Europa: dependiente tecnológica

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El auge de los dispositivos conectados, el despliegue del 5G y la pandemia han acelerado la demanda de semiconductores, lo que ha puesto en evidencia la dependencia de la industria en Europa

En pleno siglo XXI es innegable la importancia de la tecnología y la innovación en nuestra economía, con cada vez más empresas basando su negocio en la creación y explotación de productos tecnológicos. Un claro ejemplo de este cambio de paradigma pueden ser las startups, un fenómeno que ha experimentado un gran crecimiento en los últimos años, pero esta apuesta por la innovación se extiende ya por otras industrias más “clásicas” como la alimentación o el textil.

El auge de los dispositivos conectados, el despliegue del 5G y el azote de la pandemia han acelerado la demanda de semiconductores, lo que ha puesto en evidencia la dependencia de la industria en Europa a la hora de abastecerse de materias primas y productos tecnológicos procedentes de otros países, principalmente de China y Estados Unidos. Según la consultora estratégica Kearney, un 20% del valor añadido bruto europeo depende directa o indirectamente de la tecnología, una cifra nada despreciable en algunos sectores como el automovilístico o el financiero que debería hacernos replantear la importancia de la innovación y el desarrollo tecnológico a nivel estratégico, económico y geopolítico.

Se avecina una rápida recuperación post pandemia, y todo el mundo está empezando a tomar ya sus posiciones para tener un mejor punto de partida. En este juego geopolítico el papel de Europa es un tanto peculiar, ya que por su carácter diplomático se encuentra en medio de las batallas que libran los demás, como puede ser el caso de los Estados Unidos contra China. Este enfrentamiento con base comercial y estratégica, avivado tras el paso de Trump por la Casa Blanca, tiene todavía varios asaltos por delante con Biden ahora al mando. De hecho, durante la pasada reunión del G7, el presidente americano propuso a los países europeos el plan “Build Back Better For The World” para contrarrestar la ruta de seda china apostando por nuevas infraestructuras e inversiones en sostenibilidad, salud, tecnología e igualdad.

Comparando las cifras de inversión en innovación y desarrollo, las diferencias entre Europa, Estados Unidos y China son abismales. En el ámbito de la investigación, el gasto europeo en valor absoluto es un 25% menor que el de las dos potencias mundiales anteriormente citadas. Las patentes tecnológicas registradas en China durante el 2020 superaron en un 63% las presentadas en Europa. De entre las 21 principales áreas de tecnología punta que señala el informe de Kearney, Europa solo consigue asomarse en los primeros puestos en ocho de ellas, entre el monopolio que ejerce China en prácticamente todas las demás. Y por último, existe un desfase entre el talento que se forma en las universidades europeas frente a los puestos disponibles en el sector, lo que motiva que muchos de nuestros jóvenes se vayan al exterior en busca de oportunidades.

Europa está ya empezando a tomarse en serio la carrera tecnológica y prepara una serie de medidas para intentar que la brecha deje de aumentar. La primera, y para evitar que se repitan problemas de desabastecimiento en el futuro, ha sido incluir dentro del Proyecto Europa 2030 un plan para aumentar la producción de chips en el viejo continente hasta alcanzar un 20% de la cuota de mercado mundial.

Los fondos Next Generation, bien empleados, también pueden servir para acortar distancias con los EEUU y China impulsando la innovación y la inversión tecnológica para mejorar la capacidad productiva de las empresas, generar nuevos empleos y salir a competir al mercado internacional con determinación. En este sentido también pueden ejercer un papel relevante los movimientos que se realicen en el ámbito empresarial, donde las fusiones y las compras de empresas pueden servir como vía rápida para mejorar la competitividad de un sector pujante y que todavía tiene mucho recorrido en nuestro continente, a pesar de su posición de inferioridad respecto a las dos principales economías del mundo.

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