"Perdí un pecho, pero logré otra oportunidad para vivir”

El 13 de diciembre de 2017 todo cambió para Beatriz Anta. Hasta ese día vivía como cualquier joven de 25 años que disfrutaba de la vida. Un diagnóstico de cáncer de mama y una cicatriz que nunca se borrará son el punto de inflexión para esta joven barquense. “Perdí un pecho, pero lo importante es que estoy viva y tengo una segunda oportunidad”, reconoce ahora a sus 29 años. Un accidente laboral fue el detonante para alcanzar el diagnóstico. Con 25 años, las revisiones de mama no se practican salvo antecedentes o alguna anomalía detectada. Esto último le ocurrió a Anta, aunque el golpe en el trabajo desvió la atención. “En los días previos a la caída en el trabajo, el pezón me sangró alguna vez y no le di mucha importancia. Tras el accidente, que fue casi a la altura del pecho, pensaba que era por culpa del golpe”, recuerda. Los médicos decidieron esperar por si tenía relación con el accidente. Pero no fue así. Los días pasaban y no mejoraba, “incluso sangraba más”. Ahí comenzaron las pruebas. Una mamografía y una ecografía confirmaron el diagnóstico. Un momento difícil que ni el médico era capaz de compartir. “Estaba con mi padre y el médico estuvo como diez minutos sin decir nada. No sabía cómo contármelo”, afirma. Finalmente, se lo confirmó y al día siguiente tenía que trasladarse al CHUO para someterse a más pruebas. En la ciudad la sometieron a una cirugía donde perdió el pecho, que se lo reconstruyeron, para extraer el tumor. “Muchos me preguntan si me da pudor la cicatriz y yo solo les digo que es un símbolo de que superé un cáncer”, destaca. Muchos me preguntan si me da pudor la cicatriz y digo no, es un símbolo de fuerza”, asegura Beatriz Anta Todo fue rápido y luego comenzó la quimioterapia, la peor parte de todo este proceso para ella. “Nadie sabe lo que es hasta que lo pasa. El tratamiento me robó la independencia, necesitaba a mis padres o a mis hermanos pequeños para casi todo”, lamenta. Los ciclos, de 21 días entre cada sesión, la debilitaban hasta casi ni poder caminar. Pero no se rendía. “Una semana después de la quimio empezaba a andar, me cansaba e incluso mareaba, pero siempre lo intentaba”, añade. Ocho meses después acabó con la quimio, pero continúa con pastillas diarias y una inyección al mes para controlarse. El estudio genético al que se sometió reveló que tiene un gen mutado, pero desconocen si es benigno o maligno, por lo que necesita la medicación y otros controles rutinarios. “Cada vez que me hacen pruebas voy positiva, lo único que me da miedo es perder todo lo que conseguí de nuevo en la vida”, afirma. VULNERABILIDAD Anta dejó su empleo en la hostelería y sus estudios tras el diagnóstico para “dedicarme a mi salud”. Esto no solo le ocurrió a ella, también hay muchas mujeres que pierden el trabajo por el cáncer. “Yo tuve suerte porque vivía con mis padres. La ayuda que dan no alcanza para vivir”, destaca. Gracias al inestimable apoyo de sus familiares, de su “gran” equipo médico y de la Asociación Española contra el Cáncer, a la que se unió, supo salir adelante y lograr lo que más deseaba. Se preparó como auxiliar de enfermería y lo logró. “Empecé el curso a las pocas semanas de terminar con la quimio. Iba con pañoleta y había miradas de pena, lo que pensaría cualquiera al ver a una joven con cáncer”, comenta. Eso no la frenó. El pelo volvió y recuperó por fuera a la Beatriz Anta que era, pero por dentro era diferente. “Un cáncer te cambia la mentalidad”, asegura. Siguió su formación y consiguió un empleo en un centro sociosanitario. Allí vivió todo el inicio de la pandemia, confinada con sus compañeros pese al riesgo que suponía para ella. “Nadie me lo recomendaba, pero quise hacerlo. Tuve una época en la que estuve impedida por mi enfermedad y ahora tuve la posibilidad de ayudar a los usuarios y a mis compañeros”, admite. Y no solo a ellos. A través de la red social Tik Tok cuenta su experiencia para ayudar a otros que atraviesan lo mismo que vivió ella.