Historias de un sentimental

La inolvidable librería de La Región, espacio para la libertad

La vieja librería de toda la vida.
photo_camera La vieja librería de toda la vida.
Aquella librería proporcionaba libros prohibidos por la censura, cuidadosamente guardados en un cajón especial

Los ourensanos de mi tiempo aficionados a la lectura, especialmente a la historia y a toda la literatura en general que la censura de la época de Franco no permitía editar en España, recordarán con el mismo agradecimiento y afecto a la vieja librería de La Región de toda la vida, en la calle que ahora lleva su nombre, y que fue para nosotros templo, refugio y casa de acogida de los amantes de los libros. Con especial cariño pueblan mis recuerdos todos y cada uno de los empleados de aquella librería, como Barreira y otros amigos inolvidables como Luis Mariño, a quien yo entrevistaba todos los jueves para un programa de libros en Radio Popular, y me daba cuenta de cuáles eran los más vendidos.

No me digan cómo era posible, pero aquella librería nos proporcionaba libros prohibidos o no editados en España, cuidadosamente guardados en un cajón especial, y no a la vista del público, para clientes de confianza entre los que tuve el honor de encontrarme. De este modo, en aquellos finales de los sesenta y primeros setenta, pude adquirir alguna de las joyas de mi librería, como la colección completa de “Ruedo ibérico” o ediciones de libros aquí prohibidos, editados en Argentina, México o Francia, fundamentalmente.

En un tiempo como el presente conviene que recordemos con cariño, agradecimiento y respeto a establecimientos como aquella entrañable librería que abría ventanas a la libertad y el conocimiento, asumiendo los propios riesgos, consiguiendo y proporcionándonos lecturas vetadas a inalcanzables. Aquella La Región debe ser recordada junto con otras librerías parecidas que cumplían con notable eficiencia de ser, por encima del negocio comercial, ese papel dinamizador de la sociedad para que pudiéramos conocer lo que se nos pretendía ocultar.

En aquella España estaba prohibida la edición de obras clásicas de nuestra literatura y autores vetados como parte de la obra de Valle-Inclán, Ortega y Gasset o extranjeros como Tolstoi. Todo lo que tocara la sexualidad, la política o la historia, o a religión eran anatemas. En una fase anterior, muchas de estas obras fueron retiradas de las bibliotecas públicas y si algunas sobrevivieron se debe al empeño y el valor de los bibliotecarios que las ocultaron. Muchas de las obras que se permitía publicar tenían que ser mutiladas por sus autores. Aunque el furor inicial se contuvo, tras la derrota de la Alemania nazi, en los años 50, en lo esencial estuvo vigente hasta la muerte de Franco, especialmente con obras críticas sobre el mismo régimen. Tal era así que, en la propia frontera, llegaron a requisarse libros o revistas prohibidos.

La Junta Técnica del Estado decretó en 1937 que quedaban fuera de la ley aquellos libros “comunistas, socialistas, libertarios y, en general, disolventes”. Pero todavía el 9 de marzo de 1972, el informe de lectura (del censor) sobre la obra de Francisco Ayala dice: “El autor, rojillo exiliado, tenía que asomar la oreja de rojillo, y la asoma en el cuento titulado El tajo que es todo él ligeramente tendencioso y antimilitarista, con su gotita antirégimen al final. Estimamos debe suprimirse o por lo menos hacer tachaduras absolutamente imprescindibles en las pág. 129-130-136-141-143 y 152. El cuento El loco de fe y el pecador pág. 184 a 188 estimamos necesitaría revisión por un asesor religioso. Se considera por tanto autorizable con tachadura”. Hasta un libro de María Xosé Quizán tuvo que suprimir un párrafo para poder ser publicado. Esa era la realidad de aquel tiempo.

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