Entrevista

Francisco Ropero, una vida de riesgo y arte

Francisco Ropero, el mítico Paco Paco del “Taka- Takatá”, ourensano de corazón que nació en la ciudad y reside en Málaga, está de regreso. En sus vivencias, ocupan un lugar especial el hombre que salvó su vida y el que le permitió cumplir su sueño.

El músico ourensano Francisco Ropero, conocido como Paco Paco y autor del hit mundial de los 70 “Taka-Takatá”, volvió a su ciudad natal este fin de semana tras dos largos años sin poder regresar a causa de la pandemia. En este tiempo, publicó sus memorias, en las que Ourense ocupa un lugar especial. Nació en la rúa Doctor Fleming, creció en la calle Reza y, tras viajar por el mundo, llegó a vender 11 millones de discos. Y este apasionado de la música, gusto que transmitió a sus hijos, reivindica su mayor ilusión: lograr una calle a su nombre en la ciudad. 

Su caudal de recuerdos fluye intenso. Al escuchar mi nombre, recuerda su infancia, a una mujer que vendía en la Praza Maior crema de supuesta culebra. Cuando revoloteaban demasiados niños a su alrededor y no dejaban paso a los clientes, gritaba a su pareja “Enrique, saca la culebra”, y escapaban como locos de unos timadores que solo ofrecían grasa de cerdo.  Expertos del arte del engaño, llevaban con ellos varios ejemplares del reptil.

De ocho hermanos, fue el único músico. No es de extrañar, debido a las dificultades que sufrió. Su padre solo quería que trabajara y los recursos eran escasos. En su primer grupo, usaban una lata de sardinas como platillo. Un día llegó un amigo suyo desde Francia con una Lambretta, y se emperró con ir también a París. De camino al país vecino, estuvo a punto de fallecer, agarrado desde fuera a un tren, al acercarse a un túnel, pero un hombre abrió la puerta y salvó su vida. 

Su padre solo le dejó mil pesetas para el viaje, y las perdió a los tres días. Después pasó un mes durmiendo en el Sena y comiendo de las papeleras de los parques lo que desechaban niños franceses. Pero, a pesar del hambre, jamás consideró que había cometido un error, y un día encontró la esperanza en forma de anuncio impreso en un periódico. Era una oferta de trabajo en una fábrica. Pero no tenía dinero para llegar hasta allí. Le pidió dinero para el billete a un desconocido, y después le rogó que añadiera en el reverso su contacto como recuerdo. Aún recuerda entre lágrimas que un día, tras lograr el éxito con su gran hit y decenas de canciones más, le llamó y le invitó a cenar, sabiendo que, si el viajero del tren salvó su vida, aquel le permitió cumplir su gran sueño.

Ropero vivió abonado al riesgo. Recuerda hacer de jurado en un concurso de baile de un hotel de Miami y que, al dar el veredicto, un hombre se lio a tiros contra el techo. Y que un día, ya en Galicia, un grupo de jóvenes lo amenazó con partirle la cabeza por mezclar gaita gallega con “guitarras, palmas e merda do Sur”, pero vio que eran “unos majaretas que iban colocados de esto y lo otro”, así que les invitó a una cafetería, les invitó a cubatas e incluso les regaló unos discos, espetándoles: “Venga, coged unos, y si no, los robáis, que tenéis pinta de eso”.

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