Opinión

Un espectáculo excesivo

Decía Roland Barthes en el primer capítulo de sus Mitologías que la virtud del pressing catch consiste en ser un espectáculo excesivo. Espectáculo, y no deporte, que el espectador distingue desde el principio del boxeo. Boxeando, los participantes pelean por ganar, pero en el catch no se busca ganar, sino ejecutar a la perfección los movimientos que el público espera de cada uno.

Esta diferencia de la que nos hablaba Barthes es exactamente la misma que separa el debate académico del debate electoral organizado, producido y fragmentado como espectáculo televisivo. No se busca una respuesta definitiva, ni una idea que se imponga. Ni siquiera una convención. Se busca complacer a los propios, contrariar a los ajenos y convencer a los indecisos de que quizás no lo son tanto. Que, a ver, en el escenario electoral más fragmentado de una democracia y con votos en el aire a esta semana, tampoco es ninguna tontería.

En ese sentido, los candidatos y sus gabinetes llevaban ventaja para la primera ronda: a nadie le cabe duda de qué esperar de cada uno. Con cuatro perfiles tan personalistas y cuatro discursos de partido tan característicos, las reglas del juego estaban claras. Como comentaba, en este ring, la victoria no es relativa, sino absoluta, por lo que lo más sencillo es analizar uno por uno los movimientos (coreografiados, que no agresivos) de los protagonistas.

Sánchez cumplió las expectativas, capeando el temporal con una agilidad ensayada, pero elegante. No se mojó en cuanto a pactos futuros, pero parecía orgulloso de los pasados. Con todo, no definió el punto de partida del debate, ni enmarcó a su favor el contexto en el que se discute esta nueva legislatura. Pero salió vivo, que no es poco. Cumplió.

Casado fue casi invisible, que como superpoder está muy bien, pero para el hombre que abandera la campaña de un Partido Popular "sin complejos" esto significa un combate de catch perdido. Sus intervenciones se perdieron entre hombres de paja como el de los "batasunos", un calificativo que en el presente 2019 suena tan anacrónico como una canción sobre llamar por teléfono (o no) siendo número 1 en los 40.

En un momento en el que la Constitución española es una métrica importante para huir de los extremos, porque asustan, Iglesias la sujetó como credencial del peregrino que sellar en cada apartado. Y este caso es raro: hizo lo lógico en términos de estrategia, pero nadie esperaba verle agarrarse de esta manera a la Constitución de la Transición, con lo que ese documento significa y todo lo que ha dicho al respecto.

De Rivera se esperaba que reclamase una relevancia que peligra. Lo hizo con escenas tan arriesgadas como acercarse una tarjeta con la bandera española a la cara, plantar un marco en el atril en los tiempos de Twitter o ese minuto de oro con un exordio exagerado de primero de debate académico. Ocurre que Albert cumplió, con el infoshow que le vio nacer, con las expectivas de los suyos... Y con el asombro de los que le veían desde casa. Pero cumplió.

Porque una cosa está clara: de quienes no nos gustan esperamos que digan cosas con las que no estamos de acuerdo. Y las intervenciones extrañas de los Pablos dejaron a Pedro y Albert este último punto en bandeja. Al menos, en el primer baile.

Aida González, campeona mundial de debate universitario

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