Opinión

Con Gustavo Petro la izquierda logra la presidencia de Colombia


Lo que parecía imposible ha sucedido. Por primera vez en más de 200 años de historia como pías independiente, Gustavo Petro, un político netamente de izquierdas, es elegido presidente de Colombia. Desde las confusas luchas por la independencia en la primera mitad del siglo XVIII hasta las interminables guerrillas que tiñeron de sangre y violencia la mayor parte del siglo pasado y primeros de éste, la República de Colombia estuvo permanentemente gobernada por la derecha conservadora.

Por eso calificamos de acontecimiento histórico que un hombre del perfil de Gustavo Petro, liderando la plataforma de izquierdas, Pacto Histórico, haya logrado ganar las elecciones presidenciales a un exponente de la derecha populista representada por el millonario Rodolfo Hernández, conocido con el Ingeniero. Eran estridentes sus excentricidades al estilo Trump y había un cierto temor de que como hizo el americano no aceptara la derrota. Hay que reconocer que sucedió todo lo contrario, el ingeniero Hernández no solo asumió la derrota sino que felicitó calurosamente a su oponente.

Extraño país Colombia. Se parece más al disparatado e irreal pueblo de Macondo, creado por imaginación tropical de García Márquez, que a un país en la lógica de la normalidad. Todo en él es desmesurado. Lo son sus guerrilleros, sus escritores, sus cantantes de vallenatos, sus políticos y sus narcotraficantes. En el llamativo paisaje de las elecciones del pasado 19 de mayo, llama la atención Francia Márquez, elegida como vicepresidenta. Una mujer negra, madre soltera y descendiente de esclavos. En la campaña ha sabido dar voz a los sin voz, representa a los condenados de la tierra, a los que ella califica como “los don nadie”. Aparte de vicepresidenta será ministra de Igualdad. Ella en si misma puede ser el icono de la transformación estructural del país a partir del próximo día 6 de agosto, fecha de la toma de posesión de la nueva presidencia. Negra de raza, feminista de pasión y ecologista de formación, Francia Márquez es la imagen opuesta a la de las elegantes y aéreas mujeres de la alta burguesía colombiana cuyo sueño más alto sería ser invitadas a tomar el té de las cinco con la reina de Inglaterra.

Pero ¿quién es realmente Gustavo Petro? Se ha resaltado tanto su condición de exguerrillero que puede llevarnos a la confusión y pensar que estamos ante el equivalente de un Fidel Castro o de un Che Guevara colombiano. Nada más falso. Como también es falso pensar que estamos ante la otra cara de un tipo esperpéntico como el venezolano Maduro o un represor sin escrúpulos como el nicaragüense Daniel Ortega. De parecerse, yo diría que se asemeja más al uruguayo José Mújica que también fue guerrillero en su juventud o a la brasileña Dilma Rousseff que también apostó por la lucha armada siendo joven. La diferencia de Colombia con otros países es que en Colombia, la guerrilla de las FARC (Fuerzas armadas revolucionarias de Colombia) se prolongó años y años, convirtiéndose en la guerrilla más antigua del mundo, sumiendo al país en una violenta carnicería, por eso los partidarios del acuerdo de paz firmado hace seis años, saludan la elección de Petro como el nuevo camino hacia la normalización de la vida política del país.

Gustavo Petro nació en “Ciena de oro”, pero muy pronto a su padre, que era funcionario, lo trasladaron a la villa de Zaquira, situada a unos cincuenta kilómetros al norte de Bogotá, en donde hizo sus estudios de bachillerato y tuvo contacto con las primeras desigualdades sociales que le llevaron as comprometerse con los más desfavorecidos. Terminado el bachillerato, se trasladó a Bogotá para estudiar economía en la universidad privada, Externado de Colombia. Eran los tumultuosos años 70, década en que las guerrillas se multiplicaron en el subcontinente americano. Petro pensó que la libertad de Colombia y la liberación de los “condenados de la tierra” estaba en el cañón de los fusiles. Movido por los ímpetus de la solidaridad y la juventud se apuntó al recién nacido movimiento guerrillero, bautizado como M-19. 

Una pequeña guerrilla urbana, casi diminuta comparada con las poderosas FARC que se habían convertido, en un estado dentro del estado. Le detuvieron por tenencia ilícita de armas, le encarcelaron y torturaron. Nunca pudieron demostrar que tuviera delitos de sangre. Sin embargo, el tatuaje de exguerrillero le ha perseguido a lo largo de su variada vida política y en la última campaña presidencial fue el estribillo de sus adversarios políticos que le perciben como un peligroso comunista. En cambio, él se define como progresista y católico, aunque lejos de un catolicismo conservador y dominante que, salvo contadas excepciones, siempre acompañó a las clases altas de América Latina. Ahora con el papa Francisco en el Vaticano hay un importante movimiento eclesial comprometido con los marginados en las catacumbas de la pobreza.

La izquierda que está llegando al poder en América Latina, con Petro en Colombia, Gabriel Boric en Chile, Pedro Castillo en Perú, Xiomara en Honduras, Luis Arce en Bolivia o Alberto Fernández en Argentina a los que posiblemente se unirá Lula el próximo otoño, en Brasil, no es la vieja izquierda que tuvo sus raíces en Cuba, cuando las ideas se blindaban con los disparo, algunos politólogos califican esta oleada izquierdista dentro de los matices socialdemócratas. Cuando estaba en la guerrilla eligió el nombre clandestino de “Aureliano”, en homenaje al coronel Aureliano Buendía, protagonista de “Cien años de Soledad” de García Márquez que participó en noventa y nueve guerras civiles y las perdió todas. Un romántico. Gustavo Petro es también un personaje literario que suele decir: “Me veréis feliz, si veis que estoy leyendo un buen libro; en cambio, me veréis a disgusto y fuera de lugar si me encontráis en un cóctel, sea donde sea.”

Sus partidarios resaltan en él su coraje, su inteligencia y su tenacidad. Sus adversarios resaltan que su brillantez e inteligencia le convierten en insolenta y arrogante, pero hace falta mucho coraje para enfrentarse a los más poderosos del país donde el 1% de los ciudadanos poseen el 51% de todas las riquezas de Colombia. En su programa figura elevar los impuestos a los ricos, la defensa de la sanidad y la educación públicas, la reforma del sistema de pensiones y la lucha sin desmayo contra las desigualdades. Afirma que va a comenzar una nueva historia. Tiene por delante una titánica y difícil tarea. Un desafío casi imposible. Veremos si lo cumple.

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