Aquellas subidas y meriendas de la juventud ourensana a Montealegre

Muchos ourensanos que en los finales de los años sesenta frisaban los dieciocho a veinte años podrán rubricar la historia que hoy recuerdo, de la función social que representaba para nosotros la subida de merienda al Montealegre en aquellas felices tardes de primavera y verano. Íbamos en pandilla de chicos y chicas, provistos de garrafones, empanadas, tortillas, pan y embutido abundante y de todo aquello que democráticamente aportaba cada uno. Conocíamos el monte y sus recovecos e incluso en ocasiones, monte a través, llegábamos hasta el campamento de Monterrey que la OJE tenía en aquel lugar. Hace mucho que no he vuelto por allí, pero me alegró saber que la zona de nuestras andanzas juveniles se había convertido en un parque botánico y que se habían habilitado plataformas y miradores sobre la ciudad, que he visto en espectaculares fotos. Pero en nuestro tiempo todo era más sencillo. Espero que sigan corriendo por la zona aquellos arroyos de agua fresquísima, ideal para beber, siempre que en la misma hubiera vida; quiero decir que la existencia de ranas, salamandras, sapos y otros acuáticos era garantía de agua potable. Si en el agua no hay vida es que no es apta para beber. Todos éramos muy cuidadosos, el monte quedaba igual de limpio que lo habíamos encontrado, o incluso mejor Yo solía subir con los chicos y chicas del Ballet Folklórico Ourensano de “Chicho”, donde alcancé a tener una novia. Era un grupo notable de artistas de baile y coreografía gallegos a quienes yo acompañaba como presentador en sus diversas actuaciones por la provincia. Era aquel un grupo variado y notable de gente estupenda y la convivencia entre ellos y con ellos resultaba especialmente grata en todo momento. Cuando andábamos por allí siempre me daba cierta pena el centro de protección de menores de la zona, alguna de cuyas historias de los alojados allí llegué a conocer más tarde, pero esa es otro asunto. Me he enterado ahora, hurgando en los recuerdos, que la consideración de aquella zona en parque forestal es relativamente reciente y espero que sirva para proteger aquellos espacios que nosotros conocimos y respetamos en otro tiempo. Los de aquellas excursiones éramos muy cuidadosos si para asar chorizos hacíamos fuego, nos cerciorábamos de que quedara bien apagado y recogíamos la basura y los restos generados. El monte quedaba igual de limpio o mejor de cómo lo hallamos. En una ocasión, encontramos a un perro atrapado entre unas rocas, lo rescatamos, y se nos ocurrió llevarlo a la Policía, donde nos dijeron que era mejor que se lo llevase uno de nosotros a casa, para lo que no faltaban voluntarios. Quiero recordar que pusimos una nota en “La Región” y lo paseamos por Ourense, hasta que un buen día apareció la dueña del famoso perro que lo había perdido en el monte. Me cuentan que, pese a todo, aquel monte que nosotros conocimos ha sido objeto de algunas agresiones evitables, causadas por incendios, competiciones deportivas y otros impactos irreversibles. Espero que sea verdad lo que se publica sobre ese espacio botánico de 15 hectáreas y una rica variedad de bosque con más de 240 especies floral y más de 130 en lo referente a su fauna. A Montealegre también subíamos de maniobras los soldados del Zamora 8, pero siempre con cuidado para el entorno, incluso de noche, lo que en el verano ourensano era muy estimulante la vista, si bien la ciudad no estaba tan iluminada como ahora. También recuerdo que el monte cumplía funciones didácticas gracias a algunos maestros que subían con sus alumnos para dar en vivo clases de botánica y zoología. No sé si ahora se hace. Francamente, no sé si ahora el monte sigue siendo como fue para los de mi tiempo uno de los lugares de esparcimiento más populares y socorridos ni si la urbanización de los espacios ha incrementado la presión sobre aquella cuesta que subíamos con alegría y bajábamos con buen humor. Pero me he propuesto, si encuentro un compañero que se preste, volver a subir cuando vaya por Ourense. Palabra. Yo pongo la merienda.