que dentro del recinto, así que continuamos de ascenso a la diseminada aldea que da nombre al mosteiro o viceversa; cuando el sol se desparramaba con generosidad, arribamos a Palmés, que más adelante, ya en a Conchada, nublado; aldea ésta de restauradas casas y estrechas rúas que habitable lo hacen, aunque de contados vecinos, y nosotros por un camino de carro, entre una carballeira salpicada de pinares, de tan enlamado y machacado por el tractor que deberíamos aplicarnos a no resbalar, el cual nos dio acceso a Burata, una aldehuela de restauradas casas, que el nombre da al túnel más largo del Ave a Santiago. Fue como un desembarco en asfalto aunque por escaso tiempo porque yendo por amplísima y térrea pista, sacrilegio nos pareció, por inesperada, la inmisión de auto. En esto dimos con otra aldea, Vilariño, con el lugar de Lagar de Abaixo, al lado, que acaso así por nutrirse sus bodegas de las viñas que sembraron los sucalcos de estas caídas de Beiro-Palmés hacia Eirasvedras, Barrio o Untes, como delatan los numerosos bancales, hoy que de tan colonizados por las frondosas que sospecharse no pudiera que las viñas fructificando allí. Al paso por Abeledo, que todo dentro de los términos municipales como el confinamiento obliga, uno no deja de evocar que por allá de cierta frecuencia cuando un más amigo que mecánico, atendía alguno de mis vetustos vehículos, a pesar de su sonrisa invitando a hacerme con coches con menos taller; sería porque su buena disposición me confundía, yo seguía trayéndole aquellos históricos: 2CV, Mehari… En la misma románica de Castro de Beiro, porque la de Sta. Eulalia, la del famoso párroco apodado “el cura de Beiro”, Basilio Álvarez, vehemente tribuno y agrarista, distante a un kilómetro, pondríamos fin a la marcha no sin evocar las tantas subidas en bicicleta de cada primero de año por la misma Costiña de Canedo (27% en algún tramo), bandeja y copas en ristre: toda una demostración del camarero y corredor, Saturnino González, cuya singularidad le valió alguna exhibición en la misma Vuelta a España.