Cuenco de cerámica de Hagi

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Hay objetos que requieren un uso atento, porque están hechos para que salgamos del automatismo de las rutinas y regresemos a ese tesoro de la contemplación. Este viejo cuenco de cerámica sirve no sólo para contener el té, sino también el asombro que vamos perdiendo con los días. El té fue inventado para hacer del momento despreocupación. Para celebrar en silencio la gran fiesta de nosotros mismos. Es la palanca invisible que nos hace mejores.

Este cuenco fue un regalo. Me lo ofreció un viejo amigo que está tatuado como un yakuza y lleva años aprendiendo la ceremonia del té con las mujeres japonesas en la embajada de Japón en Madrid. Un día, en su casa, con el kimono puesto y su hija mayor en brazos, me acercó el cuenco envuelto en su cajita de madera de cedro con bellos caracteres pintados en tinta negrísima. Me explicó que pertenece a la cerámica de Hagi, la tosca cerámica japonesa cocida en tierra amarilla y esmaltada con paja de arroz. Es un cuenco antiguo, del siglo XIX, cuando Japón decidió pasar de la Edad Media al ultrafuturo sin dejar de adorar a los árboles ni a los espíritus que habitan las piedras. Es un cuenco humilde, de arcillas que se agrietan al cocerse y a las que adora este pueblo de poetas. Por eso rellenaban las fisuras con el esmalte lechoso, aunque el líquido se cuela por el interior del vaso, cambiando su color. Todas estas contrariedades son hermosas. Hermosas como las paredes que se achatan con el hueco de la mano del alfarero y las muescas que también grabó en la base del recipiente, quizá para recordarnos que la vida es transitoria. 

Uso este cuenco con una liturgia especial. Lo saco de su caja, desenvuelvo de la tela azafrán que lo cubre y sirvo un té verde, infusionado en agua de manantial. Allí ha hervido lo que después seremos nosotros mismos, quién sabe si entrañas o pensamientos. Le doy pequeños sorbos agarrándolo con las dos manos y no sirvo más hasta que haya apreciado bien su sabor. Después, lo enjuago y lo devuelvo a su caja, que guardo en el sitio mejor. Siempre regresa la calma y se destensa algo en mí. Así  funciona la magia.

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