SOCIEDAD

Presos universitarios encuentran en los libros el mejor camino hacia la libertad

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photo_camera Los presos en sus horas de estudio en la cárcel.

Cerca de 300 presos del Estado de Nueva York están recibiendo la educación universitaria de primer nivel

Cerca de 300 presos del Estado de Nueva York están recibiendo la educación universitaria de primer nivel que nunca tuvieron a través de una iniciativa de financiación pública y privada que les permite encontrar la libertad en los libros y pensar en su futuro.

La dedicación de los presos es tal, que en un concurso de debate en octubre pasado, tres reclusos de un centro de máxima seguridad con antecedentes por crímenes violentos batieron a un grupo de estudiantes de Harvard, una victoria moral cargada de esperanza para los jóvenes y sus compañeros entre rejas.

El programa que promueve el Bard College representa una segunda oportunidad para los pocos presos que tras competitivas pruebas consiguen acceder a los estudios en un Estado en el que, como en el resto del país, la educación superior dejó de ser posible para los presos por recorte presupuestario en 1994.

"Muchos de estos jóvenes nunca han tenido una oportunidad. Nadie ha creído en ellos y por eso se vuelcan de esa manera", cuenta Max Kenner, impulsor de la iniciativa y antiguo estudiante del Bard College.

Kenner dice no llegar a comprender por qué se suprimió un programa universitario que consigue, entre otros efectos positivos, reducir los altos índices de reincidencia.

Fuera del programa, un tercio de los exconvictos del Estado de Nueva York acaban volviendo a prisión en los primeros dos años en libertad.

Además, más de la mitad de los presos que estudiaron acaban realizando trabajos sociales que repercuten en el bien de su comunidad al regresar a casa, asegura.

"No alcanzo a comprender cómo no se involucra más financiación pública en estos programas cuando obviamente es una inversión en contra de la masificación de las prisiones", apunta Kenner, que añade que no puede ser solo un asunto económico, porque cada preso supone para el Estado al año entre 40.000 y 60.000 dólares, lo que cuesta un curso en Columbia, Yale o Harvard.

Uno de los presos que ha conseguido graduarse desde la prisión de Woodbourne, al norte del Estado, es Byron Ortiz, que nació hace 44 años en Guatemala y cuenta a Efe que ha pasado 25 de los 27 años que lleva en EE.UU. entre rejas por homicidio.

"Cuando entré en prisión fue muy duro para mi familia; se sentían avergonzados", explica el preso, que dice que se ha convertido ahora en un "modelo a seguir" para los niños de su entorno gracias a su graduación universitaria.

Compensar de algún modo a la sociedad y especialmente a las familias por los hechos que les llevaron a prisión a través del programa de estudios es una constante de los participantes, la mayoría nacidos en familias desestructuradas y barrios marginales. Y la mayoría también afroamericanos e hispanos.

Jonathan Alvérez, de 27 años, entró hace una década en Woodbourne y cuenta cómo ha cambiado su vida y su visión del mundo y él mismo desde que estudia y "hace algo más que levantar pesas y ver la televisión".

"Estudiar me abrirá muchas puertas cuando tenga 30 y si todo va bien pueda salir de aquí, pero también ha sido muy importante para mi autoestima", explica a Efe.

Alvérez asegura que su celda está ahora repleta de libros y atender los trabajos que le reclaman los docentes da a sus ratos libres un nuevo sentido.

"El conocimiento es una libertad que nos seguirá toda la vida, no importa las circunstancias. Nadie nos la podrá arrebatar", añade Adrian Greaves, de 40 años y que entró en prisión "por no escuchar" a su madre y "mezclarse con la mala gente".

Para que puedan recibir clases en el centro, los profesores de Bard se trasladan hasta los centros penitenciarios del Estado.

Elizabeth, profesora de Salud Pública en Woodbourne, asegura que "nunca" ha tenido ninguna experiencia negativa, aunque su familia se mostró recelosa de que fuera a dar clase a una prisión masculina.

Por su parte, Lyyn J. Liley, el superintendente de Woodbourne, asegura que los presos que siguen el programa Bard no son los chicos que le dan "problemas".

"Es un 'quid pro quo'. Nos cuesta trabajo y dinero pero ganamos en paz", añade el responsable del centro penitenciario, que explica orgulloso que el 10 % de sus presos (800 reclusos) son estudiantes de Bard.

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