Cartas al director

Tiempos de vulnerabilidad

Entre los problemas más complejos que tenemos que afrontar en estos tiempos, se halla la cuestión de la convivencia en una sociedad articulada en la desigualdad. Un tipo de sociedad en la que los valores tradicionales están cuestionados, las relaciones sociales se hacen más versátiles, aparecen nuevas enfermedades, a las que no podemos hacer frente, nos hemos de abrir cada día a nuevos horizontes. Hemos nacido en un mundo y en un universo simbólico, en un tejido de historias, de costumbres, de hábitos, de ritos, de mitos. Todo lo que constituye nuestra gramática. Ésta no es algo añadido. Forma parte de nosotros mismos.

En el resquebrajamiento del vínculo social y político han incidido varios elementos: la agresividad de los cambios tecnológicos, la masificación de la vida urbana, los nuevos modos de producción y consumo, las migraciones, los cambios de los símbolos, la emergencia de diversidades culturales, en el contexto de la globalización han hecho a las personas más vulnerables cada día. No se informa del aumento de suicidios.

La respuesta es muy diversa. Unos desarrollan fe insobornable en amuletos y mitos. Otros incrementan el recurso a los ansiolíticos de todo tipo, hasta cotas peligrosas para la salud. Recibir o dar solidaridad crea dependencias hasta ahora desconocidas. Se crea una sociedad dentro de la sociedad. Se hacen presentes de forma acusatoria las “colas del hambre” con personajes hasta ahora desconocidos.

Situaciones críticas como la actual, sólo pudimos superarlas con la solidaridad de unos con otros, con independencia de quines sean los unos y los otros. Bajo esta luz podemos apreciar que el derecho, la justicia y el estado, en cuanto órdenes normativas fundados por la razón, son secundarios. Es necesario actualizar el concepto de “razón”, y dejar en la orilla a la razón instrumental. La lógica de la justicia ha de quedar subordinada a la lógica de la solidaridad, de la piedad y de la compasión en la que halla su legitimación. Se hace necesario superar la lógica de la libertad, la voluntad de poder. Los “rostros” deben significar para todos, sin exclusión, una responsabilidad irrecusable que antecede a todo sentimiento libre, a todo pacto, a todo contrato.