Opinión

Buda y el rezo del rosario

Tuve yo un amigo, cuatro años mayor que yo, fallecido desde hace muchos, demasiados, pues murió muy joven, con el que acabé tarifando como solo los buenos y grandes amigos suelen tarifar. Una lástima. 

Tal y añorado amigo siempre me recomendó no tratar nunca en mis artículos ni de sexo, ni de política, ni de religión. Creo que él, que era muy sabio, nunca lo hizo en los suyos, algo que no le impidió ser un gran y admirado articulista; bien por el contrario esa no incursión, en temas tan escabrosos como los citados suelen resultar, le permitió abarcar un tan grandioso arco de lectores que nunca se habrían de enfadar con él como ninguno de los contemporáneos suyos conseguiremos por mucho que lo sobrevivamos.

Me volví acordar de él, de ese amigo y de su consejo, después de haber leído en letra impresa, el miércoles pasado, el artículo en el que sugerí, incluso afirmé, que el cristianismo había influido de manera determinante en la construcción europea de modo que el nuestro sea el continente en donde el progresismo, o si ustedes lo prefieren: el progreso, se manifiesta de manera más determinante y, digámoslo así, menos insatisfactoria que en cualquier otro lugar del mundo.

Vivir en Europa implica disfrutar del mayor índice de libertades, tanto ciudadanas como políticas o religiosas; de conciencia, de fe o de cátedra; de prensa y de reunión; de libre desplazamiento por el territorio y de comunicación; de acceder de forma razonable a los sistemas sanitarios o educativos más avanzados y menos costosos para las economías individuales, sean estas cuales sean; de permanecer insertos en unas condiciones laborales que, al menos de momento, siguen siendo envidiables y envidiadas, de forma que, todo ello, no es como para que echemos las campanas al vuelo pero sí, al menos, como para que recapacitemos en la facilidad con la que todo eso se nos puede venir abajo. O ya se nos vino a los de por aquí.

No es baladí lo que se está sugiriendo. No creo que sea despreciable lo que se dice al someter a la consideración de los lectores el hecho de que mientras el cristianismo ha colaborado al progreso que disfrutamos los europeos (con todos los errores y horrores que las distintas iglesias cristianas hayan podido cometer, no solo la católica y romana) el budismo o el islamismo, por poner dos ejemplos significativos y próximos, hayan coadyuvado al mantenimiento, en los países en los que son hegemónicos, de unas condiciones de vida colectivas que no se ofrecen precisamente como envidiables.

El otro día, con el manifiesto descontento de algunos lectores -lo que induce la convicción de la existencia de muchos más- se dijo aquí que el budismo sea, en sus resultados colectivos, muchos menos inductor de progreso social que el cristianismo. Y se explicó, mejor o peor, por qué. Claro es que quedaron muchas cosas por decir. Digamos alguna de ellas.

Buda cayó en la cuenta de que todo es "duhkha", de que todo es dolor o, dicho de otra manera de que todo lo es, aunque éste no sea físico, ni siquiera psíquico, sino el relacionado con la consciencia de que todo es efímero, de que todo es contingente. Desde que cayó en tal consciencia puso todo su afán en conseguir desprenderse de ese “duhkha” y para ello no rezó, no se relacionó con la divinidad, sino que se dedicó a meditar y a buscar el nirvana, ese a modo de cielo en el que habita el bienestar.

Esa búsqueda del nirvana, basada en la convicción de que el hombre es una amalgama de fenómenos bioquímicos y psíquicos en mutación continua; algo en lo que yo creo, desde que en "El Griffon" escribí que el hombre es un milagro químico que sueña y me di cuenta de lo que había dicho y que es muy útil al individuo si acierta a encaminar tal convicción hacia la serenidad interior, tan necesaria, pero absolutamente dilatoria del aprovechamiento colectivo de tal teoría: todo está bien como está y no la toques más que así es la rosa. 

Cierto que Japón, en donde hay muchos budistas, es un país que se puede considerar avanzado y próspero. En él el sintoísmo, que es su religión mayoritaria, permite al individuo abrazar cualquier otra además de la suya y eso consiente realidades que a nosotros se nos escapan. Hay trescientos y pico millones de budistas y la pregunta es si se puede decir lo mismo de todos ellos ubicándolo en cualquiera de las tres ramas importantes: el Hinayana en Ceilán, Camboya, Tailandia, Vietnam o Laos; el Mahayana, en China, Manchuria, Corea o el mismo Japón, y por último el Vrajrayana, el budismo tántrico, reinante en el Tibet, Mongolia y China occidental.

La simple consideración de las realidades sociales que albergan la mayoría de las ciudadanías citadas induce a pensar que de algún sitio habrá surgido el sistema de valores que las mantienen en ese estado. Napoleón afirmaba que la religión es necesaria tanto en cuanto representa un freno de contención social, al tiempo que la implantación de un sistema de valores que determine a la sociedad en un sentido o en otro. Cambiando el tercio: Grecia es el país occidental que menos traduce de otras lenguas; pues bien, traduce cinco veces más que todos los países musulmanes juntos. ¿Cuál es la realidad social de la mayoría de esos países y cuál la de la cuna de nuestra civilización? Es de esperar que a algo se deba, que algún espíritu colectivo haya estado detrás de ello. ¿habrá sido la religión? Pues aquí lo mismo. Por eso yo no entiendo que un señor que rece el rosario todos los días tenga que ser un carca y que otro que se lo pase diciendo ¡ohmmmm! deba ser un progre.

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