La Audiencia juzga por intento de homicidio a un joven de 22 años

'Oía voces' que le decían que matase a su víctima

Ministerio Fiscal, acusación particular y defensa coincidieron en solicitar para Antonio G.
A., de 22 años de edad y con un retraso mental moderado, una pena de 13 años de internamiento en un centro psiquiátrico como autor de los delitos de intento de homicidio, detención ilegal y lesiones sobre un menor de 11 años. La coincidencia vino dada por el reconocimiento de los hechos por parte del acusado, lo que llevó a las acusaciones a reformular su planteamiento inicial, que pasaba por reclamar 20 años de internamiento. El 30 de mayo de 2008, el acusado cumplía una condena en el centro de Montefiz cuando se escapó de la institución y se cruzó con su víctima en la calle Bonhome, a la que tomó de un brazo y, contra su voluntad, condujo hasta un edificio en la calle Seixalbo. Accedieron al mismo. ¿Con qué fin? 'Lo llevaba allí para tirarlo por una ventana', admitió el acusado. Ascendieron siete plantas. El menor lloraba. Pero eso no ablandó a Antonio G. A. 'Quería que se cayese y que se matase', dijo, pero el niño se aferró al quicio y el agresor desistió en sus planes. Años antes, había intentado lo mismo con otro joven en Pontevedra, desde un noveno piso. Por esa época -confesó- también agredió a otro menor sexualmente.

Ese día de mayo no acabó ahí, porque el acusado trasladó a su víctima a un descampado, cerca del pabellón Paco Paz, donde lo golpeó con un ladrillo hasta que una mujer lo ahuyentó. Después, se pasó por una confitería a comprar un pastel. 'No sé por qué hice esas cosas. Me daba un impulso y no me controlaba... Oigo voces, me decían pega, pega. También me decían, mátalo'.

En este contexto, el testimonio de los médicos forenses resultó revelador. Confirmaron que el acusado padece 'un retraso mental moderado y un trastorno de la personalidad', que hacen que sus capacidades intelectuales y volitivas estén 'afectadas'. Toda una vida institucionalizado 'impidió tener una vida social normal'. Aunque sabe lo que hace -subrayó el forense- no lo entiende, y halla cierto placer en hacer daño. Le da igual dar una bofetada que comer una piruleta. No es creíble que oiga voces', añadió. Los médicos evitaron pronunciarse sobre si es más conveniente un internamiento en un psiquiátrico que en una prisión.

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