El perro del cura ya tiene nuevo hogar

photo_camera El perro del cura, en brazos de un guardia civil este jueves en Vilanova. (MIGUEL ÁNGEL)

El can, recogido en su momento por el párroco de Vilanova dos Infantes tras el fallecimiento de su anterior dueña, ha sido adoptado por una vecina de la pedanía

En el relato del homicidio de Adolfo Enríquez, el párroco de Vilanova dos Infantes matado a golpes en su propia casa, nos topamos en los titulares con la investigación policial abierta tras el levantamiento del cadáver del religioso, que espera otorgar luz a lo ocurrido. También con la consternación de todo un pueblo, agitado por el fallecimiento del que fue su cura durante más de cuatro décadas y que ya no podrá volver a sacar en procesión la Virxe do Cristal, preciada imagen que precisamente posee otra generosa porción de la historia -¿Dónde está?, ¿Sigue guardada en su escondite?,¿La han robado?-.  Pero en la trama hay un cuarto actor, pequeño y silencioso: el perro del religioso, un animal que se vio involucrado en el asalto a la casa de su dueño -al parecer los agresores lo encerraron en una pequeña habitación-, y que tras perder a su dueño ha sido adoptado por una vecina de Vilanova. 

El perro -póngale el nombre que quiera, al fin y al cabo en cada can de palleiro hay un gallego y viceversa- ya había sido en su momento recogido por el párroco tras el fallecimiento de su primera dueña. Al poco se hicieron inseparables, y era habitual contemplar en algún camino de la pequeña localidad la estampa de párroco y animal, este último ataviado, en los meses de frío, con un abrigo rojo y negro que le ayudaba a combatir las bajas temperaturas. Hasta este miércoles. 

Ese día se apagó, antes de tiempo, la vida de Adolfo Enríquez, de 77 años. El cuerpo sin vida del cura fue hallado en un cobertizo anexo a la vivienda, construcción en la que poco después localizarían, vivo, al perro, encerrado en un cuartito y visiblemente nervioso. Volviendo a comprobar que las malas noticias siempre vuelan, a los pocos minutos Vilanova dos Infantes era un intenso remolino repleto de lamentaciones, lágrimas y muchas incógnitas. Una de ellas, pequeña pero importante, fue despejada por una vecina que, tras preguntar al hermano y cuñada del fallecido, se quedó esa misma tarde de miércoles con el perro, baqueteado por una vida que le ha privado también de Don Adolfo.

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