OURENSE DE AYER

Seis sonidos habituales del Ourense de mediados del siglo XX

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photo_camera Un carro del país. (RUBILLÓN.ES)

Ourense, que sobrepasaba poco los 50.000 habitantes, era por aquellos años una urbe silenciosa, tranquila, con un halo de patente sosiego aunque para nada una ciudad ni plana ni apagada

Rebuscando entre mis ya amarillentas notas de antaño, hechos o pasajes significativos para compartir con nuestros lectores, a los que me consta les gusta revivirlos (esta vez no de personajes populares), se me encendió la luz para escribir un poco sobre los típicos sonidos habituales de la ciudad allá por los 50-60.

Ourense, que sobrepasaba poco los 50.000 habitantes, era por aquellos años una urbe silenciosa, tranquila, con un halo de patente sosiego aunque para nada una ciudad ni plana ni apagada, sino lo contrario, muy viva y bulliciosa; pero a la vez, por ventura, aún carente del clásico perceptible zumbido de fondo de las grandes ciudades. Estaba acústicamente limpia, por la poca densidad de tráfico rodado motorizado. Por eso y a pesar de ello, hoy quiero comentar brevemente cuales eran realmente los puntuales sonidos que en un día normal quebraban la sonora quietud de la jornada.



Las campanas de las iglesias.
Su tan-tan horario o de invitación a los cultos se escuchaba por zonas mejor o peor, según donde estuviera el templo, la quietud del día y las características del cobre de la esquila, además del badajo (todas sonaban con un timbre distinto). Paradójico, no sonaban todas juntas cuando representaban la misma hora, produciéndose un guirigay que más parecía el concierto de un xilofonista.
 

La sirena de Malingre.
Los orensanos estábamos acostumbrados a contar con sus bocinazos para encuadrar los pasajes diarios cotidianos (daba la sensación de que los domingos algo faltaba en el ambiente). Se oía en toda la cuenca de las Burgas. No era estridente, pero sí tenía sonido de lamento lastimero que parecía avisador de algo en acontecimientos bélicos. Sin embargo era un referente horario, y caía muy bien a los ciudadanos. Con la sirena y su potente sonido contaba el personal para puntualizar el horario laboral.

Los trenes

Aquellas máquinas de vapor producían el ruido más sordo en el espacio orensano, favorecido además por el río como agente transmisor; se percibía desde cualquier lugar de ambas márgenes del Miño. El correo de las doce y media hacia Madrid, y el de las cinco circulando hacia Vigo marcaban ha hora del xantar en el tajo o la merienda de la chavalada al salir de la escuela. También se escuchaban los topes en maniobras.



Los canteros

En la ciudad había muchos solares descampados en los que se edificaba a base de perpiaño y madera. El oficio de picapedrero estaba en auge, había muchos. La piedra llegaba desde la cantera de Piñor con el terminado burdo de la voladura. Había que labrarla a golpe de maceta y cincel, y eso sí que producía un tintineo hiriente al oído. El Concello, con motivo del empedrado de calles del casco antiguo que duró bastantes años, había adaptado la plazuela de San Marcial como zona de labrado de cantería. Allí varias docenas de brazos golpeaban al mismo tiempo el cincel. Aquel sonido sí que era estridente.



El carro del país

Ya entonces rodaban pocas unidades por las calles (los últimos carreteros fueron O Torres y O Negro), con el ancestral modo de transporte de mercancías interbarrios antes de la motorización sobre neumáticos. Solo quienes hemos escuchado el chirriar del carro del país al rodar, sobre todo cargados, podemos calificar de flébil gemido angustioso, surcador del silencio de cualquier apacible jornada.



El tim-tim del martillete

Quise dejar éste para el final de esta pequeña serie de típicos sonidos que se producían en nuestra ciudad. No es que fuese un ruido imperante, pero sí curioso. Me explico: los carceleros de la Prisión Provincial, sita en la calle del Progreso, diariamente cuando los reclusos salían al patio, revisaban las celdas y en consecuencia las ventanas. Entonces con un pequeño martillo daban un golpecito a las rejas, y según el sonido, sabían si podrían haber sido manipuladas con una sierra, etc. La percusión sonora contra el barrote de hierro era tan característica, que en función de la intensidad de tal sonido, decían (los vecinos próximos al penal) que se sabía quién era el carcelero que manejaba el martillete .

Espero que estas añejas curiosidades os hayan gustado.

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