Bien comidos, a pesar de todo

Los gallegos hemos sido, a lo largo de muchos siglos, una población muy numerosa. Ha habido más paisanos ourensanos y de las tres restantes provincias deambulando por el país y por todos los rincones imaginables, que catalanes, por ejemplo, que en nuestros días nos duplican con creces en términos demográficos. La fuerte presión ejercida por tantas personas sobre el territorio creo que ha sido el factor primordial que nos ha inducido a buscarnos la vida donde quiera que fuera que nos compensaran pasablemente por doblar el espinazo.

Entiendo que la supuesta pobreza o el atraso no fueron motivos determinantes de la inclinación semoviente de nuestra gente. El débil y tardío desarrollo industrial, desde luego que pesó en nuestro afán migratorio. Pero los que marcharon no fueron los más pobres y sobre una buena porción de ellos gravitaron primordialmente factores de atracción (oportunidades en América y más tarde en Europa) y de posibilidad (nuevos transportes de masas, como los trasatlánticos)

Toda una porfiada y robusta corriente de opinión subraya nuestra condición victimista. Pero hambres y penurias ha habido en todas partes, sin que sea posible excluir de la cartografía de la desventura a naciones tan prósperas como Italia, Alemania o Suecia, en reiteradas etapas de su historia. Nuestras viviendas y régimen de alimentación, así como las condiciones generales de vida y salud eran muy semejantes a las de los restantes países. La situación de opresión de las mujeres, nuestros miedos y relativo panurguismo, así como la inseguridad de nuestras existencias no eran muy distintas tampoco.

Es posible testar estas opiniones, en lo que concierte a la condición humana, apelando a una expresión del gusto de André Malraux, aquél que escribió que: “Todo hombre se parece a su dolor”. La relevante publicación Encyclopédie Méthodique, que continuaba la célebre Enciclopedia, publicada entre 1782 e 1832, consignaba el hecho de que los gallegos de aquel tiempo eran en general de mediana estatura y robustos. No andábamos mal de talla, según parece. Es posible verificar esto, desde hace un siglo y medio, merced al estudio del tallaje a que eran sometidos los reclutas en la hora en que rendían servicio militar. El doctor Sánchez Fernández publicó una estadística que arrojaba los siguientes resultados: el 62 % de los reclutas eran de talla mediana. Los mozos de la provincia de Ourense superaban ligeramente el promedio español con una cifra de 64 %). Por debajo estaban A Coruña, con 62 %, Lugo con 62 %, y Pontevedra con 60 %. En cualquier caso, todas las provincias gallegas estaban por encima de la provincia de Madrid, con 60 %.

De añadidura, en el período comprendido entre 1902 y 1992 se produjo un aumento de la talla de 11’4 centímetros, pasando de 1’63 a 1’75 cm. Ciertamente, este aumento de la estatura benefició más a los grupos sociales urbanos que a los rurales, y fueron los sectores económicamente más boyantes (residentes en las ciudades) quienes experimentaron tal mejoría con más antelación y mayor amplitud. En suma, la estatura de los gallegos estaba más o menos en el mismo fiel de la balanza en que se situaba en promedio la de los españoles. Y de los europeos también, según revela la investigación del Dr. Ph. Hauser, La geografía médica de la Península. De todas formas, se constata una tendencia a la homogeneización positiva de todo el conjunto de la población, de tal modo que las diferencias de estatura entre ricos y pobres, ciudadanos y aldeanos, eran mayores en la década de 1950 que en la de 1990. Este fenómeno igualatorio en lo que concierne a la talla, que se produjo del mismo modo -aunque generalmente antes-, en los países de nuestro entorno, no hizo más que proseguir en las dos últimas décadas.

En conclusión: en lo que concierne a la constitución física de los gallegos todo parece indicar que no se han registrado sensibles diferencias en relación a los promedios españoles y europeos, lo que podría indicar que la situación alimentaria del país no ha sido peor. De hecho, en términos históricos, los habitantes de Galicia no han estado peor nutridos que los de otras comunidades autónomas, incluidos aquellos cuya alimentación se ha basado en la Dieta Mediterránea. Puede inferirse de este panorama social que la Dieta Atlántica ha tenido una capacidad nutricional comparable a la Mediterránea. Podríamos afirmar, por lo tanto, que, a pesar de los pesares, la vida de los gallegos no ha sido demasiado desventurada o mala en términos generales. Por lo menos hemos estado bastante ben mantidos.

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