Túneles, cajeros, soportales o casas abandonadas sirven como dormitorio a las personas que carecen de vivienda

Dormir en la calle: la vida en los márgenes

Voluntarios de Cruz Roja ofrecen un café a un 'sin techo'
No son un caso puntual. Ni tampoco una anécdota urbana. En la ciudad hay al menos 30 personas que duermen cada noche a la intemperie: al abrigo de túneles, cajeros automáticos, cantinas desvencijadas, casas derruidas, sin condiciones de habitabilida ... No hay un perfil único pero a todas les une un gran desencanto vital. La calle en la noche del miércoles 4 de febrero tanto puede ser gélida como peligrosa pero, sobre todo, tremendamente solitaria. Un grupo de tres voluntarios y un técnico de Cruz Roja salen a su encuentro para brindarles un café caliente y conversación.
En un momento en el que los empresarios ajustan sus beneficios y el común de los ciudadanos aprieta el cinturón, hay quienes salen indemnes de la crisis. Porque si nada tienen, nada pueden perder.

Paco, 38 años, acabó el pasado miércoles con 1,20 euros en el bolsillo. Esta era la ‘fortuna’ que le quedaba de los cinco que encontró en la calle un día antes, y de los que sacó buen provecho: 1,50 para que un amigo ingresado en el hospital pudiera ver la televisión y dos para tomar un calimocho en el bar. Él ni piensa en la crisis: ‘En estos niveles tan bajos no la notas’, señala con sorna.

Lleva durmiendo cinco años en la calle, en casas abandonadas, en túneles, a orillas del río... Entre escombros, basura o ratas. Sin luz, sin agua. Pero también sin hermanos, sin su madre, ya fallecida, sin su compañera y sin su única hija. Sólo le queda un halo de resistencia para no dejarse ir, pese a que muy a menudo se le quiebra. Se reconoce muy quemado pero al menos vivo, ‘porque de los 20 colegas que estábamos en la Plaza de la Magdalena ya están casi todos muertos’. ‘Cuando llevas un tiempo en la calle -relata- te vas quedando sin energía, te agotas físicamente porque el frío jode el cuerpo’.

Él, como otros indigentes, sortea el hambre con las raciones que recibe en el comedor social o con los yogures u otros productos caducados depositados en los contenedores de basura de los supermercados, siempre y cuando el encargado de turno no les eche encima lejía o detergente.

A Paco se le nota que ha leído muchos libros en su vida. No sólo se expresa con locuacidad sino que está lleno de razones. ‘El 82% del dinero que se destina a la gente con problemas sociales -argumenta- se va en pagar los sueldos de los funcionarios’.

Sin red social ni trabajo

A él se le antoja imposible ese malvivir entre quienes tienen familia y amigos, ‘siempre que sean de verdad’. Pero se equivoca.

Diego Conde, uno de los dos técnicos que trabajan con personas sin hogar en la Cruz Roja, tiene claro que moverse en la marginalidad no es tan difícil como la gente cree. La falta de una red social -familia o amigos- y la pér dida de trabajo son dos factores, que a juicio de este integrador social, ‘te llevan muy rápido a la calle’. En su experiencia, ha visto como personas con alto poder adquisitivo -léase directivos de empresas-, y una vida normalizada se han acabado hundiendo ante ciertas circunstancias desfavorables (paro, alcoholismo, drogas, patologías psiquiátricas).

Ignacio Javier Bedoya, director de Programas de Cáritas, habla del llamado ‘desencanto de la existencia’, el que procede de las frustraciones no superadas con pasaporte directo a la exclusión. Una situación de la que, según recalca, nadie está libre. ‘Hoy nos va bien, pero pueden pintar bastos en cualquier momento’.

Realidad oculta

En Ourense, subsisten personas sin hogar pese a que esta realidad no esté tan acusada como en otras urbes por el peso específico que tienen el medio rural y las pensiones de los mayores como medio básico de sustento, según valora Miguel Guerra, técnico de Benestar del Concello de Ourense. ‘Aquí contamos con una red de apoyo social que minimiza el impacto de la crisis’.

