Relatos en la lejanía

Taza, chichimoni y copla

Emilio Campante.
photo_camera Emilio Campante.

Se había convertido ya en hábito. Entre la una y las tres de la tarde y luego ya a partir de las siete más o menos, la afluencia de personas por la plaza del Hierro y confluencias estaba animadísima. San Miguel, la Paz, Hornos, Lepanto, Juan de Austria, Arcedianos, María Andrea. Se llenaban bares y tabernas. Se disponía de poco tiempo, porque la vuelta al trabajo, normalmente era entre las tres y cuatro y media de la tarde. En este ínterin había que ir a comer.

Unos eran empleados de comercio, otros de la banca, funcionarios, médicos, abogados, de la construcción y del metal, oficinas, autónomos. Todos a “tomar la taza”.

Virgilio, veterano miembro de la coral De Ruada y gaiteiro, trabajaba como delineante en la Diputación. Era el padre del pintor Virgilio. Se le había ocurrido la genial idea de hacer un planillo con la ruta a seguir en los vinos, que expusieron todos los locales, tascas, bares y restaurantes de la zona. Lo tituló, creo, “Volta ó Ribeiro”, y había sido todo un éxito.

Por lo general, el mostrador del Bar Campante estaba siempre abarrotado. Los de la Peña nos colocábamos al final del local, donde el sr. Emilio almacenaba las pipas, y allí, sobre ellas, nos colocaba las tazas de loza blanca y servía el vino.

Jugábamos al “chichimoni” el importe de la consumición, mientras se comentaban sucesos, novedades agradables (y a veces no tanto) que publicaba diariamente La Región… Para el que no lo sepa, el “chichimoni” era un juego muy antiguo, del año 1700, que según decían procedía del Bierzo y que jugábamos entre sorbo y sorbo. Consistía en poner en la mano hasta tres monedas o ninguna (0-1-2-3). Para que los que jugaban estuviesen a cubierto de cualquier sospecha, cerraban el puño y, con el brazo extendido hacia el frente, iban diciendo el total de monedas que sospechaban había.

Todos abrían las manos y se sumaban las monedas, el jugador que acertaba quedaba exento de seguir jugando. Y así, hasta que quedase al final uno que era el que tenía que pagar la ronda. Es decir “el pagano”.

Por la tarde, en un ambiente de jolgorio, de alegría y de camaradería, el disfrute era total. No solo amigos, sino conocidos, forasteros, coristas de distintas agrupaciones corales entonaban sus cántigas, especialmente de la tierra. No hacía falta director, el canto era espontáneo.

El capitán Lezcano, que se había incorporado a nuestra peña en el Campante, comentaba que había estado en Villagarcía y que le había llamado la atención la letra de uno de los cantares que había escuchado, por su intencionalidad y sus voces naturales, que denunciaban un siseo muy propio de gentes marineras, pescadores, aparte de unos silencios muy prolongados en el canto, que dejaban sentir. Porque “el silencio también se oye” y que armonizaban la composición que era muy simple: Vilagarcía de Arousa,/ ben te podes alaba-re./ Santiago con ser Santiago/ non ten portiño de mare./ Ay la la, la le lo./ Ay la la, la le lo./ Santiago con ser Santiago.

Pero recuerdo también que aquella ocasión cantamos una copla que se había hecho muy popular, y que ahora tiene plena vigencia: O pasar por a ponte da Burga,/ o primeiro que chama atención/ é un gran edificio de pedra./ É a Praza que está en construcción./ Para, pa, pa./ Temos ó lado o Matadeiro,/ o máis fermoso do mundo enteiro./ Pero o probe, ¡vaia por Dios!,/ xa cría silvas o derredor

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