Las voces

Las voces (Foto: M. estévez)
Escuchó una voz dentro de su cabeza, un poco más arriba de la ceja izquierda, que le decía lo que debía hacer en cada caso. Era rasgada.
Se sumó una segunda, tersa, invariablemente recomendaba lo contrario de la primera voz, desde la atalaya frontal. Cuando la costumbre de aguantar las peleas a dos voces se instauró, una tercera vino a perturbar sus sueños, siempre a las tres en punto de la madrugada, recriminándole que durmiera sin escrúpulos. Era una voz rota.

La siguiente entró en escena gimiendo y lamentando que no la escuchara, que nadie en el orben la atendiera. Tras cerrar puertas y oídos a las señales, una quinta, redonda y blanca, le insultaba cuando preparaba las comidas del día, especialmente si estas llevaban tomate. Otra, sibilina y lírica, adoptó el hábito de inspirarle poemas. Le siguió la amenazadora, la riente, la mentirosa...

cuando superaron la treintena dejaron de atosigarle y dio comienzo, entre ellas, la batalla por el poder. Sus ataques, aderezados con rechinar de sables y risas histéricas, fueron increschendo.

La batalla final se decidió en el campo de hostilidades entre los dos hemisferios. No quedó ninguna.

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