Opinión

La hora del mal menor

Galicia no busca un líder. Ni un presidente. Busca una de esas cosas que se llama "hombre de Estado". Algo que aporte la estabilidad suficiente como para mantenerse a flote mientras España naufraga en acuerdos de gobierno imposibles, y ese suflé de egos tan divertido que nos brindan nuestro hombres en Madrid, en el Congreso, que más que de Estado son de estrado.

Los gallegos ahora no necesitamos estadistas, ni siquiera aquellos a los que las instituciones les caben en la cabeza, ni tecnócratas. No. Queremos a aquellos "hombres de Estado mondernos" de los que dejó dicho  Gómez Dávila que tienen la habilidad de "aproximarse lo más lentamente posible a la catástrofe". Que por toda floritura tengan la supervivencia. Que por toda extravagancia tengan la habilidad de unir al pueblo bajo las cuatro o cinco cosas sobre las que podemos estar de acuerdo.

Esa visión límite de la política, desapasionada, no tiene por qué traducirse en gobiernos minoritarios. Solo que no es fácil engañar a un gallego con fuegos artificiales en campaña. Aquí los votantes reparten mayorías absolutas sin esperar líderes mesiánicos. Tal vez Galicia entiende mejor que nadie que la democracia es un mal menor. Nunca en esta tierra de tímidos contrastes se han exaltado las urnas por encima de sus posibilidades. 
De todos los grandes entusiasmo colectivos con ideas que dependen de hombres salen los peores desengaños. Quizá por eso el mejor voto en democracia es contra lo que se quiere evitar.

Esa pasión mitinera es malísima para la salud, aunque también debe existir, porque sin los entusiastas, los descreídos pareceríamos solamente pesimistas abandonados a la pesada idea de que todo va mal. Y es verdad, en política, todo va mal siempre, pero solo del mismo modo en que todo va bien siempre. 
Al fin, hemos de tener alguien en la cabeza de la Xunta, alguien que cumpla la máxima del mal menor, que evite que el populismo de corte tropical nos arranque la libertad. No queremos un líder, endiosado, y de carácter salvífico. No estamos en eso hoy. Queremos en la Xunta a un tipo lo bastante alejado como para que no se meta demasiado en nuestras vidas, y lo bastante próximo como para poder patearle el culo cuando nos toque afearle algún desastre. 

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