REPORTAJE

El claxon que da vida a los pueblos

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photo_camera El panadero Juan Lois, con una clienta de su ruta habitual al lado de la furgoneta de reparto.

Los distribuidores a domicilio son un "servizo social" y una garantía para que vecinos del rural tengan pescado, carne o pan bien fresco. Sus bocinazos avisando de la llegada cambian de color al pueblo. Alguno tiene hasta 70 paradas en su ruta 

A las 11,00 horas de un viernes de verano, la aldea de Siabal, en el concello de Paderne de Allariz, no tiene mucho que envidiar a muchos barrios de la ciudad. No es la Gran Manzana de Nueva York pero el flujo de personas entrando y saliendo de las casas es, cuanto menos, gratificante, analizándolo en términos de futuro para el rural ourensano. A esa hora coincide el claxon de los pescados con el del pan, mientras pasan un par de distribuidores de bebida para el súper. Todos son bastante jóvenes y, ante todo, héroes anónimos que llenan de vida el rural a diario, aunque, a lo mejor, no se les rinda el tributo que merecen.

La pérdida de servicios en el rural es algo recurrente en las informaciones de los periódicos; cada vez hay menos bancos, menos tiendas, menos gente; pero hay resistentes que luchan a diario para evitar su abandono. Llegan hasta la puerta de todas las casas de las aldeas más recónditas y minúsculas. Fina, una vecina que sale a por el pan, lo agradece: "Os mozos do peixe danche boa alegría cada vez que veñen, así dá gusto".

No pasan por el pueblo todos los días, sino que tienen rutas programadas. Son los pescaderos a domicilio. Raúl Alarcón reparte con un compañero por diversas comarcas del rural. Él empezó más tarde que su compañero, que ya lleva siete años en esto. "Que no me hablen de estar cansado, que me he levantado a las tres de la mañana para ir a la lonja de Vigo y aquí estamos. Y hoy nos toca hacer 45 paradas", indica, sorprendentemente con energía. Son las 11,00 horas de la mañana. Llegan desde San Cibrao, pasan Paderne, y acabarán en la zona de Maceda. "Los peores días son los martes, en la ruta de Xunqueira de Ambía, en la que hacemos más de 70 paradas", señala. ¿Lo mejor? "La amabilidad de la gente y el trato humano. Ya conocemos a todos y son buenas caras casi siempre".

Carlos Otero, un vecino que se acerca al sonido del claxon lo tiene claro: "A verdade é que eu subo ás mañás a aldea os venres que sei que veñen eles, porque está moi bo, traen o peixe ben fresquiño", asegura . Alarcón y su compañero lo corroboran: "Siempre lo tramos fresco recién llegado del puerto". A mitad de camino, intercambia producto con una panadera que le pide un poco de congrio para la empanada. Intercambio de prestaciones, un par de chistes con los clientes y a seguir para adelante.

Otros de estos valientes del rural es Juan Lois, de la panadería de O Vilar. Se levanta cada día a las 7 de la mañana para surtir de pan y bollería a buena parte de los restaurantes de la capital antes de empezar sus rutas diarias por el rural. Hacia las nueve de la mañana ya está por Paderne con ruta hacia A Derrasa, llegando incluso a la cárcel de Pereiro. "Tamén lle levamos o pan, igual algún xa quedo alí", bromea Lois. Hace cientos de kilómetros diarios: "Non gañamos para a furgoneta".

No para quieto hasta las 15,00 horas. Por las tardes, a dormir, porque a las 02,00 horas vuelve a estar al pie del cañón para hacer tanto pan como empanada, con la ayuda de su mujer y los empleados.

"Agora hai que andar con ollo ao deixar a bolsa á vista nas portas porque xa hai veciños aos que lles roubaron o pan e os cartos", indica su mujer. "Hai quen paga por semana, quen paga por mes...", puntualiza. Y es que la picaresca de algunos impide conservar tradiciones tan puras como las de dejar una bolsa y el dinero colgado en la entrada de casa para hacer un intercambio limpio con el panadero cuando alguien no está en casa.

UN “SERVIZO SOCIAL"

Lois no es un simple repartidor a domicilio, ya que ayuda a los vecinos con todo tipo de servicios sociales. "Ás veces levámoslles as medicinas da farmacia, cando me dan o recado, levámolas ao médico, ao final a metade da xente que está a xente maior facémoslles un servizo social importante", relata. Cuando empezó el runrún de que saldrían de circulación los billetes de 500 euros, a Lois le crecieron los enanos. "Como é tan de confianza, empezaron a aflorar os billetes e a xente pedíalles que llos cambiara e máis dun pagáballe as barras co de oitenta céntimos co billete", relata su esposa, mientras él arranca a toda velocidad. "Iso é para que vexas como se fían del, porque a outros repartidores non creo que lle desen o billete". En verano, duplican facturación, pero en invierno toca la dura realidad. "Moita xente non ve máis que ao panadeiro a diario, sobre todo na época de frío", señala.

Otro de estos héroes es Fernando Vázquez, que mantiene un supermercado en la aldea de Siabal. Reparte por Penelas, Pereiras, Siabal, Paderne y, básicamente,a donde le piden. No tiene ni cantidad límite para el servicio a domicilio, no le hace falta. "En la capital puedes tener 200 ó 300 personas con tickets de 7 euros; aquí si vienen 30 se dejan 70 euros cada uno", relata. En teoría el horario de reparto es de 16,00 a 18,00 horas, pero se adaptan a las necesidades. "A veces vienen clientes con algún vecino que los coge de camino y los llevamos de vuelta para su casa con la compra, damos un servicio integral", asegura.

Vázquez intenta vender a precios competitivos, su principal obstáculo, por eso se han unido a una marca nacional en forma de cooperativa. Ahora en verano triplican lo que se puede hacer en invierno, pero aquí también funciona el marketing. Reparten folletos por buzoneo en todas las aldeas para que los conozcan. "La gente nos llama para preguntar por las ofertas que dejamos, se fijan más que la capital".

¿Y hay futuro? "Hay. Esto funciona, ya estoy a punto de abrir otro por la zona de Barbadás", dice Vázquez. Menos optimismo en la panadería: "Cada vez hai menos xente, aquí en 50 anos quedará pouco". 

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