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La víctima de múltiples violaciones: “Estoy viva de milagro; me meaba encima por el miedo"

El inculpado de retener 20 días y violar a una mujer dice que ella estaba enamorada y que miente

La fama de violento de Javier Gabarri Jiménez, de 41 años, le hizo justicia en el primer día de vista oral en la Audiencia de Ourense acusado de retener a una mujer en contra de su voluntad durante 20 días, con ayuda de su familia, violarla en repetidas ocasiones, golpearla y hasta someterla a tratos tan degradantes como hacerle ingerir su propio vómito. El resto del clan Madriles -la madre, Ana Jiménez; el padre, Luis Manuel Gabarri y tres hijos, José Luis, Ángel y Alberto- están acusados de cooperadores necesarios en la detención ilegal por la acusación particular, que reclama inicialmente para Javier 40 años y medio de cárcel y ocho para el resto. El fiscal se inclina por 19 y 3 por la complicidad.

El principal inculpado, desafiante en todo momento -llegó a ser expulsado casi al final de la sesión-, no disimuló su carácter bravo e indomable: hace y dice lo que le da la gana. En la sala se convirtió en una bomba a punto de estallar. Amenazó veladamente a la víctima, a la que hizo llorar en plena declaración; increpó a su propia madre, presa de los nervios y los tranquimacines; se encaró con su hermano Alberto (al que amenazó "con un tiro rápido" tras escuchar que maltrató a sus padres y la palabra "violador") y hasta se molestó porque las cámaras del sistema de grabación de la Audiencia le enfocaban. Javier quiso dejar claro que sus normas son las que valen aunque le vigilen de cerca nueve policías y el magistrado que preside el tribunal quisiera ponerlo en su sitio en más de una ocasión.


“Como un perro apaleado"


Cuando la víctima fue conducida por el clan de los Madriles a la Comisaría de la Policía Nacional el 26 de enero de 2018, después de pactar la entrega, vieron a una mujer, peluquera de profesión, con cortes en el cuero cabelludo y el pelo cortado a trasquilones, que olía muy mal, llevaba la ropa sucia, temblaba y tenía múltiples hematomas por todo el cuerpo pese a la miel y el vinagre que le aplicaron días antes. "Era como un perro apaleado en una esquina, tenía mucho miedo", aseguró un agente. En las dependencias de la Unidad de Atención a la Familia y Mujer (UFAM), la denunciante contó una historia de horror en el número 2 de la calle Dalia durante los 20 días que duró su cautiverio pero a la que después, en la instrucción, añadió y quitó escenas porque, según explicó ayer, estaba conmocionada. 

La denunciante ayer implicó a todo el clan. "Estoy viva de milagro y ellos lo saben bien", aseguró tras relatar que no le permitían abandonar la casa, no le daban comida -"solo Ana a escondidas"- y fue sometida a un trato degradante continuado. Relató que Javier la obligaba a beber y drogarse, en parte con el dinero que ella tenía que retirar de su cuenta bancaria; le cortó el pelo, con tirones incluidos, porque no le gustaban las mujeres con melena; tuvo que ingerir su propio vómito y, cuando se orinaba encima presa del miedo, no le permitían que se cambiara de ropa. Eso sí, cuando salía a robar con la familia o pedir dinero a los curas, "tenía que maquillarme". También hubo -aseguró- manguerazos con agua fría en pleno enero y en la calle así como amenazas -"te mato" o "te voy a arrancar los ojos"-.

La mujer reconoció que hubo una única relación sexual consentida con Javier, en la madrugada del cinco de enero, en un hotel de la calle Ervedelo, tras encontrarse en la zona de marcha. Esa noche, según ella, estaba consciente -dice que no bebió ni se drogó porque "nunca" lo hacía- para poder ver la cara  más amable de Javier. "Fue muy cordial en todo momento", aseguró. Ella, que había sido tiempo atrás novia de Alberto, salía de una relación conflictiva. De hecho, tenía una orden de protección en vigor con respecto a su expareja A. cuando ocurrió todo.  No supo explicar cómo fue a parar a la calle Dalia. Según dice, cree que le puso alguna sustancia extraña en la bebida. 


“Soy un drogadicto perdido"


El inculpado, quien se autoproclamó defensor de la familia y "drogadicto perdido", expuso un relato en el que ambos perdieron el control la primera noche que se vieron con mucha cerveza, vodka, cocaína y porros con los que sellar un noviazgo.

 Javier Gabarri describió a una mujer entregada y enamorada que quería casarse . Eso sí, admite que se arrearon mutuamente en alguna ocasión porque "soy agresivo y las drogas y el alcohol me dan mal rollo". Muchos de los hematomas los atribuye a que cayó del caballo de su hermano. Niega que le retuviera contra su voluntad: "Ella se escondía de la policía porque fue a Melilla a buscar a los de las pateras y creía que venían a por ella", comentó.

En cuanto a las relaciones sexuales, fueron "consentidas" y "manuales "porque soy impotente y no se me levanta".

Los padres admitieron el carácter agresivo de su hijo, del que incluso recibieron palizas. La madre fue la que menos lo favoreció porque admitió que le daba de comer a escondida y que su hijo la obligó a robar. No así las agresiones sexuales.

El resto del clan negó la detención ilegal ya que, según ellos, la víctima salía a trabajar y se aseaba fuera de la casa e incluso iba a junto la vecina a pedir comida. Alberto, "otro lobo como Javier", según sus palabras, no se enteró de que su exnovia estuviera en peligro porque se fue a Asturias. De lo contrario, explicó, la hubiera defendido porque su hermano es muy agresivo. "La policía le tiene mucho miedo y hasta que no mate a alguien no va a actuar (...). A mi madre le pegó 20 mil veces, a mi padre también", espetó . Al final, se enzarzaron  y Alberto tuvo que abandonar la sala por motivos de seguridad. 

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