Los vagabundos de Ourense son este año de menor edad

Cerca de 30 personas duermen en la calle en Ourense y la mitad son jóvenes que no superan los 30 años. Así, mientras los termómetros caen en la ciudad, hay quien busca entre cartones y mantas un espacio de calor para pasar la noche. No existe un perfil concreto de persona sin hogar, pero desde Cruz Roja apuntan que se dio una alarmante disminución de la edad del vagabundo. “Son jóvenes que acaban de salir de un sistema de acogida de menores, o que ya tenían una red familiar debilitada, también personas en riesgo de exclusión residencial”, explica una trabajadora de Cruz Roja. Además, otra característica común es que tan solo el 17% son mujeres. Hay un grupo de voluntarios de Cruz Roja que sale semanalmente a recorrer las calles para establecer contacto con las personas sin hogar y ofrecerles mantas, algo caliente o productos de higiene. Esta oferta es, sin embargo, un “enganche” para más adelante trabajar con ellos y ayudarles a salir de la situación de calle. El albergue municipal tiene 20 plazas. Según fuentes municipales, la media de ocupación es de entre 12 y 13 personas. No se llena, pero el tiempo de estancia máxima es de tres días. En invierno, está previsto que se inicie una campaña en la que los transeúntes pueden permanecer más tiempo para evitar las noches al frío. A día de hoy las mínimas en la ciudad de Ourense se mantienen en cuatro grados y son muchas las “edificaciones” de cartón que se alzaron en la ciudad. Ramón Puga o la calle Progreso son algunas de las vías en las que se asientan. En esta última, el inicio de una obra en el número 65 provocó que vallasen el “hábitat” que una madre y su hijo se habían construido, y perdiesen sus pertenencias sin otro sitio al que ir. Cada mañana en Sáenz Díez, un café caliente y tabaco para Iván Iván es coruñés y llegó hace tres meses a Ourense. Tiene 40 años y vive solo en la calle. Salió de un centro de rehabilitación en el que estaba alojado y cogió un autobús. Desde entonces, habita en Ramón Puga, donde acumula los restos de comida que no consume. Sacos de dormir, latas vacías y alimentos en fase de putrefacción rodean su espacio vital que permanece sellado con una cadena oxidada. Iván reconoce que las asociaciones pasan de vez en cuando y le ofrecen ayuda, pero excepto mantas y comida, el prefiere seguir en la calle a ir al albergue. Los vecinos también se muestran solidarios y muchas mañanas le dejan café y tabaco para desayunar. Mientras el invierno comienza en la ciudad. Él, sin embargo, afirma que aún no pasa frío. “Lo voy llevando”, asegura.