Opinión

DE EMOCIÓN E INDIGNACIÓN

La inmensa mayoría de la ciudadanía gallega entendió perfectamente la reacción de Xosé Manuel Beiras en el Parlamento hace unas cuantas semanas, cuando se acercó a Alberto Núñez Feijóo para dar un puñetazo sobre su escaño. Representó con aquel gesto un sentimiento muy arraigado en las gentes de esta tierra, cansada de los estragos de la droga; de comprobar que la emigración que tanto contribuyó a superar el atraso de Galicia, merced a los dineros ganados con el esfuerzo sobrehumano de quienes se fueron, alimentó el lado más amargo de la sociedad por culpa de la desestructuración familiar derivada de la separación de padres e hijos. Coinciden los expertos que en el debe del éxodo hay que anotar la destrucción de valores, que acabaron con frecuencia sustituidos por adicciones que resultaron letales para buena parte de una generación, diezmada en lo mejor de la vida.

Por eso es entendible que el líder de Alternativa Galega de Esquerdas reaccionase como lo hizo en el Pazo do Hórreo, embargado por la emoción producida por el sentimiento de dolor y tragedia, común a tantas familias de esta tierra, que vieron como un insulto la fotografía que mostraba a Feijóo disfrutando de la compañía de un conocido narcotraficante, cuando ya era alto cargo de la Xunta, ajeno al drama que vivía la sociedad gallega.

Por las mismas razones que hubo comprensión generalizada para el gesto del escaño, los ciudadanos asisten hoy estupefactos a la defensa que Beiras hace de los activistas de Resistencia Galega pendientes de juicio por pertenencia a banda armada. Sostiene que quienes perpetraron atentados, utilizaron explosivos y organizaban acciones terroristas, “el único crimen que cometieron fue ejercer la indignación” y que “a eso ahora se le llama terrorismo”.

En esta ocasión, al líder de AGE se le fue la mano -la boca, mejor dicho- al trivializar actividades que la conciencia social tiene interiorizadas como sinónimo de dolor, tragedia y drama, con carísima factura, que cerca de un millar de personas pagaron con su vida; unos cuantos miles con heridas que les produjeron secuelas físicas y psíquicas de por vida, y aún otros miles más que sin ser víctimas directas, sufrieron las consecuencias en su calidad de familiares o amigos. Está bien defender a los desfavorecidos, pero los miembros de Resistencia Galega no lo son en ningún caso, pues la indignación está justamente al otro lado. Que sepa Beiras que las armas, aun las dialécticas, las carga el diablo y hay cosas con las que es mejor no jugar, por eso reciben el rechazo generalizado.

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