Turismo rural

La Casa Grande de Trives, una "gaiola de ouro" pionera en Galicia

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photo_camera La Casa Grande de A pobra de Trives. // R.M.
Un pazo del S. XVII en el centro de A Pobra, uno de los primeros establecimientos gallegos de turismo rural, resiste frente a la pandemia con la vista puesta en Manzaneda y la Ribeira Sacra.

Una herencia ruinosa convertida en motor familiar. Una casona decadente y un espíritu emprendedor. El pazo del S. XVII situado en el centro de A Pobra abría sus puertas en la Semana Santa del 89 tras un proceso largo, costoso y audaz. Y al timón, doña Adelaida Álvarez. La mecha en su inquieto corazón la prendió "un artículo de Darío Villanueva publicado en La Región". Lo recuerda su hijo Alfredo Araujo, que estuvo con ella entonces y sigue hoy al frente de la Casa Grande, uno de los primeros establecimientos de turismo rural de Galicia. Faltaban respuestas y sobraba entusiasmo.

Echando la vista atrás, el propietario rememora el empeño de conservar el estilo original de una casa de la que habían perdido ya unos 180 metros cuadrados de terreno. Recomponer la fachada, recrear la decoración original... "no había materiales y no era sencillo conseguirlos; no encontrábamos ni telas”. Tampoco había en España un modelo de turismo rural y posaron la mirada en Portugal y Francia, donde llevaban funcionando desde después de la Primera Guerra Mundial”. 

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Entre Manzaneda y la Ribeira Sacra

Sabían que el estar próximo a Manzaneda podía impulsar su arranque. Algo en lo que no se equivocaron. De hecho, la cercanía tanto con la estación de montaña como a la Ribeira Sacra es una de las principales demandas de sus clientes. Destaca Alfredo que “esto es un potencial que enseñar a los turistas, las montañas, el colorido paisaje...”.  En aquel entonces ni la posibilidad de publicitarse en internet, pero recuerda la suerte de haber entrado muy pronto en la guía “pequeños hoteles con encanto”, algo que hoy apenas se utiliza.

Tras la muerte doña Adelaida, hace ya casi diez años, Alfredo Araujo sigue al frente de la Casa Grande. Son muchas las horas que este hombre emplea para tener todo a punto: “Puedo estar hasta 30 días de 7 de la mañana a 2 de la madrugada y eso es duro. Esto tiene que ser como algo vocacional y no puede ser visto como negocio, sino en la mayoría de los casos como un complemento a otras rentas”.

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De reservas por carta a internet

Aunque todo ha cambiado mucho, con la tecnología que acerca de otro modo a las cosas, la premisa que en la Casa Grande intentan mantener desde el primer momento es que el huésped se sienta en un entorno amigable, “en donde una primera atención telefónica sea como tenderte la mano”, explica el propietario. Reconoce que “siempre hay que adaptarse a los cambios porque si no te quedas fuera” en lo referente a modernizar el motor de reserva.

Al principio llegaban a recibir cartas desde el extranjero para realizar las reservas a las que debían contestar también vía postal, con el tiempo de antelación que eso suponía, algo que a día de hoy es impensable. “El método cambió infinitamente”, afirma Alfredo, destacando la importancia de la llegada del móvil, con el que la independencia fue mucho mayor sin estar “tan atado”. Aún así, el gerente de la Casa Grande remarca una frase que le quedó grabada de una señora que tenía un mismo establecimiento y le dijo: “Esto é unha gaiola de ouro, pero non deixa de ser unha gaiola”.

Naturaleza y senderismo

Muchas son las experiencias vividas y muy pocas las malas. Entre las anécdotas más curiosas menciona a algún cliente que vino a la Casa Grande con 4 años con sus padres y ahora vuelve años después con sus hijos. Afirma Alfredo también que tal vez, desde los comienzos hasta hoy en día, haya una mayor apuesta por el turismo de naturaleza, senderismo, aunque reconoce que este es un sector muy frágil. Este lugar con encanto “se ajusta más a un “bed & breakfast” en el que se busca la cercanía de la gente, conseguir conocer el lugar que visitas desde dentro, y eso se consigue aquí y no en un “turismo industrial”, en el que es más complicado dedicarle tanto tiempo al huésped. "Yo invierto mucho tiempo en el cliente y ellos también me lo devuelven a mí. Es muy gratificante la relación con la gente” puntualiza Araujo.

Puede que en esta manera de pensar se encuentre radique uno de los secretos de que este establecimiento siga funcionando de la misma manera más de 30 años después, cuando otras muchas casas sí fueron cerrando sus puertas. Los clientes valoran la cercanía y la buena ubicación, así como estar en un lugar que no tenga la impostura de un hotel, un turismo familiar. Si hay algún sector que sin duda haya sufrido en esta pandemia, ese es la hostelería y el turismo, pero Alfredo no cae en el pesimismo y recalca que “fue gente muy prudente, pero sin histeria” la hospedada en tiempo de pandemia, acatando el protocolo en todo momento. “He preferido no saturar y no llenar tanto la casa para dar mayor seguridad”, una regla que como el mismo expone es más complicado que sigan en lo que define como “turismo industrial”. Los clientes respetaron y se adaptaron perfectamente, algo fácil ya que es una casa que cuenta con muchos espacios comunes y amplios, ofreciendo esa mayor tranquilidad. Eso no quita que el covid le marcase mucho porque “este año fue el primero en que un mes como noviembre no hubo ni una sola reserva”. Pero se muestra seguro de estar en el punto de partida ideal para redescubrir los atractivos de la comarca.

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