Opinión

Liz Truss, el “ cliché” de una conservadora radical


El pasado día 7 de julio, mientras en Pamplona sonaba el clásico chupinazo anunciando el comienzo de las fiestas de San Fermín, en Londres, el primer ministro Boris Johnson anunciaba su dimisión en diferido para dos meses más tarde. Algo insólito. El primer ministro se resistió a dar el fúnebre paso con todas sus fuerzas y estratagemas, pero la maquinaria del partido conservador fue implacable, los diputados de su propio partido le asfixiaron políticamente. Las encuestas le daban una caída libre. Y ya se sabe que los conservadores británicos lo primero que quieren conservar es el poder.

Boris, como le llaman sus amigos, es una figura impredecible o, tal vez, demasiado predecible. Espumoso y burbujeante como el champán recién abierto. Un tipo singular que a pesar de sus múltiples escándalos y contradicciones mantiene un gran apoyo popular, aunque según las encuestas ese apoyo no se traduce en votos. Fomenta un empático populismo de niebla y espuma, de niño terrible de la política británica. Desde el anuncio de su renuncia el partido conservador puso en marcha unas elecciones primarias para elegir al sucesor. Mientras, Boris Johnson se iba de vacaciones o viajaba a Kiev para apoyar apasionadamente al presidente Zelenski contra la invasión rusa. Los medios británicos le reprochaban la ausencia del país en unos días de tanto caos y tantas amenazas, con los precios desbocados con una subida del 10’1% y una agresiva crisis económica, social, política, energética y económica como no se recordaba desde hace docenas de años.

Al final del proceso de primarias quedaron dos candidatos con programas no solo distintos e incluso podíamos decir que bastante opuestos. Por un lado, la ministra de Asuntos Exteriores, Liz Truss y por el otro, el ministro de economía, Rishi Sunah. Desde los primeros días las encuestas daban como vencedora a la señora Truss. Su perfil profundamente conservador respondía al cliché que la mayoría de los militantes esperan y desean de su primer ministro y líder del partido. La proclamación del vencedor se hizo según los rituales de un reality show, con los dos candidatos sentados uno al lado del otro y los electores expectantes, sin contener el aliento. La elegida se acercó al micrófono para dar las gracias con gestos sobrios. Antes escribí que Johnson era burbujeante como el champán recién abierto y, ¿con qué puedo comparar a la señora Truss? Si Boris Johnson es como el champán, recurriendo a una metáfora análoga, compararía a la señora Truss con una taza de té frío. Rishi Sunah, de origen indio, pasa por ser un gestor en el que la práctica predomina sobre la ideología, en cambio, los dogmas ideológicos de Liz Truss son más fuertes que el sentido práctico. La dimisión de Rishi Sunah como ministro de Economía fue el desencadenante de la renuncia de Boris Johnson. En cambio, Truss siguió fiel hasta el último momento y aún después. En el discurso de aceptación, le dedicó entusiastas elogios. Le dijo: “Boris, culminaste el Brexit, aplastaste a Jeremy Corbyn (el anterior líder laborista), desplegaste la campaña de las vacunas. Y plantaste cara a Vladímir Putin. Eres admirado desde Kiev a Sheringham”. Unas palabras muy altisonantes a juicio de la mayoría de los comentaristas ingleses, sin la menor alusión a los escándalos por los que fue descabalgado del poder por sus propios correligionarios.

Al día siguiente de la renuncia efectiva de Boris y la proclamación de Truss, los dos mandatarios se trasladaron a la residencia escocesa de Balmoral (Escocia) donde pasaba el verano la reina Isabel, que por problemas de salud que afectaban a su movilidad, no se podía trasladar al palacio londinense de Buckingham, en donde tradicionalmente se celebran estos protocolos. La reina, como es tradicional, le pidió a la señora Truss que formara gobierno en su nombre y en aquel momento se convirtió en la primera ministra del Reino Unido a sus 47 años. Es la tercera mujer que ocupa ese cargo y creo que la décima quinta jefe del gobierno de Su Majestad, Isabel II, de 96 años. Llega al poder en medio de múltiples crisis de todo tipo, con el país sumido en el caos y en el escepticismo. La elección se hizo conforme a las normas y a los rituales legalmente establecidos, pero esto no ha impedido que los politólogos hagan reflexiones críticas sobre el modo de elección. El Reino Unido suma 67 millones de habitantes y los participantes en esta elección fueron 172.000 militantes del partido conservador, y de ellos 81.326 votaron por Truss, convirtiéndola en primera ministra electa. No parece un gran apoyo para sacar al país del marasmo en que se encuentra. Los ejes de su campaña para ganar las primarias fueron sustancialmente tres: bajar impuestos, menos estado y menos Europa. Los analistas también ponen el ojo en el perfil de sus electores. En general, son hombres y mujeres (menos las mujeres) mayores de 45 años, blancos y de buena posición económica y social. En cambio, la mayoría de la masa social está formada por un país en cólera, con ráfagas de huelgas violentas y millones de familias que no pueden llenar con productos de primera necesidad la cesta de la compra, ni afrontar los altísimos costes del gas y la electricidad. El Reino Unido vive una vertiginosa pulsación de dramatis personae, una convulsión colectiva. No existe un solo punto ilusionarte al que mirar, ni un clavo ardiente al que agarrarse. La tasa de crecimiento es la menor de los países miembros del G-7 y su inflación va camino de la mayor de la Unión Europea. En este panorama es difícil pensar que las recetas que ofrece la señora Truss puedan dar buenos resultados. Dice que quiere mejorar la desastrosa situación de la sanidad y de los trasportes públicos, pero da las mismas recetas con las que las destrozó la ultraliberal señora Thatcher. Dice que no es partidaria de distribuir subvenciones y que la economía no se debe articular bajo el prisma de la redistribución.

Quiere hacer olvidar su pasado en que defendió la permanencia en Europa apostando por un Brexit cada vez más duro. Es previsible que con ella al mando del país las turbulentas tensiones entre el Reino Unido y Europa se multipliquen. Es innegable que el país sigue traumatizado por el Brexit y el Reino Unido, lejos de Europa se encuentra cada vez más solo. Si la primera ministra escucha los reaccionarios cantos de sirena del antieuropeísmo en unos momentos en que es necesaria la unidad de los europeos frente a la agresión rusa en Ucrania, se equivoca. Y el futuro del país, se llamará: desastre.

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