Historias de un sentimental

Cuando subíamos al viaducto de Renfe como mirador y lugar de paseo

Panorama desde el viaducto.
photo_camera Panorama desde el viaducto.
Subíamos por un lugar de As Lagoas con toda facilidad

Recordarán que el otro día en este espacio me refería al utilísimo uso que tuvo el estrelladero de San Francisco, como lugar apto para el amor, en aquellas tardes, en el que la estación acabó de triste apeadero, pero que precisamente por solitario, era lugar discreto y prometedor para dar un paseo romántico con la novia o una amiga. Pero aparte de enlazarnos con la meseta de modo más rápido que a través de Monforte de Lemos-León, la línea a Zamora por Puebla de Sanabria prestó a través de sus obras de infraestructura, otra serie de servicios a los ourensanos de aquellos tiempos. Estoy seguro de que más de uno recordará aquellos días en que se puso de moda que subiéramos al viaducto a contemplar las singulares vistas que se nos ofrecían, hacer fotos y también pasear con la novia. Subíamos por un lugar de As Lagoas con toda facilidad. Hace unos años intenté repetir la experiencia, pero me encontré con una inesperada barrera.

La foto con que hoy se ilustra este espacio de recuerdos sentimentales tiene medio siglo y, curiosamente, fue premiada por una revista norteamericana sobre fotoperiodismo entre las mejores secuencias de aquellos iniciales años 70. Como tantas cosas que resultan bien, fue fruto de la casualidad; pero los tonos las secuencias de la foto resultaron un conjunto de enorme impacto. 

A las parejas de aquellos años nos gustaba especialmente retratarnos desde perspectivas de altura con la ciudad al fondo. También lo hacíamos desde la explanada del Seminario. Otra vez que quise ir por allí, me encontré una barrera de cierre para particulares. Y no volví nunca más, tiempo ha.

Los aficionados a la perspectiva de altura y a la fotografía también usamos, en el lejano tiempo en que fue accesible, a la cafetería de la “Torre”. Hice desde este punto una serie de fotos irrepetibles. Creo que es una pena –a no ser que las cosas hayan cambiado—que no se pueda usar aquel espacio como cafetería en otro tiempo. Y si el problema es de seguridad, de desalojo en caso de necesidad, tiene que haber alguna forma posible. En ese sentido, no sé cómo harán en las grandes y cada vez de más altura torres del mundo. Y me refiero a la vida normal, no ya a las catástrofes o los actos terroristas.

Aunque éramos muchos, en aquellos años, los que subíamos al viaducto, no tengo noticia de accidente alguno. Éramos prudentes y como el espacio era ancho, al paso de algún convoy nos apartábamos tranquilamente. Además, no caminábamos sobre la vía, sino por los lados. Conocí a más de un orensano de mi tiempo que presumía de haber cruzado el túnel desde San Francisco, pasando por el viaducto hasta el otro lado del mismo. Y fueron más los que lo usaron de modo frecuente para ir a Puente Canedo como todo un hábito.

Yo sé que esto puede sorprender. Cuando mis padres, siendo todavía adolescente, me regalaron mi primera cámara de fotos, fui a estrenarla al viaducto, por lo que dispongo de una serie de fotos hoy irrepetibles de cómo eran las orillas del río y la perspectiva de la ciudad. Eso me permitió recuperar la imagen del antiguo y hoy desaparecido coiñal, y sus meandros, y la margen izquierda del río camino hacia la mar, sobre la que hoy pasa esa masa de hormigón tan poco vistoso.

En otro momento les iré mostrando alguna de esas fotos evocadoras de una ciudad menos sincopada, tranquila, donde vivíamos sin prisa, disfrutando de las cosas próximas y sencillas. Creo que somos bastantes los que poseemos fotos de ese tiempo y de otros, con las que se podría hacer un gran libro álbum como ya existen otros de ese Ourense lejano y querido, visto a través de los ojos de sus gentes cotidianas. Volveremos a hablar de eso.

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