Opinión

Johnson o la cultura de la mentira

A Boris Johnson, el todavía increíble primer ministro del Reino Unido, se le distingue desde lejos en cualquier reunión por su cabellera alborotada de un color tan variable como las nubes de poniente. Ahora parece un náufrago braceando desesperadamente por la supervivencia política. Políticamente ha sido un elástico saltimbanqui con gestos de bufón y burbujeante como el champán recién abierto. Las crisis le resbalaban sin apenas tocarle. Mentía y se le perdonaba la mentira, al principio se burló de la pandemia con argumentos negacionistas hasta que el virus lo acorraló muy cerca de las sombras de la muerte, se salvó, y se enfrentó a la realidad, pero por lo que ahora vamos sabiendo con más ganas de diversión que de afrontar los dolorosos confinamientos que dictaba para su pueblo. Prefería los “garden partys” en su residencia del número 10 de Downing Street a la observancia de las medidas restrictivas que dictaba. Mientras los ingleses lloraban a sus muertos, Boris brindaba con vino y cerveza en los “Partygates” que montaba en los confortables jardines de su residencia e incluso en las oficinas de su departamento de trabajo. Cuando salieron a la luz pública sus devaneos, en un primer momento los negó, a la vista de las evidencias terminó admitiéndolos, pero disfrazándolos como reuniones de  trabajo. A medida que iban apareciendo nuevas revelaciones no tuvo otra alternativa que reconocer los hechos, pero siempre con matices. “yo no estuve en esa party” o “en la fiesta por mi cumpleaños solo estuve diez minutos para saludar”. Otra mentira. Los ingleses sonreían y tomaban nota, pero hubo una fotografía que levantó un sonoro murmullo de críticas indignadas y furiosas. 

Fue en abril del año pasado, en plena pandemia, donde aparecía en la terrible soledad de una iglesia una viejecita diminuta y enlutada ante la esquemática soledad de un ataúd. El lugar era la capilla del castillo de Windsor, la viejecita la reina Isabel  II y en el ataúd reposaban los despojos de su marido, el duque de Edimburgo a las pocas horas de fallecer. Un cuadro estremecedor. Un tiempo más tarde se supo que la víspera de ese día y de esa foto el primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, había celebrado en los jardines de su residencia una velada en la que corrió el vino y la cerveza, dos devociones cultivadas por Boris desde sus tiempos de periodista en Bruselas. Cuando se supo pidió disculpas a la Soberana. Ignoro si la soberana se las aceptó, pero los ingleses no se lo perdonaron.  Su popularidad en las encuestas cayó en picado. Y en el partido conservador se levantaron muchas voces críticas pidiendo su dimisión, ahora las voces que piden que dimita son un clamor generalizado. Él se niega y ha ido llamando a todos los diputados de su partido asegurándoles que va a hacer cambios profundos tanto en el gobierno como en las oficinas de su residencia.

 En el ADN de los sentimientos de los conservadores ingleses, especialmente en los de sus diputados domina un gran pragmatismo cuando se trata de ganar o perder el poder. Si el primer ministro es un peso para sus ambiciones no dudan en prescindir de él. La experiencia acredita este axioma. En el año 1990 prescindieron de la señora Margaret Thatcher a pesar de que había ganado tres elecciones generales seguidas, la despidieron como una gran figura del partido, pero había dejado de cotizar como valor electoral. Igualmente decidieron enviar a las cunetas de la historia a la primera ministra Theresa May, cuando enredada en las negociaciones del Brexit se hundió en las encuestas. Lo mismo le puede pasar a Boris Johnson, cuyo prestigio se sitúa en niveles de burla y el calificativo más benévolo con el que lo definen es el de “bufón mentiroso”. A pesar de lo escurridizo que es, le va a ser difícil sobrevivir políticamente, después de los testimonios gráficos que están apareciendo de sus alegres  “partyes”. La última fotografía, por ahora, publicada el pasado miércoles por el “Daily Mirror”, es demoledora. Boris había insistido, sin temblarle la voz, que jamás había tenido lugar una fiesta en sus oficinas. La foto del Mirror lo desmiente y lo deja a los pies de los caballos. En la foto tomada en una estancia trabajo aparece un colaborador sonriente luciendo un collar de flores hawaiano, una botella de champán y otra persona con un gorro navideño, además del propio Johnson. La foto aparece fechada el 15 de diciembre del año pasado. Se trataba de una celebración prenavideña. La desolación entre los diputados tories es evidente a medida que aparecen nuevas revelaciones o nuevas fotografías con testimonios irrefutables. La señora Jo Goodman, gran animadora de la Fundación de familiares víctimas del covid-19 calificó de completamente nauseabundo que el primer ministro se dedicara a compartir pasteles con 30 amigos en el espacio interior de su vivienda, mientras centenares de ingleses apenas se podían despedir de sus seres queridos en tanatorios y hospitales.

En el montaje de estas fiestas, según la prensa inglesa, tiene un papel clave la esposa de Johnson Carrie Symonds. Dicen que detrás de muchas de estas revelaciones está el ideólogo de la campaña a favor del Brexit  y ex estrecho asesor de Johnson,  Dominic Cummings, que tuvo que salir por la puerta de atrás después de perder una batalla en un enfrentamiento con la señora Carrie Symonds. Desde esa despedida, el excéntrico y resentido Cummings dispara fuego a discreción contra su antiguo amigo. En una comparecencia ante una comisión del Parlamento manifestó que desde el primer momento se percató que Johnson no estaba preparado para desempeñar un cargo tan exigente como el de Primer ministro del Reino Unido.

 Este intermitente gota a gota sobre las mentiras de Johnson le convierten en un juguete roto. Muchos de los hombres y mujeres que le llevaron al poder en 2019 le han abandonado o tienen intención de abandonarle. La señora Sue Gray, vicesecretaria permanente de la Oficina del Gabinete que dirige las investigaciones internas, ya ha presentado las conclusiones de su trabajo. En ellas considera que por las fiestas que impulsó donde había un excesivo consumo de alcohol le invalidan para ejercer cualquier tipo de liderazgo. La pregunta es evidente ¿Cuándo se desharán de él?.  Creo que tiene los días contados como Premier del Reino Unido.

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