La Región
Tiranías
Ya les tengo comentado que yo a la familia no acostumbro a tratarla mal, todo lo contrario. Pero si, además se trata de mis nietos, seguro que, si tengo algo que decirles, se acordarán no solo de la forma que se lo dije, sino también cómo se lo dije, y qué golosinas nos acompañaron.
Dos cosas me quedaron muy claras cuando hice la mili y que, la verdad, nunca había pensado para nada en ellas. Una se refiere al aguante de la persona humana. Situémonos pues:
Un sábado o domingo de las primeras semanas de enero en Alcantarilla. No podemos salir de paseo. No nos dejan ni tampoco sabemos comportarnos aún. Nos forman y a cada uno de cuatro le dan un cubo y en dos filas, una detrás de la otra, por los campos anejos al de tiro a recoger aceitunas. Esta unidad militar de “pistolos” de la BRIPAC cosecha las pocas que quedan en los olivos, ya negras y las del suelo, caídas entre las hojas. Descargamos los cubos y nos vuelven a mandar a por más aceitunas y solo que volvamos cuando estén llenos. Todos nos miramos con estupor pensando que el sargento no está bien. Loco del todo, después de andar levantando con un palo todas las hojas. No tardamos una hora en volver con los cubos llenos. Como otros muchos, me quedó la duda, de si nos mandasen otra vez, y estoy firmemente convencido de que cumpliríamos la orden. Bastante seguro.
Doce de la noche de un día de febrero. Noche clara. Sentados en la cuesta de una loma, todos con cara pintarrajeada con betún, a lo Rainbow vamos, escuchamos al teniente quien nos explica con ayuda de veteranos varias forma de camuflaje con el entorno, mientras unas bengalas iluminan todo el campo. A pocos metros de donde estaba sentado, suena de repente en ese silencio que siempre suele haber y abundar en toda clase de reuniones el grito de Tarzán, alto, claro y fuerte en plena noche. Todos en pie. El que fuese, dé un paso al frente. Nadie se mueve. A la tercera, va en serio: en prevengan y paso ligero. Son las cuatro y media de la madrugada. Llevamos 4 horas a paso ligero. A mi lado, derecha, izquierda, delante y atrás escucho desde hace tiempo; yo no aguanto más, yo me tiro. Pero nadie se deja caer ni dejar el paso. A las 5,30 todos en los barracones de vuelta.
Si algo excepcional, curioso o excéntrico de la mili me ha quedado, sigue siendo que, militarmente hablando, para un soldado español no hay nada imposible. Yo así lo he sentido y probado.
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