Opinión

Líbano: Hezbollah pierde la mayoría parlamentaria

Efectivos de Hezbollah, en un desfile en Beirut.
photo_camera Efectivos de Hezbollah, en un desfile en Beirut.

En el imaginario colectivo todavía persiste la sonrosada sombra de aquel Líbano dichoso y feliz al que llamábamos la “Suiza de Oriente Medio” y donde convivían en armonía múltiples etnias y varias ramas religiosas derivadas del Islam y del Cristianismo. Beirut, la capital, rivalizada con París en espectáculos y luces nocturnas. En los clubs y en los restaurantes de Beirut se citaban para hacer negocios los magnates del petróleo norteamericanos y las más diversas gamas de príncipes y emires de Arabia Saudí y del Golfo Pérsico. Los libaneses disfrutaban de paz en una economía robusta. Si le preguntas a un libanés, mayor de cincuenta años, ¿Cuándo se jodió el Líbano?, no dudará en contestarte: “Al Líbano lo jodió la guerra civil que estalló en 1975 y que duró cinco años, llevándose todo por delante”. La guerra destrozó la convivencia política entre las distintas etnias y despertó el agresivo fanatismo religioso entre los distintos credos religiosos. Desde entonces todo fue una caída de deterioro en deterioro. Sobre la tierra del Líbano se cruzaron disparos y puñales dejando miles de cicatrices rencorosas.

El equilibrio religioso en la cúpula del poder fue la columna que sostuvo durante años la paz y el bienestar. El presidente de la republica lo asumía un cristiano maronita, el cargo de primer ministro lo ejercía un musulmán sunní y la presidencia de la Asamblea correspondía a un musulmán chií.

En el año 1982, dos años después de terminada la guerra civil, apareció en el paisaje político libanés un movimiento político con el pretencioso nombre de “Partido de Dios”. Conocido también bajo el nombre de Hezbollah, una organización musulmana chií, considerada con frecuencia como organización terrorista. Estaba apoyada por el Irán de los ayatollahs y su objetivo más entusiasta era el de borrar a Israel de la faz de la tierra. La Siria de Bachir El Assad los apoyó con entusiasmo. Hezbollah creció alimentado por el fervoroso sionismo que incendió todos los países árabes estimulado por los brutales ataques de Israel a los palestinos.

El pasado domingo, día 15 de mayo, los libaneses fueron llamados a las urnas para elegir a los 128 miembros de la Asamblea Nacional. Las elecciones se han celebrado en medio de la mayor crisis que se ha abatido sobre el país desde la guerra civil de 1.975.

La falta de entusiasmo por acudir a las urnas quedó reflejada en la escasa participación, apenas votó el 41% del censo. Un 59% no quiso saber nada de los colegios electorales. El escepticismo más absoluto se instaló en el país con la conocida como revolución de octubre que estalló en ese mes de 2019. El movimiento rebelde acusó a los dirigentes políticos de ser los responsables de la crisis y en esta ocasión los más significados líderes de la revuelta acaban de lograr la importante cifra de trece escaños. De las urnas ha salido un parlamento férreamente polarizado. Por un lado, el movimiento Hezbolllah, pierde la mayoría, pero ha resistido en el sur del Líbano y en las afueras de Beirut. También ha resistido el envite el partido de la ultraderecha cristiana Fuerzas Libanesas, heredero de la Falanges Cristianas de la guerra civil. Lo dirige con mano de hierro, Samir Geagea que ha centrado la campaña en un furioso ataque contra Hezbollah y sus grupos armados. Uno es la bestia negra del otro. Lo único que tienen en común es el odio mutuo. El retroceso más notable lo ha registrado el partido cristiano Corriente Patriótica Libre del presidente Michel Aoun que hizoque Hezbollah y sus aliados perdieran la mayoría parlamentaria. La enconada polarización política, donde todos atacan a todos ha ocultado o puesto sordina a los debates sobre la crisis. Los partidos tradicionales han perdido fuerza, pero continúan manteniendo su dominio gracias a un sistema electoral que les favorece. Los partidos tradicionales sostienen su fuerza por los fuertes lazos clientelares y la compra de votos, un mal que se ha convertido en endémico. En estas elecciones se han denunciado muchas irregularidades por parte de la Asociación Libanesa para la democracia y las elecciones.

Sin embargo, el desencanto de los libaneses tiene sus raíces en la crisis económica y financiera que amenaza convertir al país en un estado fallido. Ahí está la explicación del éxito de algunos de los candidatos opositores encuadrados en las listas de “Reunidos por el cambio”. Los candidatos pro sirios aliados de Hezbollah han sido barridos en varias circunscripciones. Las manifestaciones de los nuevos parlamentarios son ásperas y radicales. El aire del nuevo parlamento está envenenado de odios. El jefe del bloque parlamentario de Hezbollah acaba de opinar sobre el partido ultra cristiano de Fuerzas Libanesas, que tiene 20 diputados, advirtiendo: “Tenez cuidado con vuestros discursos y vuestro comportamiento en función del futuro de nuestro país. Nosotros os aceptamos como adversarios en el Parlamento, pero no como defensores de los carniceros de Israel”.

Va a ser muy difícil articular los poderes legislativo, parlamentario y ejecutivo en este laberinto de estridencias y odios cruzados. El Secretario- General de la ONU, Antonio Guterres ha pedido a los líderes libaneses que formen pronto un gobierno para que acometa las reformas necesarias y encontrar la salida de la crisis, unas reformas que el Fondo Monetario Internacional considera indispensables para prestarles ayuda. Ante tanta polarización, no se descarta que se bloquee la formación de un nuevo gobierno. Será necesario buscar unas figuras de consenso para los cargos de presidente y primer ministro. Algo sumamente dificil

Es triste ver como se apaga un país que fue la perla de Oriente Medio hace unos años, hoy está marcado por la desventura. Por las noches, los restaurantes están vacíos y las luces de neón han desaparecido de los clubs nocturnos, entre otras cosas porque ya no quedan clubs nocturnos. No queda nada.

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