Cuando la arquitectura es arte

Los premios del Colexio Oficial de Arquitectos de Galicia cerraron su convocatoria con un total de 197 propuestas, 18 de ellas llevadas a cabo en territorio ourensano. La capital suma ocho. Las diez construcciones restantes pertenecen a los concellos de Ribadavia y Allariz, con un par cada uno, además de Quintela de Leirado, Carballeda de Avia, Xinzo de Limia, Cenlle, San Cibrao y San Xoán de Río. Las diferentes categorías del certamen recogen todo tipo de iniciativas arquitectónicas, como las construcciones de nueva planta y las obras de restauración y rehabilitación, e incluso arquitecturas efímeras y de diseño. Antes del fallo del jurado, que se dará a conocer el 25 de septiembre, repasamos la historia y objetivos detrás de cuatro de las obras más singulares del concurso. La fachada escondida El arquitecto Fernando Martínez Lamas estuvo detrás de la transformación del convento abandonado en la rúa Santo Domingo en la actual clínica de Floreano Vázquez. Lamas recuerda que fueron tanto el dentista como su mujer, Conchi, quienes impulsaron la transformación del edificio, uno de los escasos palacetes de la ciudad, entonces en estado de ruina. La máxima a seguir por el autor de la rehabilitación fue “un exquisito respeto”, porque “es un edificio tan especial que no puedes obviar todo su valor añadido. Era prioritario poner en valor lo preexistente”. Tanto, que respetó incluso la cúpula y detalles de carpintería del recinto abovedado dedicado a la oración, que en la actualidad funciona como sala de espera. Buena parte de las complicaciones se derivaron de la escasa altura del sótano, apenas 1,80 metros. Las palabras del propio Lamas revelan la dificultad de la intervención: “Tuvimos que descender bajo la cota de cimentación del edificio original, con una nueva excavación”. En cuanto a la carpintería del edificio, “lo que no se pudo restaurar, se mimetizó”, sostiene. Además, lograron replicar la fachada posterior en otra interior, que complementa, como una joya escondida, a su gemela, la cual se lleva en solitario los halagos de los caminantes que la observan cada día. Mientras, su acompañante aguarda oculta. El arquitecto añade que una de las peculiaridades de la obra, completada de 2017 a 2019, es que el PXOM permitía construir una altura más, lo que se logró realzando la cubierta, sin colocar otra fachada, “ya que los remates de su cornisa son muy singulares”, valora. El gran reto fue precisamente “aumentar el volumen respetando al edificio”, que escanearon empleando técnicas modernas para rescatar millones de puntos de información: sus relieves, un azulejo, hasta la mirilla de una puerta. Ahora, Lamas agradece la labor conjunta, “a Floreano, a Conchi, al arquitecto Pablo López Prol, a la constructora, al aparejador, Jesús López, o a Javier Requejo, que intervino en la decoración, entre otros”, celebra, para conseguir el mejor resultado en una obra donde aparece, como silencioso protagonista, “el cariño por las cosas”. Un ser "mutante" En la categoría de obras de interiorismo, se encuentra la reforma de la antigua nave industrial de la rúa Manuel Murguía para conventirla en el espacio cultural Mur Marxinal, que sus propios huéspedes definen ya como “un ser híbrido, mutante”. La arquitecta Sandra González Rodríguez da cuenta del proceso de elección del local. “Nuestros clientes querían apostar por una rehabilitación, pero no encontrábamos locales del Casco Vello que nos encajaran hasta que descubrimos esta nave industrial de los años 60, abandonada en plena ciudad. Allí nació todo”, recuerda. Apostaron por una arquitectura moderna, pero dejaron en su lugar todos aquellos elementos, testigos del pasado del espacio, que se consideraron de interés, como el tipo de iluminación. Además, construyeron un nuevo volumen, “por lo que puedes observar lo original y lo nuevo, y ambos espacios se distinguen y encajan con el otro al mismo