Llevarse un trocito de Ourense en la maleta y, a poder ser, que pueda paladearse al volver a casa. Un queso de cabra de Castro Caldelas, un chorizo ahumado de Maceda, un Mencía de la Ribeira Sacra o un licor de hierbas artesano. Los turistas que visitan la ciudad apuestan cada vez más por los souvernirs comestibles, a los que se suman los abanicos, sombreros y ventiladores de mano, obligados por el calorazo de verano, y sin olvidar los clásicos imanes, llaveros y camisetas.
Rita Ottocento, con orígenes en Matamá (Laza), y Mauro Zangrilli, regresarán a Italia con la maleta llena de queso, vino y chorizo. “Además, hemos comprado dos hórreos en miniatura y un cruceiro”, aseguran. También los vascos Ainhoa Balentziaga, Eduardo Robles y su perrito Ralph volverán a su pueblo de Markina Xemen cargados de exquisiteces. “Llevamos crema de orujo, licor de hierbas y quesos”, explican, sentados a la sombra. Los barceloneses Jordi y Carmen reconocen que ya han metido en su equipaje vino de la Ribeira Sacra. En cambio, Era y Rossa, de Indonesia, prefieren llevarse la comida puesta. “Hemos comprado llaveros, imanes y camisetas”, indican en un perfecto inglés.
En las tiendas de recuerdos y productos delicatessen del Casco Vello reconocen que hay más afluencia de turistas y las ventas superan a las del verano pasado. “El AVE se está notando; hay más madrileños. También muchos franceses, ingleses y mexicanos. Lo que más vendo son sombreros”, cuenta Olga Kozenkoza, de Matryoshka. En la Repostería Fina Rey, el producto estrella son los almendrados de Allariz, además del licor café y los vinos. “No se llevan chocolate porque se derrite”, afirma Sarai Losada. Y siempre hay quien no compra recuerdos. “Nosotros solo nos llevamos las experiencias y las fotografías, que es lo que perdura”, dicen los catalanes Natalia Pirlog y Antonio Padilla.