Opinión

El cambio de rumbo pendiente

En no pocas ocasiones me pregunto si el hecho de haber formado parte del gobierno gallego debería limitarme a la hora de opinar de todo lo que estamos viviendo.

Hace ya tanto tiempo de eso, de haber formado parte de un gobierno, que creo que el hecho de haber vivido en el vientre del dragón o de la ballena, pongan ustedes el animalito que prefieran, debiera ser precisamente el que me empujase a hablar con más denuedo y claridad de los que vengo utilizando. Sé que los más de los gobernantes tienen corazón, pero no ignoro que la permanencia en el poder se lo endurece.

También sé que todos tienen ojos y oídos, pero que el tiempo acorta la vista y reduce la audición de modo que, todo lo que pilla lejos, el ruido de la calle, por ejemplo, suena distante y lejano convertido en un rumor sordo e indescifrable que acaba por reclamar poco la atención que se le debe.

Lo que está sucediendo ahora es digno de que le prestemos atención porque los plazos para que esas esclerosis a las que se alude se produzcan se están acortando de un modo que impresiona. En un ayuntamiento vecino del que yo habito el nuevo equipo de gobierno se ha subido ya los sueldos, nada más llegar, sin esperar a que transcurra ese tiempo antaño contemplado que les permitiese llegar a la conclusión de que su trabajo resulta imprescindible para la sociedad de modo que merece mayor compensación que la dispensada a sus antecesores en el cargo, miembros ahora de una nefasta oposición a la que ya les sacaremos a airear sus viejos y sucios trapos.

El fenómeno no es privativo de los galaicos pagos, ni muchísimo menos, sino consecuencia de una actitud derivada de la condición humana cuando no está sometida a unas leyes, justas y comunes, que la condicione y determinen a un mejor ejercicio de eso tan mentado que conocemos con el nombre de democracia.

Las leyes amparadas en la Constitución del 78, la misma Constitución, fueron buenas y necesarias en un primer momento, cuando creímos estar llevando a cabo una Transición que, al cabo de un tiempo, se nos acabó presentando de modo que acabamos comprendiendo que se trataba realmente de una Transacción. A cambio de que no pasase nada, a cambio de que los poderes fácticos, El Ejército, la Iglesia, la Banca, las Fuerzas de Seguridad, permaneciesen en su lugar descanso, como así sucedió, cambió todo para que casi todo permaneciese tal y como estaba. Se reconocieron libertades hasta entonces tan soñadas como ansiadas y necesarias, la de prensa, la de expresión, la de creencia y culto, la de reunión, la de partidos políticos…y algunas otras más de modo que todos quedásemos satisfechos y contentos. Y así quedamos.

Poco a poco los antaño poderes fácticos se alejaron del poder, el ejército se retiró a sus cuarteles en los que, por cierto, había permanecido más recluido de lo que habíamos creído. La Iglesia Católica dejó de ser un poder fáctico, perdió gran parte de su influencia por mucha que aún conserve, pero de modo que muchos todavía echamos de menos la inteligencia constructiva de aquel cardenal Tarancón que fue un fumador empedernido, pero aparecieron otros de modo insidioso y paulatino.

La Banca que llegó a la etapa de la Transición era una institución que prestaba una labor social, la de la concesión de créditos, en la que ella también arriesgaba, y estaba formada por siete grandes bancos e innúmeros bancos más de menor entidad que servían, al tiempo que a sus intereses, a los generales del país. Poco a poco esos bancos se fueron reduciendo a menos hasta llegar a hace muy pocos días cuando, desde altas instancias, se les indujo a absorber a los que todavía restan para que puedan quedar reducidos a tres que, en poco tiempo, acabarán siendo dos de forma que la banca lo domine todo y determine el resto.

Así ha reaparecido algún poder fáctico. Pero eso hoy no toca, de modo que seguiremos hablando de una Constitución que sirvió para todo eso y para convertir a los políticos en una casta alejada de la sociedad a la que no sirve porque no depende de ella sino de los cabezas de fila de sus partidos, que son quienes los mantienen en sus cargos al margen de los intereses de la ciudadanía y al servicio de los intereses partidos que coinciden, en la mayoría de las oportunidades, con los suyos personales; a saber, la permanencia a lomos del machito mejor durante cuanta más tiempo, claro está.

Llegan ahora al poder municipal, en espera de hacerlo al gobierno del Estado, bien desde su gobierno central, bien desde el de sus autonomías, viciados de origen no pocos de ellos y compuestos por gentes que, en no poca medida, acuden como moscas a la disputa del pastel presupuestario cuando ya hemos visto cómo se las gastan los hasta ahora partidos dominantes en el desenvolvimiento de sus funciones: con una alegría inusitada.

Por todo esto no debemos ser partidarios de un adelanto electoral, sino más bien de un retraso en su convocatoria que nos permita ir comprendiendo que las nuevas y ocultas intenciones puedan parecerse enormemente a las de los últimos años transcurridos durante los que el despilfarro y la corrupción de no pocos políticos, de muchísimos políticos, pero no de todos, claro está, han determinado nuestras vidas.

En cambio sí que debemos ser proclives a unas enmiendas a nuestra Constitución que permitan el cambio de rumbo que se estima necesario. Los actuales gobernantes debieran comprender que, si no las realizan ellos, si ellos no cambian las leyes serán otros quienes lo hagan. Así la ley de partidos y su financiación, la que regule o elimine provincias y diputaciones, alcaldías y elecciones, circunscripciones electorales, junto con otras que deroguen la ley de d’Hondt aplicada al resultado de las urnas, por poner un solo ejemplo, serán sus sucesores quienes las reformen y la ciudadanía necesita el tiempo necesario para saber las reales intenciones que los mueven, la capacidad que los amparan, de modo que esos procedimientos tan connaturales a la condición humana, que permiten lo que en no pocos lugares estamos ya contemplando, van a ser o no alejados de la práctica cuotidiana. Si van a ser muchas las subidas de los propios sueldos, los gestos grandilocuentes o soeces, vanos o impresentables, y si la misma altanería, que antaño despreciaban va a seguir siendo mostrada, en fin, todo lo que la legislación actual induce y al parecer contempla satisfecha porque la condición humana es la que es y de todo algún día se cumplirá un año.

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