Los pueblos abandonados, 99 en Ourense, siguen creciendo en la provincia e Irixo es uno de los municipios más afectados

Los supervivientes de las aldeas fantasma

Una anciana con un burro pastando en un prado y al fondo el pueblo de Barcia de Irixo, en el que reside una única vecina.
Los perros, la radio y la televisión se han convertido con el paso de los años en los acompañantes habituales del último habitante que todavía perdura en numerosas aldeas del medio rural. Ellos han sido los mejores testigos de la progresiva despoblación, de como sus vecinos emigraron en busca de mejores condiciones de vida.
Las aldeas fantasma siguen creciendo, e Irixo es uno de los municipios de la provincia en los que se manifiesta esta tendencia, pese a ser el más grande en superficie y en núcleos de población de la comarca de Carballiño. El Concello tiene cinco pueblos con un único morador.

Los supervivientes de los pueblos abandonados hacen frente a la soledad que los amenaza día a día y que sólo se ve interrumpida esporádicamente con la visita de los proveedores de alimentos, el correo o algún cazador que se acerca a saludarlos. En Irixo, la mayoría de ellos también tienen en su contra el aislamiento motivado a la orografía montañosa, con estrechas y serpenteantes carreteras como único vínculo con la civilización.

Es el caso de la última familia de Valduíde (situada en plena montaña a más de 5 kilómetros de la carretera Carballiño-Irixo), que habita una antigua casa solariega, con una capilla adosada transformada en pajar. Dionisio Salgado, de 80 años, vive con unos sobrinos, también jubilados. Este anciano solamente abandonó el pueblo en una ocasión y fue para emigrar a Alemania, en donde estuvo dos años, ’e volvín porque non me gustaba o traballo’, aseguró. Así fue como continuó con las labores del campo y produciendo leche para la cooperativa Santa Mariña de Loureiro.

Una carretera bien asfaltada conduce hacia Barcia, a 7 kilómetros de la carretera Carballiño Lalín. Desde lo alto se pueden ver numerosas casas, algunas en perfecto estado, pero la mayoría en ruinas. Allí, en una humilde vivienda está Visita Pra do, de 76 años, la última habitante. Nunca se movió del lugar, excepto durante las Navidades, que ’vou a casa dun sobriño en Amoeiro’. ’Síntome sola, pero nunca ninguén me molestou’, afirma, y al mismo tiempo se queja de que ’cobro pouco e agora non podo traballar pero sigo na casa dos meus avós, fai anos aquí éramos 14 familias’. La radio es su mejor amiga durante los largos días de invierno, porque en verano la situación cambia; en los últimos años cinco vecinos de Ourense, Vigo y Carballiño, regresan a la aldea en vacaciones. q A Celsa Nóvoa (60 años) le está costando lo suyo adaptarse en Seara. Esta mujer estuvo en Alemania más de 20 años. ’Traballaba nunha casa que tuvo ata seis nenos’, señaló. Ella y su marido son los últimos habitantes del pueblo y a ella no le gusta la soledad, que intenta vencer día a día con algunas labores en el campo y el cuidado de su vivienda. ’A idea de volver e arreglar a casa foi do meu home, eu regresaría a Alemania agora mesmo’. La vecina de Seara esta convencida de que ’algún día terémonos que ir, cando sexamos vellos, pero o meu home di que de aquí non se move’.

La sinuosa carretera de Santiso discurre por montes abundantes en robles. Muros de piedra de lo que en su día fueron casas y un buen número de perros franquean la entrada. En el pueblo viven dos vecinas, pero apenas pueden verse porque el estado de salud de ambas les impide salir a la intemperie, sobre todo en invierno. Josefa Rodríguez, de 74 años, afirma que ’aquí os invernos son moi duros porque hai moita humidade’. Ella también intentó la aventura de la emigración en Francia y Suiza, pero ’a morriña pudo conmigo, e non é que me pese, pero as veces pregúntome que viñen facer aquí’.

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