Opinión

Hamás-Israel, la sangre que no cesa

En 1948, año en el que David Ben Gurión proclamó el nacimiento del Estado de Israel en esas tierras llamadas santas por las tres grandes religioses monoteístas, estalló el conflicto y la violencia con variedad de rostros entre Israel y Palestina e Israel y los países árabes del entorno. Incluso en los periodos de paz siempre se oían disparos esporádicos con el resultado de sangre y muerte. Desde entonces hubo seis guerras abiertas, dos Intifadas y una incontable cifra de cadáveres. Los cadáveres no se contaban, se lloraban, se enterraban y después se vengaban. Así han convivido estos pueblos en una rotación de pesadilla. Los disparos provenían del bando israelí, los autores suelen ser fanáticos religiosos, militares impulsivos o colonos radicales. Los muertos por lo general son palestinos, miembros de ese pueblo encuadrado por el filósofo y psiquiatra Frant Fanon entre los “condenados de la tierra”

En los últimos meses reinaba una tranquilidad cristalina en las ciudades y pueblos, tanto palestinos como israelíes. Israel llevaba una década de relativa paz, debatiéndose en problemas internos como la ley de la reforma de la justicia que pretende gobernar sin ningún control de los órganos judiciales. La mitad de la población se rebelaba en manifestaciones multitudinarias contra la deriva autoritaria del Gobierno de Benjamín (Bibi) Nethanyahu, un gobierno formado por incompetentes extremistas religiosos y fanáticos nacionalistas. En los ambientes de Jerusalén, Tel Aviv y en el país en general se vivía lo que llaman una especie de “consepisia”, un sentimiento de que los árabes y en concreto los palestinos no les van a atacar por la seguridad de que van a ser derrotados. Una ficción.

El pasado sábado día 7 se cumplían los cincuenta años de la guerra de Yom Kippur, una fecha sagrada en el calendario judío, en esta ocasión los judíos, además del Sabbat celebraban la fiesta de los Tabernáculos también conocida como la de las Cabañas, en recuerdo de las tiendas que los israelitas levantaron a lo largo de cuarenta años de deambular por el desierto, después de la huida de Egipto. A las 6 y media de la mañana de ese sábado, las sirenas rompieron bruscamente el tranquilo silencio del amanecer anunciando una salva de misiles provenientes de la franja de Gaza. En principio no se sorprendieron, era algo habitual para los habitantes de los pueblos cercanos. A medida que pasaban los minutos, los misiles se multiplicaron, primero fueron docenas, después centenares y luego sumaron varios miles. Algo impensable e increíble. Llevaban dirección a Tel Aviv, a Jerusalén, a Ashkelon y a otros puntos habitados del país. La sorpresa era desconcertante. El escudo o la cúpula de hierro que defiende el cielo de Israel neutralizaron la mayoría de los misiles, solo algunos consiguieron sus blancos. A los miles de cohetes le siguieron pelotones de milicianos por tierra mar y aire que se infiltraron hasta veinte kilómetros en tierras de Israel. Mataban a todo ser vivo que encontraban, normalmente civiles, sin importarles el sexo, ni la edad. En los kibutz de la zona exterminaron a la mayoría, excepto a los que se llevaron como rehenes. Algunos niños aparecieron degollados. Una barbarie en estado crudo. Singular en una geografía que las ha visto y padecido de todos los colores y con otros protagonistas.

En las proximidades de Gaza se celebraba un concierto por la paz, la música se detuvo cuando vieron como llegaban volando en parapente un amplio grupo de milicianos que al aterrizar comenzaron a disparar sobre los asistentes que huían sin rumbo, sin saber a donde ir lejos de las balas. El balance de muertos sumó 260, los heridos ni se cuenta.

Los hechos, por inesperados, traumatizaron primero al pueblo de Israel, totalmente en shock y ahora al mundo entero. Nadie se explica como los servicios secretos de Israel, tanto los del Mossad como los del Shin Beth no se hubieran enterado de una operación de la envergadura que las milicias de Hamás estaban preparando. El Gobierno ultra del halcón Bibi Netanyahu sale muy debilitado y tratará de resarcirse con una respuesta sin límites de violencia. Lo estamos viendo y lo veremos con más claridad y contundencia.

La mayoría de los periódicos del mundo y de los analistas políticos, en esta ocasión, no hablan de una guerra entre Palestina e Israel, hablan de una guerra de Hamás contra Israel. Palestina ahora la forman dos territorios. Uno la franja de Gaza y el otro Cisjordania, con dos gobiernos que se detestan, el de Gaza controlado por Hamás, cuyo máximo dirigente es Ismail Haniya que según todas las informaciones reside en Catar, y el otro por Fatah, con sede en Ramala y cuyo máximo dirigente es el presidente de la Autoridad Palestina, Mammud Abbas. Hace años pasé una tarde entera con el jeque Ahmed Yasin, fundador del Hamás en su amplia y destartalada casa de Gaza. Poco tiempo después, los servicios secretos israelíes los mataron en su silla de ruedas cuando se dirigía a la mezquita. Era un clérigo muy devoto. Durante las cuatro o cinco horas que pasé con él, invocó varias veces el nombre de Alá, también dijo que el deber del Islam era echar a los judíos de la Tierra Santa de Palestina. Y a la pregunta que era Hamás me contestó que se trataba de un movimiento de resistencia y rechazó frente a los invasores israelíes. Justificaba cualquier muerte que se pudiera hacer con ese objetivo.

En el año 2006 hubo elecciones en Gaza, las ganó Hamás, pero Fatah se resistía a dejar el poder. Al año siguiente, estalló un tremenda guerra fratricida, entre los dos partidos, hubo muchas muertes. Venció Hamás y expulsó a el Fatah de la Franja. Desde entonces su control en el interior del pequeño territorio es absoluto.

ZONA DE TENSIÓN

Son muchos los observadores que sostienen, entre ellos, el prestigioso periódico israelí, Haarez, que Netanyahu apoyó el crecimiento y consolidación de Hamás porque mantenía en calma una zona tan problemática como Gaza. La sanguinaria irrupción de Hamás en el paisaje humano y político, rompe las tímidas dinámicas de paz que empezaban a tejerse en Oriente Medio por los llamados Acuerdos de Abraham firmados en 2020 que normalizaban las relaciones de Israel con varios países árabes como Emiratos Árabes Unidos, Marruecos, Barein y la posibilidad de normalizar relaciones diplomáticas con Arabia Saudí. El rechazo de Irán a esta dinamina es absoluto, por eso se dice que apadrinó, financió y alentó la brutal acción de Hamás.

La respuesta de Israel está siendo terrible y lo va a ser mucho más. De momento se va a formar un Gobierno de Unidad Nacional. Es posible que entren en Gaza y la guerra se desarrolle en una lucha cuerpo a cuerpo. Será terrible. Los tanques circulando por las laberínticas calles de Gaza pueden producir manantiales de sangre. Si como es previsible también entran en combate las poderosas guerrillas libanesas de Hezbulá, el conflicto puede extenderse por toda la zona. Estados Unidos, por precaución ya ha enviado a esas aguas un portaviones escoltado por otros cinco barcos de guerra. El futuro es vidrioso y puede ser muy sangriento.

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