La nueva ourensanía | Tareq Ganayhem y Marwa Khalil, sueño de paz y libertad para la nación palestina

Se deja ver Marwa Khalil (Hebrón, 1987) de mañana en el centro comercial Pontevella. Sus dos hijos, niño y niña de tres y cuatro años están en el colegio, y su marido Tareq Ganayhem (Tulkarem, 1976), al frente de su restaurante Libano Snack donde despacha “‘falafel, hummus y kebab’”, además de otras especialidades de este lado del mundo. Marwa es todo sonrisa y tiene ganas de hablar, pero su vocabulario todavía es un poco limitado. Lo suficiente para cuadrar un encuentro. Dicho y hecho. Semanas después se la verá en conversación con su esposo, como algún día a Leticia y Felipe, él probando a hacer de intérprete, “no habla mucho español”, ella reivindicando espacios: “No hablo pero entiendo”. Profesora universitaria en la Facultad de Magisterio en Jordania, allí se casa con un licenciado en Economía que, tras estudiar un master y posteriormente trabajar en Inglaterra, acaba aquí a causa de sus familiares, conocidos comerciantes en la ciudad. “Antes había tres tiendas, ahora solo hay una”, comenta en relación a Expo Jerusalén, el negocio de sus hermanos. “Es una ciudad tranquila”, dice Marwa sobre Ourense, donde se sienten acogidos a pesar de que reconocen mezclarse con la familia y poco más. “Yo no soy muy sociable, del trabajo a casa”, admite un tímido Tareq. Si hay que poner una pega a este lugar, lo del pañuelo. “La gente muy bien pero les llama la atención lo del hiyab”, refiere Marwa al velo que cubre la cabeza de algunas mujeres musulmanas. “En verano, sobre todo hombres, si yo no estoy, se acercan y le dicen que hace calor, que qué hace con eso puesto”, precisa Tareq la provocación a la que Marwa se ve sometida por sus convicciones religiosas. Ambos asisten a una mezquita en A Carballeira que es punto de encuentro de islamitas ourensanos procedentes de distintas naciones. “No tienes que tener un familiar, para sentir”, explica Tareq el dolor hacia sus coterráneos en Gaza, la consternación por la que países e instituciones en todo el mundo consideran genocidio. “No se puede soportar, y todo el mundo está mirando, eso es lo peor”, concluye. Su opinión la secundan también múltiples organizaciones, como Human Rights Watch, en la denuncia de la intervención armada sobre la Franja y el uso del hambre como arma de guerra por parte del gobierno israelí. Concentración en la villa de O Barco por Palestina Trata Tareq de relatar a modo sintético la historia de una ocupación en Palestina que pronto cumplirá los sesenta años. “Mi madre tiene su casa en su pueblo, que ha construido con sus manos, y no ha podido volver a vivir allí”, habla de la guerra de los seis días en 1967 y la anexión de Israel de los Altos del Golán, Cisjsordania, la Franja de Gaza y la península del Sinaí. Sus parientes, residentes en Jordania como ellos hasta hace poco, forman parte del elevado número de palestinos que viven en el país vecino y que superan a la mitad de la población. Comentan que en Cisjordania, Marwa tiene una hermana viviendo en Hebrón, ciudad paradigma, única por tener un asentamiento de nacionalistas radicales judíos en pleno casco histórico. “No siempre bien”, tres palabras claras con las que ella describe la situación de su familia. “Los israelíes no dejan a la población vivir en paz”, resume. Tareq va al detalle, “hace un par de semanas entraron los soldados a las tres de la madrugada, fueron a la habitación de las niñas, destruyeron muebles, y dejaron a todo el mundo fuera de la casa”, explica. “Tienen un supermercado”, intenta Marwa expresar que por lo demás llevan una vida normal y corriente. Tareq está perfectamente informado del día a día de la guerra, de los más de 31.000 hasta el momento gazatíes asesinados (70% niños y mujeres), y no puede evitar hablar de lo nacional por muy personal que sea la entrevista. “No puedes separar nuestra vida aquí de lo que está pasando allí”, explica. Tareq Ganayhem y Marwa Khalil Quiere Tareq alejar el foco estrictamente de Oriente Próximo y menciona que “en las noticias dan la imagen de los musulmanes como gente mala, terroristas”, o que “un israelí puede ser un argentino, o un español que dice que su madre es judía y al día siguiente tiene la nacionalidad”, dando al problema una dimensión universal. “¿Pero esto iba de nuestra vida aquí verdad?, lo siento”, se disculpa él, ella asiente. Triste es hablar de las miserias del mundo, mejor sería resolverlas, obligado es dar voz a la denuncia, que por algo se empieza. Las pequeñas cosas Saben apreciar lo bueno de Galicia como las Rías Baixas, el pan de Cea, o las croquetas añade Tareq, pero hay imprescindibles en su idiosincrasia como un buen maqluba -que viene a ser una paella árabe-, el ‘tatriz’ o bordado palestino, el ‘dabke’ que es como su muiñeira, o el postre por autonomasia de aquellas tierras. “Kanafeh siempre gana”, sonríe Tareq al evocar esa delicia de cabello de ángel, pistacho y requesón. “Nunca monté ni en uno ni en otro”, no puede elegir Tareq entre camello o burro. “Mish ktir” añade Marwa, que viene a ser que en Palestina no abundan tales mamíferos. Como ellos, excepcionales ourensanos con un sueño con el que coinciden todos sus compatriotas. “La liberación palestina de la ocupación israelí”, dice él, secunda ella. Como dirían en su tierra, Inshallah.