Opinión

La lenta agonía de Boris Johnson

Boris Johnson, durante el debate de la moción de censura.
photo_camera Boris Johnson, durante el debate de la moción de censura.

En el paisaje político mundial, el primer ministro británico Boris Jonhson da la imagen de un personaje absurdo que nunca pasa desapercibido por sus gesticulaciones, sus andares y su cabeza de lino blanco permanentemente alterada por la desordenada cabellera. Hace unos días los británicos celebraban con dorado entusiasmo el setenta aniversario de la reina Isabel II, el más largo de su historia, mientras los políticos conservadores maniobraban para ajustar cuentas con su primer ministro. Una rebelión tumultuosa entre los parlamentarios tories promovió una moción de censura contra Boris Jonhson por los escándalos de los “partygates” celebrados en los jardines de la residencia oficial del primer ministro, en el número 10 de Downing Street, en el 2020 y 2021 durante los días de confinamiento a causa del covid-19. En esas fiestas corría el champán, el vino y la cerveza. Cuando estas fiestas privadas saltaron al conocimiento público, el escándalo se multiplicó, mientras Johnson negaba la realidad de los hechos. Mentía con un enorme desparpajo, algo bastante frecuente en Jonhson desde los tiempos en que fue corresponsal en Bruselas. Parece que muchos de sus reportajes eran inventados y falsos. Lo mismo ocurrió cuando se lanzó en tromba a favor del brexit, exhibió datos falsos.

Según el reglamento interno del Partido Conservador, cuando el 15% de sus diputados pide una moción de censura contra un primer ministro, la propuesta se somete a votación. En pleno jubileo de la coronación de la reina fueron llegando cartas al despacho del diputado Graham Brady, encargado de coordinar y llevar a cabo la moción de censura interna y ponerla en práctica. El diputado Brady dejo que pasaran los festejos en honor de la soberana y al lunes siguiente la puso en marcha. En el acto más solemne de las celebraciones quedó evidente el rechazo popular a la figura del primer ministro, fue con motivo de la misa de acción de gracias celebrada en la catedral de San Pablo, cuando llegó a la escalinata de la catedral, el matrimonio Boris Johnson fue recibido con el rechazo de pitos y abucheos. La suerte estaba echada. El presidente del Comité 1922 no tuvo otra alternativa que llamar a votación a los 329 parlamentarios tories para decidir si Johnson debía continuar en su puesto o marcharse a casa. Los resultados le salvaron de la instantánea muerte política, pero le dejaron profundamente herido. Y en adelante le vamos a ver como se arrastra en una interminable agonía. La votación, a pesar de ganarla, dejó ver la enorme amplitud del rechazo que provoca Johnson entre los suyos, 148 diputados que debían, sostenerle, le rechazan, un 43’35 le coloca al borde de la asfixia. La anterior primera ministra Theresa May que también tuvo una rebelión interna por asuntos del Brexit, obtuvo el 37% de rechazo, bastante menos que Johnson. Lo mismo ocurrió cuando le tocó el turno a Margaret Thatcher o John Major. May y Thatcher sobrevivieron a la rebelión, pero aguantaron en el poder sólo unos meses. Major tuvo una estrepitosa derrota electoral. Si se cumple lo que pronostican las encuestas para las próximas elecciones, la derrota de Johnson será tan contundente que no encontrará justificaciones dialécticas, a pesar de las justificaciones fraudulentas a las que nos tiene tan acostumbrados. En los anchos pasillos del parlamento de Westminster se respira una alta tensión. La llegada de 54 cartas en las últimas semanas al despacho de Graham Brady, pidiendo la destitución del primer ministro, indica la dimensión del incendio que devora a Johnson.

Para salvarse de la quema le veremos hacer peripecias de saltimbanqui, pero le llevarán más cerca del abismo que de la salvación. Le veremos hacer una remodelación en su gobierno en la que premiará a los fieles y castigará a los rebeldes. Muy de su estilo. Se volcará en llevar a cabo vistosas reformas estructurales para demostrar que es el impulsor de nuevas iniciativas. A su grupo parlamentario le envía constantes mensajes de unidad, de la fuerza que da el estar unidos, pero las palabras apostando por la unidad están lastradas por el informe de la alta funcionaria Sue Gray sobre las fiestas en el 10 de Downing Street en las que dominaba la desobediencia a las normas sanitarias dictadas por el gobierno. En la carta enviada por el exministro del Tesoro del gobierno de Johnson, Jesse Norman, al despacho de Brady, califica de “grotesco” el permanente comportamiento del primer ministro

En los minutos siguientes a la votación que le salvó por pelos la cabeza, Johnson parecía no haberse enterado de lo ocurrido y por eso en plena euforia gritaba que los resultados eran extremadamente buenos, positivos, concluyentes y decisivos. Tanto que le permitirían olvidarse de los “partygates”, dejarlos como rémoras del pasado para concentrarse en las políticas que ayuden a las personas. No cabe duda qué Johnson es un surfista de las realidades. Le gusta pensar que flota por encima de las olas, aunque le envuelvan como un náufrago. Los analistas políticos coinciden en que le ocurrirá los mismo que a otros primeros ministros que sobrevivieron solo unos meses condenados a una agonía mortal. El ex jefe de gabinete de la señora May, Gavin Barwell, ha manifestado: “Al tener más del 40% de los parlamentarios de su propio partido en contra. Sus días como jefe de gobierno están contados”. El periodista, excorresponsal en Bruselas, acostumbrado a salir airoso de varios escándalos, en esta ocasión no tendrá fácil superar las convenciones políticas de los conservadores británicos. Desde que estallaron los escándalos de sus “partygates”, a pesar de la amplitud que reflejaron los medios, siempre se negó a dimitir.

El conservador es un partido implacable con el desgaste y debilitamiento de sus líderes. No toleran perder el poder por las veleidosas del máximo responsable. Las próximas elecciones generales se celebrarán probablemente dentro de dos años y las encuestas dicen que muchos de sus parlamentarios perderán el escaño en Westminster e irse a casa por culpa de Johnson. Y en ese caso preferirán mandar a Johnson a plantar hortalizas, antes que irse ellos de la Cámara de los Comunes. Dentro de un tiempo, unos días o unas semanas, la espada de Damocles se desplomará sobre la caótica cabeza de Boris Johnson. Es un cadáver en el centro de un velatorio.

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