Buscadores de gemas arriesgan la vida en minas ilegales en Camboya

Buscadores de gemas arriesgan la vida en precarios pozos de más de diez metros de profundidad para arrancar de la tierra pequeñas piedras preciosas y ganarse un sustento  (Foto: EFE)
Buscadores de gemas arriesgan la vida en precarios pozos de más de diez metros de profundidad para arrancar de la tierra pequeñas piedras preciosas y ganarse un sustento en la remota provincia de Ratanakiri, en el noreste de Camboya.
Decenas de orificios, de apenas un metro de diámetro, perforan una polvorienta llanura en decenas de minas ilegales donde se extraen principalmente circonitas, y pequeñas cantidades de ópalos y cuarzo.

'La tierra es del Gobierno y no tenemos permisos, así que, cuando hacen inspección, tenemos que irnos corriendo', asegura Kim, uno de los trabajadores de la explotación.

Sin ningún tipo de seguridad, los habilidosos mineros afianzan los pies desnudos en pequeñas cavidades que han escarbado en las paredes de tierra del pozo, a modo de escalera, y por la que descienden hasta el fondo.

'Es demasiado peligroso. En los dos últimos meses han muerto ya siete personas por haberse precipitado al suelo', asegura Vat, un minero que lleva dos años introduciéndose en los túneles verticales.

Con 19 años, Vat dejó su aldea en la provincia de Kompong Cham, a unos 400 kilómetros al suroeste de la remota Ratanakiri, porque con el trabajo en el campo no ganaba el suficiente dinero para vivir.

Con una luz sujeta a la frente, desciende cada día por uno de los agujeros con sus pantalones y camisa blancos que la tierra ha teñido de marrón.

'Ahora es más fácil que al principio, pero hay días en que las paredes resbalan mucho y no es sencillo bajar', asegura Vat al mismo tiempo que inspecciona una de las piedras que ha extraído horas antes.

Cheik, que trabaja con Kim, saca tierra de una de las minas mientras tararea una canción que se entrecorta con frecuentes toses.

'Solo a partir de los diez metros podemos encontrar gemas, así que al principio estamos un buen rato sacando tierra que no sirve', asegura este camboyano cuando regresa a la superficie.

Pueden tardar varios días en alcanzar los necesarios diez metros de profundidad y luego disponen aún de algunos metros más para escarbar antes de que el suelo se vuelva demasiado duro.

Para aprovechar mejor la tierra útil, en ocasiones practican túneles que conectan dos o más agujeros, aunque su explotación es más complicada y hay peligro de derrumbes.

Cheik y Kim se reparten el trabajo de la siguiente forma: el primero desciende hasta el fondo y llena los cubos de tierra que luego el segundo, tras ser avisado, iza con una rudimentaria manivela sujeta sobre una estructura hecha con maderas.

La tierra es apartada y amontonada bajo un techo de tela roída que protege del intenso sol y de la lluvia.

Cuando creen que tienen suficiente o no se puede descender, los mineros inspeccionan minuciosamente las montañas de material en busca de los pequeños tesoros pétreos.

En minas aledañas, los métodos varían y, en ocasiones, la tierra es mezclada con agua para ser posteriormente cribada con un cesto de bambú agujereado.

Cada jornada sacan unas pocas piedras que venden por un máximo de 12 dólares y que deben repartir entre tres o cuatro personas.

Las minas ilegales van menguando poco a poco en Ratanakiri y dejan paso a grandes explotaciones controladas por empresas extranjeras o a plantaciones de caucho, que están cambiando rápidamente el paisaje de esta remota zona del noreste de Camboya hasta hace pocos años cubierta por la selva.

Ratanakiri, que en camboyano significa 'montaña de piedras preciosas', es una de las regiones de Camboya que más rápido se desarrolla a costa de la expropiación de tierra a las comunidades indígenas que allí habitan.

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