Castillo, ermita y lagunallos

Por el flanco norte que cierra la llanura de la Alta Limia, la Antela, discurrimos un sabatino atardecer bajo una nubosidad que, de amenazante en revertirse en tormenta, iría diluyéndose a medida que la tarde avanzaba y dejaba una más que brisa en las alturas de más de 200 metros de algunos circundantes montes sobre la planicie. Al paso por lo que queda del recio castillo de Sandiás, su torre del homenaje, con casi dos flancos derruidos, recuerda uno que llamada así por un tal caballero Sancho Díaz o Dias, de aquí lo de Sandiás, o también das Pegas o torre do Castro, porque emplazamiento de una fortificación de la edad del Hierro. Por este castillo, que formaría, como nobiliar dependiente del de Allariz en una época, un conjunto de fortalezas límicas con el de Pena de Portela, Ribeira (del que no quedan piedras, a pesar de ser el más fuerte), Celme tampoco, castillo real, y Porqueira, episcopal. Nunca deja uno de evocar el sitio y toma (no documentada) por Pedro Álvarez de Sotomaior, Pedro “Madruga”, del que así se decía por cercar los castillos antes del canto del gallo. Un Pedro “Madruga”, historiado por Vasco de Aponte, bastardo de D. Álvaro de Sotomaior, pero, uno de los, digamos nobles, más conocidos del casi extinto Medievo, vencedor de Os Irmandiños en Santiago, preso por los maldichos Reyes Católicos, apresado por ellos en su campaña de reducir a la levantisca nobleza gallega, fallecido, o más bien dejado morir o matado en prisiones castellanas. Evocaciones que, inevitablemente, vienen a la memoria, al paso por estos recintos tantas veces visitados cuantas menos saludado, por no hallarse a nuestro paso, un exhimio y vacacional vecino, en Santa Ana, casi a su sombra, el abogado Alfonso Pazos. Vimos el casal, porque así figura en los mapas, pazo do Espido. Fue como antes del paso por la iglesia de Sandiás, románica, y plateresca en su fachada, con soberbia torre con dos campanas, tres saeteras, lo que deja muestras de su aspecto defensivo en tiempos en que la seguridad deberían procurársela los propios párrocos, blanco de atracadores por crérseles poseedores de los escasos dineros de aquellos tiempos. La llamada de los altos donde se asienta la más que ermita de San Benito da Uceira o San Bieito, nos impulsaba a tomarla por caminos vallados de muretes pétreos bajo la densísima carballeira, aun no de plenas frondas, por corredoiras que por falta de uso devienen en tan vegetadas que el paso impiden y debe tomársela a campo traviesa, que fortuna para nosotros al hallarnos en floridísimo y amarillento carqueixal, desde el cual accederíamos a amplio camino herboso, con la vista puesta en el lugar de O pico Canteriño o Castelo, a 896 m. por los 600 y un poco más de altitud de la llamada Limia Alta, que por la más alta cima del monte se tiene y que aunque vinculación nominal por castillo, acaso un castro, pero nosotros de desvío a San Bieito con ingreso entre densa arboleda, de muy cuidados setos en su entrada, con murete balcón de amplia panorámica sobre A Limia, más ahora por unos carballos que antaño vigorosos reducían la vista. Por el 5 de cada abril los romeros suben, carretera adelante, desde Sandiás, esos 2 km. para obtener, algunos, la sanación de enfermedades cutáneas; los más, por devoción, tradición o simple diversión. Fue continuarla hacia Novás, una aldehuela aún habitada donde al paso dos mujeres se disponían a un caminar devoto hacia el santuario da Uceira para la vespertina misa. Breve parlamento porque la hora instaba y el santuario a más de cuarto de hora de caminar. Dispusímonos al retorno con dos ladrantes canes, uno enjaulado y el otro como desde terraza asomado, cuando de tránsito a la vera de un pinar, en Leiras da Tapada, intención había de allegarse hasta los altos del monte da Raña, sobre Novaiño y Piñeira, la de Arcos, o los artificiales lagunallos en la llanura, producto de extracciones de areneras arrasadoras, reconvertidas y asiento de gran variedad de ánades, cormoranes, cigüeñas, garzas y reptiles que aún es dado ver. Ni uno ni otro lugar visitamos, porque el cercano auto invitaba al cese de la caminata. Aquella llanura, casi un mar de árboles, arrasada en sus carballos por la llamada concentración parcelaria, y por el Iryda (Instituto de Reforma y Desarrollo Agrario) que a la labor de tala total se aplicaba en la desecación de lo que de la laguna de Antela quedaba, antiguo solar de pobladores palafíticos como en su día estudió Conde Balvís, para dedicarlas a tierras de labor, una cuantas improductivas hoy en día, que propiciaron tantas granjas de porcino acabaran por depositar unos purines remansados por el embalse de As Cunchas, esas cianobacterias que tanto saltaron a los medios de comunicación.