Aún así los pobres entre los pobres pueden llegar a la treintena, según los datos de Cruz Roja, incluyendo a quienes viven en la calle, el hogar del transeúnte o en viviendas muy precarias. Después hay un grupo más reducido integrado por una población flotante que acude a la ciudad, sobre todo, entre agosto y noviembre.

La luz del día contribuye a invisibilizarlos, pero esta realidad se manifiesta con mayor crudeza al llegar la noche. Entonces aparecen improvisados dormitorios: en el cajero automático de Caixanova en la Avenida das Caldas, el soportal del edificio anejo a la Comisaría de As Lagoas, en la vieja cantina de la estación de San Francisco, en la casas abandonadas de Puente Lebrona, en el dañino refugio de los vapores de As Burgas, en el túnel de la estación Empalme, en O Tinteiro ...

Ser escuchados

El personal y voluntarios de Cruz Roja llegan a recorrer los miércoles por la noche más de 20 kilómetros en busca de personas marginadas que duermen en la calle y a las que ofrecen café o Colacao caliente con bollería para sortear el frío, la lluvia o la soledad.

‘Necesitan de todo, no sólo bienes materiales sino también que les escuchen, que les traten como personas’, asegura Betiana Nieva, una joven de 24 años que realiza sus prácticas en la institución benéfica. Por eso cuando ella y sus otros tres compañeros le ofrecen a las 12,30 horas de la noche del miércoles un café a Paco, en medio de la Plaza Bispo Cesáreo, las palabras le salen a borbotones. ‘La soledad y el rechazo de la gente es lo peor de la calle; no consumo drogas, no pido dinero... pero me tratan como a un leproso y perdón para los leprosos’, señala. Y se siente desubicado: ‘Para los buenos soy muy malo y para los malos soy muy bueno’, sentencia.

Pero en una desapacible noche de lluvia y a sólo cuatro grados hay otros muchos indigentes que han optado por el hogar del transeúnte o por dormir en casas derruidas para no pensar.

No todos aceptan los recursos asistenciales del Concello ya que no se adaptan a la organización grupal. ‘En la calle tienes más margen para separarte’, dice Paco.

Pero el asfalto tiene su precio. No en vano, él y otros muchos ya han sido víctima de ataques de grupos fascistas que ‘iban de cacería’.

Un café con sobaos a media noche como gancho para intentar ayudarles

El proyecto de atención a personas sin hogar de la Cruz Roja comenzó en 2003 simultáneamente en las cinco grandes ciudades gallegas: Vigo, Coruña, Ourense, Santiago y Lugo. ‘Sen teito’ ofrece como gancho un café caliente con sobaos a media noche para acercarse a las personas que duermen en la calle con el propósito de brindarles información sobre los recursos sociales de la entidad benéfica. También hacen un seguimiento en el albergue municipal.

Otro de los colectivos que trabaja activamente con personas excluidas es Cáritas. Este colectivo sí ha notado la incidencia de la crisis económica. Actualmente, ofrece cobertura asistencial a unas 20 personas diarias que acuden en busca de ayudas (alimentos, ropa, medicinas o para el pago del alquiler o recibos). Son vecinos de la ciudad que aunque no están en la calle, están en situación de máximo riesgo.

Según comenta Ignacio Javier Bedoya, han tenido que ampliar el horario de atención al público porque había una lista de espera de hasta 12 días. ‘Antes dabas la cita para el día siguiente pero la demanda de ayudas se incrementó muchísimo’. Por su parte, el Concello gestiona el albergue del transeúnte (41 plazas) en la Praza do Trigo.

La media de ocupación es de unas 20 personas diarias, según precisa el técnico de Benestar Miguel Guerra. ‘Normalmente son varones entre los 20 y 40 años, desempleados de larga duración y que suelen tener problema asociados de salud física o mental’, añade. La norma, que admite excepciones, establece un máximo de tres noches cada tres meses. Porque, según Guerra, está concebido como una especie de servicio de urgencias de los Servicios Sociales para ‘después buscarles otros recursos’. El Concello también gestiona junto a la Fundación San Rosendo el comedor social (junto al albergue). Dispensa entre 80 y 100 menús diarios.



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