Opinión

Choque de religiones

La mayor parte de la opinión pública mundial, y, de manera especial, la europea vibra, llora y se solidariza con los ucranianos víctimas del autócrata ruso, Vladimir Putin, a quien muchos, entre ellos Joe Biden, consideran criminal de guerra. Hay que remontarse muchos años atrás para encontrar un parecido fervor colectivo de solidaridad con un pueblo. Lo más parecido se produjo durante las horas febriles del otoño de 1989 cuando cayó el muro de Berlín. Esta guerra no ha derribado muros, pero ha provocado que muchos puentes salten por los aires. El gran héroe de este drama es el pueblo de Ucrania representado por el rostro de su presidente, Zelensky, que ha decidido resistir al segundo ejército más poderoso el mundo, el ruso. La crisis de Ucrania ha despertado otras crisis dormidas, envueltas hasta ahora en un sudario de silencios e hipocresías verbales. Me refiero a la turbulenta guerra entre religiones. En Ucrania conviven varias religiones, aunque el cristianismo es ampliamente mayoritaria, en esta guerra aparece profundamente dividido. Las estadísticas nos dicen que un 87% son cristianos, de los cuales solo un 3% son católicos, la inmensa mayoría, ortodoxos, repartidos en dos grandes ramas, por un lado, los seguidores del patriarca de Moscú y por el otro quienes siguen al patriarca autocéfalo de Ucrania. Conviene precisar que por la carga histórica la gran mayoría continúa fiel a la doctrina que encabeza el patriarca Kiril de Moscú. 

Los ortodoxos fieles a Rusia se agrupan en 11000 parroquias, mientras que los que siguen al patriarca ucranio, Epifanio, rezan en 8.000 parroquias. Según algunas informaciones desde que comenzó la guerra hubo un importante corrimiento de cifras, ya que son muchos los fieles que se pasaron de la disciplina de Moscú a la de Ucrania. Por el momento, dadas las trágicas circunstancias en que viven, es difícil precisar el número, pero son muchos los sacerdotes que de la iglesia orgánica rusa se están pasando a la ucraniana. El papa Francisco durante las dos primeras semanas de guerra, mantuvo a raya su carácter impulsivo, articulando las palabras furiosas dentro de una cautela diplomática, no quería romper los lazos de amistad y afecto que con infinita paciencia había ido tejiendo a lo largo de los últimos años, especialmente después del histórico encuentro que ambos mantuvieron, en 2016, en La Habana.

Durante las primeras semanas Francisco denunció las masacres de civiles y aludió con frecuencia a la agresión armada, lamentó la dolorosa caravana de refugiados e invitó al ayuno y a la oración por la paz. A pesar de la escalada de las atrocidades que día a día nos ofrecía la guerra, Francisco evitó señalar a Putin como único responsable del conflicto y a Rusia como agresora. El pasado domingo, Francisco perdió la paciencia, si quitó el bozal de la prudencia y denunció con claridad la agresión armada de Rusia contra Ucrania. Conviene precisar que durante los días que mantuvo el proceso verbal dominado por la cautela, mantuvo una silenciosa actividad diplomática. En los primeros días de guerra, el cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin, contactó con el ministro de Asuntos Exteriores, Sergei Lavrov para ofrecer la mediación del Vaticano para poner fin a la guerra. Nunca tuvo respuesta.

La iglesia ortodoxa rusa encabezada por Kiril mantuvo un activo apoyo a la guerra. El domingo 6 marzo, el arzobispo de Kiev, Yefrem, celebró la misa en el monasterio más celebre de Ucrania y uno de los santuarios de culto más venerados del mundo ortodoxo, el monasterio De las Cuevas y Parque de Gloria Eterna, situado en la margen izquierda del río Dnieper. Se trata de una serie de edificios coronados por los clásicos globos dorados de los techos ortodoxos. Dentro se puede recorrer un laberinto de cuevas alumbradas por centenares de velas que se reflejan en los iconos dorados de santos antiguos. Todo muy recargado para enmarcar los cultos barrocos que allí se celebran. Yo pasé un día, deambulando de una parte a otra por las distintas cuevas,  un inhóspito domingo de otoño de principio de los noventa. Resultaba un ambiente muy acogedor en contraste con la ventisca de nieve insoportable que soplaba y caía fuera. Me cruzaba constantemente con monjes vestidos de negro riguroso y barbas pobladas, en la mayoría de los casos eran barbas de un blanco apostólico, en otras de un negro montaraz.

El monasterio pertenece desde la desmembración de la URSS en 2991 al estado ucranio, pero con derecho de paso y posesión para el patriarca de Moscú. El 6 de marzo el arzobispo de Kiev, Yefrem, pronunció una homilía en la que dejó claro con quien se alineaba la iglesia de Moscú. Invitó a los fieles a rezar por la paz, no por la victoria, debido a que los rusos y ucranianos pertenecemos a un solo pueblo. Pensamiento que refleja la filosofía que invocó Putin para empezar la guerra. Y siguió Yefrem: “solo Dios puede traer la paz porque solo el diablo difunde la hostilidad entre nosotros”.

El discurso del patriarca de la Iglesia de Ucrania es diametralmente opuesto, el metropolitano Epifanio repite: “Queridos hermanos recemos y actuemos para defender nuestro país”. En la mayoría de sus alocuciones bendice y anima a la resistencia. En 1991 con la estruendosa desmembración de la URSS, el patriarcado autocéfalo declaró su autonomía, rompiendo la independencia con Moscú. Y en 2019, el patriarca de Constantinopla, máxima jerarquía de la iglesia ortodoxa, reconoció a la iglesia de Ucrania su derecho a la independencia, lo que provocó un rechazo clamoroso por parte de Kiril, de Putin y del alto clero ruso.

Lo que verdaderamente provocó la ruptura entre las dos ortodoxias fue la entrega al líder de la Guardia Nacional, Viktor Zolotov, de un icono de la Virgen María para que interviniera para que Rusia obtuviera una rápida victoria sobre los ucranios. Sumándose a quienes sostienen que los ucranios están exterminando a los rusos. Aparte de esto, Kiril, se proclamó patriarca de todas las rusias, reclamando la soberanía sobre la Iglesia de Rusia, Bielorrusia y Ucrania. Kiril apoya la filosofía de Putin y de movimiento que no duda en proclamar: “Que nos importa el mundo si Rusia no existe en él”. Algunos ven en esa afirmación que Putin no dudaría en recurrir a cualquier medio con tal de salvar a Rusia. ¿A la fuerza atómica?”. 

Todo es posible en la mística y cruel cabeza de un psicópata.

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