ENTREVISTA

José Luis Gómez: “No tuve opción a enamorarme de la música, en casa era lo que mandaba”

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photo_camera José Luis Gómez Ríos, el viernes en Ourense.

Nació en Maracaibo, pero sus orígenes se sitúan, por parte de padre, en A Veiga (Ribadavia). Su

Su padre, Eulogio Gómez, fue uno de esos ourensanos que en los 50 emigró a Venezuela. Así que para José Luis Gómez los recuerdos de muchos veranos están "fuertemente ligados a este pueblo", donde desde 2004 también está el hogar paterno, al retornar su padre y su madre venezolana. Formado musicalmente en Venezuela, Estados Unidos y después en Tenerife, donde formó parte como violinista (instrumento que estudió por decisión de su padre) de la Orquesta Sinfónica, es desde marzo de este año el director principal y artístico de la Orquesta Sinfónica de Tucson, Arizona (Estados Unidos), tras haber superado a 15 candidatos. Pero antes logró otro importante hito: ser el primer violinista español en ganar el prestigioso concurso internacional de Dirección de Orquesta Sir Georg Solti, superando a 570 profesionales de todo el mundo. Ser director de música clásica no le impide ser un fan incondicional del heavy metal: "Crecimos con Iron Maiden y Mozart. Es música y no es incompatible".

¿Cuándo se enamoró de la música? 

No tuve opción. En casa la música era lo que mandaba, era una forma de vivir. Así que no hubo que enamorarse de algo que resultaba tan natural como beber el agua o comer.

¿Qué melodías sonaban en su casa?

Sobre todo, música clásica. La música gallega, de alguna manera, la reconozco cuando he estado aquí. Al principio, no tenía tanta curiosidad por ella. Más adelante estuve mucho más expuesto, tal vez porque se abrió más con la música celta y fue más obvia que en el pasado, donde se concentraba tal vez más en los pequeños pueblos. Así que llegué a ella con 20 años.

¿Es consciente de ser un número uno?

Nadie se puede considerar un número uno, sobre todo en la música porque es un proceso demasiado largo, donde hay un montón de etapas que todavía hay que disfrutar. El proceso creativo no se limita nunca a una meta, siempre se innova, se evoluciona. Algo que hiciste hace un año, cuando lo vuelves a hacer, lo ves de otra manera, has evolucionado.

¿Concibe ser músico sin pasión?

No. La música, como cualquier otra forma de arte, tiene ese elemento extra necesario. No es sólo vocación, voluntad, es esa otra parte que la hace estar viva: la pasión, o podemos llamarlo emoción. La música es, tal vez, la más dinámica respecto a otras artes, que son algo más estáticas. La música tiene el dinamismo de ser cada vez algo nuevo. La excelencia de la técnica incluye también la emoción, la expresividad. No concibo las dos cosas por separado.

¿Por qué decidió ser director?

Fue una transición natural. La primera vez que dirigí fue con 11 años y por obligación, me lo impuso el director de la orquesta juvenil. Me gustó, pero me pareció más interesante hacer música con el instrumento. Pero siempre he tenido la curiosidad de ir más allá y entonces surgió el concurso de Alemania. Trabajé duro y estar en la orquesta de Tenerife fue una master-class, porque observaba todo con curiosidad. Debes tener cierta soltura que, en el caso de un director, consiste en una gestualidad natural que después hay que refinar. Fui afortunado por las puertas que se me abrieron tras ganar el concurso y pude aprender con los mejores.

¿Cambia la percepción según se toque o dirija?

Sí. El proceso creativo de un director implica una visión mucho más general de lo que es la ejecución de una obra y requiere capacidad de liderazgo, comunicación y de gestión, lo que te hace ver y oír la música de otra manera. Cualquier orquesta podría tocar sin un director, pero siempre hay alguien que debe dar forma a una idea musical. Un director no impone, guía.

Ser joven, ¿ayuda o es un obstáculo a superar?

Afortunadamente, ha cambiado un poco el concepto. Ha habido una apertura porque la música clásica necesitaba renovar su cara. Se estaba convirtiendo en un museo y no hay nada más actual. Antes era más complicado porque se esperaba a ese director de pelo blanco, que era un cascarrabias. Ahora las orquestas buscan a gente más joven que pueda aportar más frescura.

¿Hay buena educación musical?

No, lo que se está dando no es suficiente, hay que dar mucho más. En ese sentido, la labor didáctica de las sinfónicas en España es muy buena, aunque sin suficiente apoyo de las instituciones. Creo que ahí debería insistir más el ministro de Educación. La música es un lenguaje universal, y en estos momentos que vivimos de integración de diferentes razas, hace que, por ejemplo, uno de esos inmigrantes se integre más fácilmente en la sociedad. La música te hace sentir menos aislado, y hoy en día, que pensamos en separarnos unos de otros, nos puede unir. No he visto reacciones diferentes ante una misma obra en Taiwan o Alemania. 

¿En qué nivel estamos aquí?

En los últimos 20 años, gracias también a las infraestructuras que se construyeron y al impulso de escuelas, conservatorios y orquestas, el talento que ya existía en España está triunfando. Este país, en el pasado, tuvo una tendencia a no querer dar oportunidad al talento que existía. Muchos de los mejores músicos de las mejores orquestas del mundo son españoles, pero hay un sentido de patriotismo musical que se difumina. Lo que falta ahora es un poco de ambición por parte de las instituciones; los músicos, a nivel particular, lo tienen. Por ejemplo, la Orquesta de Galicia ha luchado por la posición que se merece y tiene muy buena reputación. 

¿Hay miedo a la música?

A nivel de público sí, pero es internacional. Es algo que nosotros, como músicos, tenemos que trabajar y que eso pase es nuestra culpa, porque nos gusta sentirnos elitistas. Nuestro trabajo es acercar la música a las personas. 

Como hijo de emigrante, ¿se siente ourensano, venezolano?

Un poco de todo y de nada. Cuando te toca viajar tanto, al final te sientes desubicado. Cierto es que la influencia de mi padre, de su entorno, ha sido finalmente lo que más me importa, a nivel del terruño. Tu familia se convierte más que todo en tu pequeño país. La gente que, como mi padre, emigró tan joven, seguramente en un momento muy complicado social y personalmente, se fueron con mucha España dentro de sí y los que estuvimos alrededor lo sentimos más. Yo lo vivo hoy en día, tengo una gran influencia de mi país, Venezuela, pero llevo por encima lo que mi padre se llevó.

Si pasaran décadas de repente, ¿dónde querría vivir?

No lo tendría claro. Quizás por sentirme demasiado extranjero en todos los sitios, no tengo problema para adaptarme con facilidad. Las personas hacen tu hogar, y ponen la diferencia en todo. Por eso es tan delicado que hoy en día solo se alcen muros y se pongan fronteras, y se escuchen cosas terribles, tanto en Estados Unidos como en Europa, sabiendo que los muros no nos han traído nada bueno. 

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