Día del Celador | Una ourensana Primera celadora del país por un error afortunado

Homenaje en el CHUO a la vecina de Ourense María del Carmen Sánchez Gallego, mujer pionera en Galicia y en España en esta profesión, que hoy celebra su Día Mundial y su feminización en el último medio siglo. El 59% de los celadores del hospital ya son mujeres.

Su rostro es el primero que vemos al llegar al hospital y, en muchas ocasiones, el último que miramos antes de morir. Ser celadora no es solo empujar camillas, sino acompañar al paciente. Una profesión dura e históricamente masculina que hoy celebra su Día Mundial del Celador y que hizo muy feliz a María del Carmen Sánchez Gallego (Ourense, 1947), la primera mujer celadora en Galicia y España. Esta jubilada de ojos cristalinos fue ayer el epicentro del homenaje a estas pioneras en el Ágora del CHUO, donde recibió un ramo de flores y el cariño de sus compañeras: Loli, Josefa, Nati, María…

“Me siento muy orgullosa de mi trabajo. Siempre fui alegre y venía a trabajar de buen humor”, asegura María del Carmen, que estudió perito mercantil y se convirtió en celadora por error, un error afortunado. “Estaba apuntada en el Inem para trabajar en prisiones porque mi padre trabajaba en ese sector, pero se equivocaron y me apuntaron para ser celadora en el Insalud. Me dijeron: No hay ninguna mujer, a ver si te admiten. Y tuve la suerte de que me admitieron”, recuerda. 

Su primer día como celadora y el de cualquier mujer en el país fue el 1 de junio de 1985. “En la Maternal eran todos hombres y me recibieron muy bien porque era la novedad.  Me mimaban mucho”, reconoce, aunque le hicieron alguna novatada el Día de los Santos Inocentes. “Prepararon una cama con suero y pusieron unas almohadas como si estuviera un niño debajo de las sábanas. Me llevé un susto tremendo”, dice.

Cuando la trasladaron al hospital, sus compañeros eran “más mayores, un poquito machistas y no querían mujeres”, confiesa. Fue entonces cuando la primera mujer celadora tuvo que defender su puesto de trabajo, entonces muy masculinizado y relacionado con la fuerza. “El jefe me mandó a la primera planta, a Medicina Interna, donde había que levantar a gente mayor y con peso, y cuando se dio cuenta, me quiso cambiar por ser mujer, pero le dije que no, que no abandonaba mi planta”, rememora.  Y a partir de ese día estuvo en todas las plantas, la UCI, Urgencias… “A veces me dolían los lumbares y las muñecas porque apenas usaba la grúa para mover a los pacientes”, dice con un leve deje argentino que conserva de cuando sus padres emigraron.

 Lo más bonito de la profesión para María del Carmen es el trato con el paciente. “Lo que más me llenaba era que el enfermo estuviera contento, atenderlo bien y que sintiera cariño porque aquí hay mucha gente sola. Eso me compensaba y regresaba a casa feliz. Mi madre me decía que tenía que ser cariñosa con la gente porque nunca se sabe qué va a pasar”, afirma esta mujer que en 1985 cobraba 61.000 pesetas al mes, con noches incluidas.

 Lo más triste o lo peor de ser celadora son los niños enfermos y las víctimas de accidentes de tráfico, según esta pionera. “No me gustaba estar en la planta infantil porque veías que algunos fallecían. Tampoco ver a personas accidentadas; me sentía impotente”, señala.

 En 2005 la jubilaron tras un accidente laboral. “Tropecé con el zueco en una goma floja del ascensor y salí despedida. Tuvieron que operarme y estuve 16 meses de baja y ocho en rehabilitación y con muletas. Todavía tengo secuelas y me duele una rodilla porque quedó hecha añicos”, lamenta.

Veinte años ejerciendo de celadora y de pionera, veinte años en los que este oficio cambió mucho. “Empezaron a venir mujeres a partir de los años 90. Cada dos o tres años había oposiciones y llegaban más y más. Me alegro mucho de que cada vez seamos más mujeres”,  dice María del Carmen, que ha sido protagonista y testigo de la feminización de esta profesión. El 59% de los celadores del CHUO y el 57% de los del área sanitaria ya son mujeres. “Conservo a muchas amigas celadoras; algunas han venido y otras no han podido, como Maribel, Adelina, Berta o Eugenia. Éramos como una pequeña familia”,  dice con nostalgia.

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