tiempo”, valora. Y, “como en Ourense hace mucho calor, la climatología era importante. La nave no necesita calefacción, porque al ser tan alta el aire caliente (de menor peso) sube hacia arriba, manteniendo fresca la temperatura en su parte baja”. Además, el espacio “no necesita iluminación artificial la mayor parte del año”, gracias a los lucernarios de su cubierta. González celebra ahora que “para el propio barrio, recuperar este espacio dio vida a la zona. Los vecinos te lo agradecen”, y apela a no perder nunca la perspectiva, y crear proyectos con el objetivo de enriquecer el entorno. “É algo espiritual” En cuanto al resto de la provincia, otro de los nominados es el arquitecto Celso Rodríguez Estévez, en la categoría “Residencial de nova planta”, por una vivienda unifamiliar construida en el número 7 de la rúa San Francisco (Ribadavia). El arquitecto refleja que su idea era “botar a ollada atrás, cara outras formas de construír”, porque “hai que manter os pés no chan. Sempre pensamos que o novo é mellor, cando en Galicia sempre se tivo en conta a orientación das vivendas e a súa integración na paisaxe”. “Aínda que hoxe a técnica permite todo”, reconoce Rodríguez, priorizó el uso de materiales tradicionales, como el vidrio, la piedra, el cobre y la madera. La construcción supuso un año y medio de trabajo donde priorizó “o emprego de solucións construtivas simples”, poniendo en valor una dualidad, la de “o carácter intimista da fachada cara á rúa, por un lado, e a rotundidade coa que a vivenda se abre ao río Avia, cunha gran cristaleira”. En busca de la eficiencia, el patio en el que se desenrolla la escalera interior funciona como regulador térmico, para refrescar en verano (cuando el aire caliente entra y asciende hacia el techo gracias a la corriente vertical) y calentar en invierno, al captarse desde la galería la energía del sol. Rodríguez subraya que “o noso labor é educacional. O máis importante, cando fas unha vivenda, é influír positivamente na maneira de vivir dos seus usuarios, reducindo os consumos, relacionando a casa co terreo e a cidade…. É algo espiritual”. Y agradece la labor conjunta de todo el equipo: “Non só Messi gaña os partidos”. La "luciérnaga" del Polígono Dentro de las arquitecturas efímeras y de diseño, aparece el proyecto “Pop Up” para el Hotel San Cibrao, realizado por el estudio Mol Arquitectura. Sus arquitectos Cecilia Muíños y Juanjo Otero explican el proceso creativo, en el que la pandemia tuvo mucho que ver. Su objetivo era ampliar la terraza del local para mantener los aforos aún con las limitaciones a la hora de acoger clientela en el interior del edificio, conformando un nuevo espacio que fuera seguro y se mantuviera ventilado y protegido de las inclemencias del tiempo, todo a la vez. Muíños explica que “se emplearon elementos constructivos que son una alegoría de la situación actual, la cual esperamos que no dure para siempre. Por lo tanto, utilizamos un andamiaje fácilmente desmontable”. Además, la transparencia aporta luminosidad al lugar, donde “la gente está en una especie de invernadero”, explica la arquitecta. Realizaron las obras con recursos limitados (la intervención costó 224 euros por metro cuadrado) y en un tiempo exprés, inferior al mes, durante el parón de la restauración. Cuando se permitió de nuevo la actividad, ya estaba listo. “Empezó siendo como un juego, terminó siendo algo distinto”, celebra Muíños. A la actuación solo le resta un detalle: que la vegetación de la terraza, la cual avanza a otro ritmo, termine de crecer. Su compañero, Juanjo Otero, añade que la luz es protagonista, y de forma bidireccional, en este proyecto. “De noche, se consigue un efecto luciérnaga, resaltando al hotel como centro social en medio de un entorno tan árido y duro como es el del polígono de San Cibrao, de ahí que también se optara por añadir el ajardinado. Y, de día, al ser transparente la cubierta, se cuela la luz natural”, concluye.