La comunidad de Oseira es hoy una comunidad chiquita, en realidad 'nunca fue numerosa', once hermanos, y dos más en comisión de servicios. De edad avanzada, algunos -padre Damián, 96 años- camino de la centuria. -

Oseira, de lo terrenal a lo divino

la perspectiva desde la solemne escalinata interior proporciona una visión del espacio en tránsito llena de belleza.  (Foto: JOSÉ PAZ)
Adentrarse en el paraje que nos lleva hasta el monasterio es ya en sí una experiencia, al vislumbrarlo junto a la base, adquiere un esplendor mayúsculo, dejando la dimensión humana a un paso de lo insignificante. Sortear el arco de entrada, caminar por su explanada ajardinada, degustar su fachada barroca, la rica iglesia adyacente es una sensación que impone. En el trayecto me cruzo con peregrinos ensillados bajo enormes mochilas, como quien se apunta a reconocer el mundo; peregrinas centro europeas, de piel blanca enrojecida por el sol e indumentaria en claro contraste con la solemnidad del entorno, son los tiempos que corren.

TODO UN GUÍA

Tropiezo de súbito con el padre Luis, hombre menudo y nervioso, que parapetado con un motorizado cortasetos a media altura, parece disponerse a algo incierto. Él es el guía que me espera, 'como me han dicho que querías un reportaje en el que hiciera algo, pues me he cogido la herramienta'. El hermano Luis iba para diseñador, trabajó en Londres en una boutique de lujo hasta que un día, a los 25 años, recibió 'la llamada'; en Oseira lleva 38 años. La verdad, no me lo imagino completando la escena de jardinero, y menos pensando en sus rodillas. Los monjes, muchos mayores, tienen las articulaciones pulverizadas por la humedad y por el hecho de estar constantemente orando.

La recepción, que en realidad es la tienda donde se venden los productos elaborados está atendida por dos empleados, Guillermo y José, también guías, el lugar tiene actividad, visitantes, peregrinos, antes de la crisis también mucho opositor en busca de paz. El hermano Luis se encarga de la hospedería, al menos hasta que el hermano Alfonso, a la vez ecónomo, se ordene definitivamente.

Al entrar el hermano Luis me comenta que hoy el superior, el hermano Gerardo, se encuentra un poco enfermo, aunque en realidad la mayor enfermedad es la presencia de periodistas que entorpezcan la vida diaria, y que no son especialmente bien recibidos, 'porque no dicen las cosas como se les ha dicho'. Nos adentramos con el padre Gerardo al patio ajardinado, el de los Caballeros, donde dormían en la siglos atrás caballos y caballeros, aún se puede seguir la estela de los pesebres. 'lloré su muerte, los vi nacer', comenta Luis con respecto a unos abetos recién cortados en el patio. Hoy allí hay un jardín de plantas medicinales plantado por la directiva de la Real Academia de Farmacia de Galicia, fueron ellos mismos quienes también recrearon la farmacopea existente. Es el propio padre Gerardo quien al ver lo necesitado de atención que está el huerto, insiste en ser él mismo quien lo cave un día de estos. '¿De dónde sacarás el tiempo?', pregunta el hermano Luis, 'pues del tiempo de trabajo'. 'Pues te llevará cinco días', insiste.


ORA ET LABORA

La comunidad, aunque mayor, mantiene una vida intensa más allá de la contemplación, con unos horarios rigurosos, que se inician de madrugada, a las cinco con los rezos, que se repetirán hasta en cinco ocasiones, al margen de una misa, pero también con cuatro horas de puro trabajo. 'No ves cómo se mueve, es el milagro del Barroco', indica el superior que aplica un truco de oficio, el de seguir con la mirada la cornisa interior del patio a lo largo de su perímetro rectangular; también abronca a Luis, por desvelar antes de tiempo la respuesta, 'hay que dejar que la gente lo descubra, si se lo dices tú no tiene gracia'.

El monasterio de Oseira es en realidad un espacio de mucho más tránsito que el de Dueñas, 'el que se encargó de repoblar Oseira'. Gerardo viene de allí, razón por la que 'tanta actividad le estresa'. Oseira resurgió de sus cenizas en 1929. Tras la desamortización de Mendizabal (1835), sufrió el expolio y sus muros y techumbres se vinieron abajo. El reloj pasó a ser propiedad del Concello de Maside; la fuente, en el Posío. 'Estatuas decapitadas, pináculos y obeliscos derruidos, puertas y ventanas desvencijadas, peldaños de las escaleras desaparecidos', en palabras del hermano Pablo, el cronista de aquellos años, y uno de aquellos tres primeros monjes que repobló Oseira. Aunque dependiente de la casa madre, del de Dueñas, ellos se encargan de gestionar sus propios recursos y gastos, que en un entorno menguante como el que estamos necesitan de malabares. De las cuentas se encarga el hermano Alfonso, que practica 'el mismo rigor que se haría en cualquier casa'. En un primer momento cuando pregunto por las cuentas, el superior se levanta como un resorte de la estancia posterior a la recepción como diciendo, '¿pero qué quiere saber de las cuentas?' Le tranquilizo diciendo que tan sólo deseo hablar con el responsable. Después bromea. Alfonso es sevillano y sereno, de profesión enfermero, que ejerció en el Hospital Infantil de Sevilla. Depués de cinco años ahora prepara la procesión perpetua; como hay enfermos en la comunidad, él los atiende, acompañado también de una empleada, Alicia, que reside en la comunidad, ¿Las cuentas de un monasterio hoy?, como las de una casa: 'A menos ingresos, contención del gasto, para que quede algún remanente'. Como si fuese fácil.

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